Opinión Nacional

El secreto de un guerrillero

La primera condición de un secreto es que no puede ventilarse en público, sin embargo, así comenzó la actuación de Fernando Soto Rojas en su investidura como presidente de la llamada Asamblea Nacional. ¿Qué quiso decir con eso de que “sólo conoce el secreto del guerrillero el viento y las aguas”, atribuyéndole la frase a Pablo Neruda?

Al margen de la fidelidad de la cita, que si es de las tonadas de Manuel Rodríguez diría “el agua y el viento dicen, que vieron al guerrillero”, que suena algo distinto, la invocación a Neruda alude a un intelectual que contribuyó a exaltar el prestigio del comunismo en el mundo.

Fue senador del Partido Comunista de Chile desde 1945. En 1950, cuando ya era imposible ocultar la naturaleza criminal del stalinismo poetizó: “Stalin alza, limpia, construye, fortifica, preserva, mira, protege, alimenta, pero también castiga. Y esto es cuanto quería deciros, camaradas: hace falta el castigo”. Después de algo así lo de menos fue que le otorgaran, en 1953, el “premio Stalin de la Paz”. Poco más tarde perpetró una “Oda a Stalin”, con ocasión del fallecimiento del tirano.

De más dudosa poesía es su “Incitación al nixonicidio y alabanza de la revolución chilena”, para apoyar la presidencia de Salvador Allende y las satrapías en que hermana a “Nixon, Frei y Pinochet”, con las que, en 1973,  se despidió del mundo, de la poesía y del buen gusto.

Guerrillero es el mismo Soto Rojas, el comandante Ramírez. Media vida en Cuba, internacionalista en Palestina, en no se sabe en cuál de la constelación de grupos y facciones terroristas, ni cuántos judíos habrá exterminado (eso puede ser parte del secreto guerrillero); pero si ha circulado su foto en la develación de la estatua de Tiro Fijo en el 23 de enero, como jefe de la Coordinadora Continental Bolivariana. Su designación como presidente del legislativo venezolano puede ser una señal muy clara para el “nuevo mejor amigo” del Palacio de Nariño.

El secreto no se aviene bien con la actividad parlamentaria, que no admite el lenguaje críptico o hiperbólico, porque se supone que de lo que se trata es de hablar con la mayor claridad posible, para entenderse con otros sin equívocos.

Si la publicidad de las acciones es el criterio de la moralidad de un gobierno, entonces, el secreto es la medida de su inmoralidad. El secretismo es la tendencia infaltable de los regímenes despóticos, como el ocultamiento de sus propósitos es una prueba de desconfianza al escrutinio público. El reactivo para medir el nivel de democracia es la transparencia, como el totalitarismo se mide por su opacidad.

El nacionalsocialismo es intrínsecamente antiliberal, anticapitalista, pero sobre todo es antiparlamentario. Los valores militaristas son de un ejecutivismo expreso. Eso es lo que garantiza el cumplimiento de las órdenes, la eficacia y la eficiencia.

Asimismo se distingue por inventar una realidad que refleja sus convicciones; por presentar sus proyectos políticos como profecías, que luego se esmera en hacer que se cumplan en la realidad.

De manera que si alguien tuvo la impresión de que la instalación de la llamada Asamblea Nacional fue una charada antidemocrática es porque efectivamente, eso fue. No por casualidad. Es una demostración del desprecio que los militares golpistas tienen por las instituciones civiles.

Una Asamblea degradada y circense es la confirmación retrospectiva del prejuicio comunista de que el parlamento es un sumidero de degradación burguesa. Evidencia que es pura charlatanería, por lo que “las masas clamaran por su eliminación”.

No hace falta ningún oráculo para adivinar cuál es el secreto del guerrillero

MESA DE LA UNIDAD DEMOCRÁTICA AMPLIADA (MUDA)

Los aeropuertos que ha construido la MUDA para recibir todo lo que se desprenda del chavismo ha creado, como todo sistema de inmigración indiscriminada, grandes problemas de identificación, con el agravante habitual de que los nativos terminan suplantados por los inmigrantes que, como en todas partes, se venden más barato.

Por más que se extremen los esfuerzos “unitarios” no puede ser lo mismo un opositor de Bandera Roja o Tercer Camino (PRV-FALN, de Douglas Bravo) que de los partidos tradicionales AD-COPEI o los nuevos UNT, PJ, ABP, aunque éstos al menos sean opositores “auténticos”.

El verdadero problema se plantea cuando partidos y tendencias que son del gobierno y que quisieran quedarse allí son echados, convirtiéndose en “opositores” contra su voluntad. Se trata de chavistas alienados y la lista es tan larga que no puede ni enumerarse, abarcando desde militares renunciados, ex gobernadores, altos funcionarios, diputados, hasta partidos completos como el MAS, Causa R, PODEMOS y por ahora el PPT.

Cada vez que alguien salta la talanquera o lo botan del gobierno, automáticamente y sin solución de continuidad, se vuelve “de oposición” y hasta recibe una credencial de la MUDA. Tan es así que el gobierno afirma, con toda razón, que Walid Makled es un opositor, como también lo fueron Antonini Wilson y su banda, Fernández Berrueco, Eligio Cedeño y una larguísima lista de sus agentes que hoy purgan condenas en el interior y exterior del país.

La verdad sea dicha: ¿Por qué Albornoz es mejor que cualquiera de ellos? ¿Es que no sabía de sus negocios turbios? ¿Dónde estaba cuándo se aprobaron las habilitantes anteriores y las diarreas legislativas? ¿Qué hacía cuándo Cilia sacaba sus manos de tijera para cercenar el derecho a expresarse de sus compañeros de bancada? ¿Años de infamia se pueden borrar por una viveza, que fue aceptar a Henry Falcón en su partido, desafiando la voluntad omnímoda de la logia militar?

