Opinión Nacional

El siglo de los caníbales

Estoy leyendo como si fuera una novela todo lo que se publica sobre Armin Meiwes, el publicitado «Caníbal de Rottemburgo», quien se comió vivo a un ingeniero alemán, con el expreso consentimiento de la víctima. Es más, se conocieron sólo para eso. Meiwes, quien es técnico informático, llevaba una vida medio recoleta entre la computadora y el trabajo. Empezó chateando con sádicos y masoquistas, y después de haber elucubrado sobre todas las perversiones posibles, concluyó que la suya sería comerse a alguien.

Para lograrlo no siguió el torvo camino del secuestro, mucho menos del robo de cadáveres. Asumió un esquema claro y desenfadado. Publicó un aviso en internet diciendo que buscaba personas dispuestas a dejarse devorar. 237 personas le respondieron ansiosas de experimentar semejante experiencia. Y el meticuloso alemán dedicó largas horas de diálogo, consulta y negociación con cada uno de los interesados explicándoles su plan.

Al final sólo cinco comparecieron a la reunión convocada para materializar el macabro ágape. A uno lo despidieron porque estaba muy gordo y no habría manera de comerse toda su carne. Los otros se desanimaron y al final sólo quedó el ingeniero Bern Brandes, dispuesto a cumplir su fantasía de siempre: ser comido por otra persona.

Parece una vaina de locos, pero resulta que no es así. Los protagonistas de semejante historia eran hombres de mediana edad, cuarenta años, con buen nivel profesional, una vida ocupacional activa, sin problemas de conducta. Y que están lejos de constituir casos aislados de la vida actual porque resulta que diariamente chateaban con miles de parafílicos de todas las orientaciones.

Resulta que en ese universo no tan virtual sino más bien inmediato que es la web, abundan todos los tipos de desviaciones. Enormes circuitos de gente que copulan y comen excrecencias (coprofagía), que se automutilan (sádicos), que disfrutan haciéndolo con perros y caballos (bestialismo) y ni decir de las cuantiosísimas redes de la pornografía infantil. Ya usted habrá leído sobre la red española que violaba niñitos recién nacidos o anteayer mismo, el desmantelamiento de la red financiera que en media Europa involucraba centenares de profesionales, educadores, deportistas, incluso un sacerdote.

Pues bien, en el caso de los antropófagos, estos tienen numerosos websites «Gourmet Caníbal» y «Caníbal Café». Mantienen unas inmensas salas de chat donde exploran casos discretos, celebran las películas referidas al tema, ofrecen cadáveres o miembros de gente viva y cada cual va contando sus propios deleites en tal actividad.

Internet le ha soltado el moño a todos estos anormales, permitiéndoles actuar con la mayor impunidad. Así ofrecen bebecitos para lo que se antoje, someten a ancianos solitarios, hasta graban los asesinatos y venden o intercambian los videos. Es decir, que más allá de los delirios sexuales de cada quien, se hace apología del delito, se conspira, se asesina y trafica con el crimen ante la mayor impunidad globalizada.

Volviendo al caso de Armin Meiwes, ni Alfred Hithcock hubiera supuesto algo tan terrible. La pareja consumió drogas, aguardiente y medicinas mientras discutían alegremente los pormenores del operativo. La víctima se cortó el miembro viril y entre ambos lo cocinaron y se lo comieron con salsa. El voluntario le indicaba a su verdugo cuáles partes quería que primero le cortara. Cuando se desmayó, el otro lo cortó en trozos, botó los grandes huesos y guardó treinta kilos de carne en su congelador, los cuales fue degustando con vino y pimienta en los siguientes meses.

El caníbal no enloqueció en el éxtasis de su placer sino que aspiró conseguir más voluntarios. Y por eso siguió publicando avisos en la red, contando con detalles su experiencia, hasta que un año después, otro joven internauta lo denunció a la policía.

El caso despierta una serie de disquisiciones jurídicas y filosóficas. Los tribunales han tenido dificultades incluso para tipificar el delito porque la víctima solicitó expresamente su sacrificio y el otro grabó en un buen video, todas las conversaciones y el placer del ingeniero mientras lo mutilaban. El antropófago es un buen comunicador, cuenta su argumento y lo defiende, ha dosificado las entregas y en el peritaje psiquiátrico forense no hubo dudas para el diagnóstico: no sólo es perfectamente normal y racional, sino que además es brillante como la mayoría de los psicópatas.

A tanto llega el personaje que ha comparado su acto con un ritual religioso y dice que mientras se comía al otro, disfrutaba una especie de íntima comunión con su espíritu. El psiquiatra argentino, Hugo Marietan, al enfocar clínicamente la personalidad del caníbal dice que también seguía una especie de juego con los avisos en internet, que nunca tuvo remordimientos ni sentimiento de culpa, más aún, que asume el crimen como un servicio de buena voluntad prestado a quien lo solicitaba.

Pero créame, estimado lector, querida señora, que no me mueve el morbo al describirle los pormenores de este episodio, sino la necesidad de alertarle sobre la cara oculta de internet. Yo bendigo a Dios por todos estos avances, diariamente leo la prensa del mundo remoto, ahora tengo todo disponible al instante y mi vida hubiera sido mucho menos densa de no contar con semejante apoyo, pero también tiene su inmenso flanco destructivo. Así como la pólvora, la cual permitió abrir los caminos y construir los acueductos pero también facilitó la matanza de millones de soldados y civiles en las guerras de los siguientes siglos.

La «superautopista de la información» es el mayor adelanto de la contemporaneidad, ha abierto todas las oportunidades pero también ha desatado las peores perversiones del ser humano. Por eso este XXI pudiera ser tanto como de los pederastas y violadores, el siglo de los caníbales. Que comen gente y se comen la conciencia, el espíritu y la normalidad de las personas, mutilándolos mentalmente para que después se mueran de depresión.

Concretamente, pienso que el mundo caminará hacia una mayor supervisión en la hasta ahora libérrima web. En varios países ya existe una legislación estricta sobre internet. Por ejemplo, en New Jersey, corazón de Estados Unidos, hay una ordenanza que prohíbe acceder a páginas de pornografía desde chats y cafés públicos. Una buena idea sería copiar esa iniciativa, pero siempre será insuficiente porque también hay líneas en las casas y allí los jóvenes se mueven a sus anchas y sin supervisión. Allí adentro, usted y yo, padres, representantes, maestros y responsables tenemos la mayor tarea.

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