Opinión Nacional

El regreso del forajido

Sus palabras destilan la bronca que lo consume y seguramente no lo deja ni en sueños. El objetivo de su odio es el de siempre: la burguesía, como él llama a la oposición democrática. Sabe que le ha asestado una puñalada en el corazón. Pero comete un pequeño error de cálculo: un país con un sesenta por ciento de burgueses no existe ni en los más delirantes sueños de Adam Smith.

Tanta paz espiritual no podía prolongarse un minuto más. Era necesario volver a torturar los oídos de los venezolanos con otra cadenita de esas del libro Guiness. Horas y horas de incordio, de odio, de resentimiento, de rencor, de mala leche, de desprecio y sobre todo de estupidez. Ya lo decía Jorge Luis Borges, que en paz descanse sin su Nobel: “los dictadores fomentan la opresión, los dictadores fomentan el servilismo, los dictadores fomentan la crueldad; más abominable es el hecho de que fomentan la idiotez”. Dedicado en su momento al coronel Perón, le viene como anillo al dedo al otro coronel, el que ya no tiene quien le escriba. El perfecto idiota latinoamericano.

Para encumbrarse sobre la rastrera realidad que pisa y estar un palmo por sobre las cabezas de los serviles que todavía lo adoran como a un tótem tropical, lee unos párrafos de un informe de la OEA – de pronto rescatada de su basurero – en que algunas cifras le dan algunos puntitos de recompensa. Calla, como sabe hacer quien sólo oye lo que le conviene, que esos datitos le fueron entregados a los redactores de ese informe por las focas de su acuario. Así, llega de los polos  de su «plano esferoidal» (sic) de las tiranías, para pagar y darse el vuelto. Cree, perdido en su insondable naufragio, que los venezolanos somos una recua de imbéciles como aquellos que lo adulan, exprimen y  masajean  por una buena chuleta de dólares.

Pero no hay caso: ni el insólito doctorado honoris causa en mención economía “humanística” que le otorgaron los “académicos” de la universidad de Trípoli – afamada en el mundo de las ciencias, la investigación y las artes de los recogelatas del planeta – ni el sobajeo interesado del enano iraní, el déspota zarista y el monarca sirio le han blindado del todo su corazón y sus sentidos al influjo de la realidad real del país que lo tiene al borde del precipicio: no puede hilvanar una frase sin dejar de mostrar cuán golpeado lo ha dejado la derrota estratégica del 26 de septiembre.

Sus palabras destilan la bronca que lo consume y seguramente no lo deja ni en sueños. El objetivo de su odio es el de siempre: la burguesía.  Como  él llama a la oposición democrática. Comete un pequeño error de cálculo: un país con un sesenta por ciento de burgueses no existe ni en los más delirantes sueños de Adam Smith. Pues quienes se ríen de sus idioteces, dejaron de creerle sus fanfarronadas, si es que algún día las creyeron, y están decididos contra viento y marea a aventarlo a patadas del poder – por elemental sanidad mental – viven en Macarao, en La Vega, en Petare, a lo largo y ancho de los pueblitos pesqueros de Sucre y Anzoátegui, en los sembradíos del Táchira y aplastantemente en el Zulia. No se diga en el Distrito Capital, que a pesar de sus par de alcaldes de pacotilla  y  los miles y miles de millones de cohecho puestos en acción para sus candidatos comienza a darle vuelta la espalda por ahora y para siempre.

¡Venezuela, un país de burgueses por obra y gracia del delirio presidencial! La verdad es otra. El país no se cala más al troglodita, al fanfarrón, al hablador de pendejadas, al bravucón, al mentiroso, al traidor. Está harto del despilfarro, la desatención, la regaladera, los delirios de grandeza a costa de nuestros pobres, humildes y desamparados por quien los ha usado como carne de cañón.

Que hable hasta el cansancio. Aún puede. Será enterrado de aquí al 2012 en su urna de palabras. Baba incluida.

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