Ciertamente, hace falta un manual para determinar quién es opositor al gobierno, quién es gobierno en la oposición y quien opositor de la oposición, que también los hay, como aquellos que los comunistas gustan llamar “agentes provocadores” que  promueven el caos entre el enemigo, como Francisco Arias Cárdenas.

En los regímenes comunistas, es normal que el jefe de la oposición sea un agente del gobierno. De lo contrario estaría muerto, preso o en el exilio.

MANUAL PARA LA DETECCIÓN DE UN FALSO OPOSITOR

El falso opositor acusa a este régimen de “fascista” pero nunca de ser “comunista”, con la finalidad de afianzar el lenguaje estigmatizante oficial, según el cual, todo lo malo es fascismo, pero el comunismo es bueno. Es risible verlos arrastrados por el suelo, pateados por las hordas chavistas, mientras gritan: ¡esto es fascismo puro! Luego, la violencia pandillera es exclusiva del fascismo, los comunistas nunca atropellan a nadie.

Todo falso opositor es demócrata; pero tiene escrupuloso cuidado en no añadirle a la democracia la palabra “libertad” para no formar el dispositivo que la aleja de la tentación totalitaria. Sabe perfectamente que la democracia le brinda un terreno común con el socialismo, que no la considera incompatible con la dictadura, siempre que goce del apoyo popular. Por esto se delatan con la fórmula jesuita de que “hay que preguntarle al pueblo”, que todo lo avala y santifica.

Acusan a este régimen de ser neoliberal por sus políticas contrarias a los intereses de los trabajadores. De manera que toda política anti popular tiene que ser por definición “liberal”, aunque la aplique un gobierno comunista. Por ejemplo, el despido de un millón de trabajadores del sector público (el único que existe en Cuba) es calificado como política “neoliberal” ¡de Raúl Castro!

Dicen que aquí no hay socialismo sino “capitalismo de Estado”, con lo cual este régimen es todo lo nefasto que pueda ser pero por culpa del capitalismo, el socialismo sigue siendo bueno. Vale la pena aclarar que no es posible comparar el capitalismo de estado que existía durante los regímenes socialdemócratas del pasado con lo que existe en la actualidad. Aquello se hacía con mentalidad  mercantil, como PDVSA o CANTV, aunque fueran empresas públicas.

El capitalismo se puede definir o valorar como se quiera, pero lo que nunca podrá dejar de ser es una racionalidad económica basada en el beneficio. Cuando se hacen empresas deliberadamente a pérdida, respondiendo a otra racionalidad, sea política, de beneficencia o la que sea, póngasele el nombre que quiera, pero eso no es “capitalismo”, ni de Estado ni de ningún otro tipo.

Condenan al régimen como “privatizador”, porque la bestia negra sigue siendo el sector privado y la palabra “privatizar” un tabú, que estigmatiza el trasvase del sector público al privado. Así, se objeta la venta de refinerías en Alemania, no por favorecer los intereses estratégicos de Rusia a cambio de chatarra bélica, sino porque eso es “privatizar”, ¡aunque la empresa rusa sea del Estado!

Insisten en que Zapatero y Lula apoyan los desmanes de la dictadura por causa de oscuros intereses comerciales, con lo cual los crímenes los comenten los socialistas de aquí y de allá, pero la culpa es del mezquino mercantilismo. Con esto se oculta la conspiración comunista mundial, que jamás procede por intereses comerciales de nadie, sino por sus propios intereses políticos de dominación mundial.

Utilizan el adjetivo “bolivariano” al nombrar la República, la constitución, las FFAA, la policía, estados, municipios, universidades, empresas y lo que sea, ignorando que con esa actitud suscriben y refuerzan el lenguaje totalitario, que pretende  hacer plausible la adhesión a un ideal único, a un factor unificador absoluto e intangible, a una plataforma de valores no sujetos a crítica, ni cuestionamiento y cuyo rechazo equivale a traición a la patria y exclusión de la comunidad nacional.

El abuso inconcebible que este régimen ha hecho de la figura de Bolívar y su excesiva identificación con él quizás tenga la ventaja inesperada de que termine por destruir el yugo que pesa sobre el espíritu nacional por ya casi dos siglos.

El bolivarianismo es una ideología militarista, exacerbada por Juan Vicente Gómez y todos los dictadores militares que ha sufrido este país a lo largo de tres cuartas partes de su vida independiente, además de estar conformada básicamente por mitos, tergiversaciones históricas y por un lenguaje mágico, irracional.

Por ejemplo, se exalta a Bolívar como “Padre de la Patria”, sin serlo, porque la obra a que dirigió todos sus esfuerzos fue a la Gran Colombia y Venezuela nació contra su voluntad expresa; pero acto seguido se arremete contra esa “República bolivariana” calificándola de “Estado Burgués” al que hay que destruir para sustituirlo por un Estado Comunal.

Este galimatías incomprensible al menos hace legítimo el no ser bolivariano, no hay que serlo a juro, ni existe tal identidad entre venezolanidad y bolivarianismo, como pretende la propaganda oficial y sus corifeos de la “oposición”.

Lo demás es burdo oportunismo político, comodidad y querer seguir la corriente para ganar votos fáciles. Lo único positivo de esta dictadura militarista es que quizás sea la última que se realice bajo el sino de Bolívar, que es el del fracaso como enseña de exaltación moral.

Quiera Dios que cuando desaparezca se lleve este espectro consigo y Venezuela se vea libre, por fin, de tanta estulticia.

 

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