Opinión Nacional

El Simón Bolívar de Pino Iturrieta

Me he leído con gran interés y emoción el número 100 de colección “Biblioteca Biográfica Venezolana” de El Nacional, el cual fue dedicado al venezolano más difícil de biografiar: Simón Bolívar. Para tan dura tarea, nada como nuestro historiador: Elías Pino Iturrieta, al que tengo con orgullo entre mis profesores y maestros. Sus dos obras anteriores sobre Bolívar: El divino Bolívar y Nada sino un hombre (esta última no está centradas en el prócer máximo, pero le dedica una buena parte), muestran una serie de argumentos que ha mantenido ahora con su biografía: bajarlo del pedestal para mirarlo como hombre, y hombre de su tiempo; y mostrarlo como político, y por tanto con la especial relación que tiene todo político con el poder: la inevitable tentación de acumularlo ad nauseam. Pero existe otro motivo que inspira al autor: la crítica al abuso actual de la figura de Bolívar, el seguir alimentando los mitos históricos y, a ello dedica importantes apartados. El método de estudio biográfico que realiza, más que un análisis de sus ideas o personalidad; se centra en sus acciones que son la mejor prueba de lo que realmente fue, y con las cuales se pueden contrastar la sinceridad de sus proyectos e ideas.

Pino Iturrieta comienza llamándolo: “el mantuanito”; y no podía ser de otra manera, al querer enfatizar la importancia del lugar social donde ha nacido y crecido Bolívar; y sería faltar a la verdad pensar que esto no tuviera un peso en el destino que se va a forjar. En medio de una sociedad fuertemente jerarquizada, los mantuanos son llamados a controlar la totalidad; justificados en un cúmulo de argumentos: desde los terrenales (poseedores de la tierra y el poder por una tradición trisecular) hasta los celestiales (por mandato divino son los “padres de familia”). En medio del caos que le tocará vivir (ruptura con la continuidad borbónica en España), es clara su convicción de ser parte de la autoridad natural y guía hacia nuevos tiempos. La educación que recibe, es la de su tiempo; y no se muestra, ni siquiera en las intermitentes clases con Simón Rodríguez, ninguna influencia revolucionaria. Con esta aclaratoria, se corta con un primer mito bolivariano: el de haberse formado en este período en lado más radical de la ilustración o de haber poseído sentimientos compasivos hacia los esclavos. Su real contacto con las nuevas ideas será en sus viajes de 7 años a Europa; y a pesar de ello, dichas ideas no llevan a una transformación del tipo de relación que sostiene con el resto de la sociedad de castas “venezolana”.

La perspectiva aristocrática de Bolívar se puede notar hasta 1816 en varios aspectos. Primero, está la ausencia de criticas al sistema censitario establecido en el movimiento de la Primera República, a la inhumanidad de la esclavitud, o a los prejuicios hacia las castas. ¿Dónde está el revolucionario y demócrata amante de las mayorías oprimidas que nos ha dibujado el mito socialista? Por ahora… no aparece; y no lo hará, ni sufriendo la guerra social más violenta, como la padecieron especialmente los blancos criollos con el “genocidio” de los años 13 y 14 propiciados por Boves. Pero también por el propio Bolívar con su proclama de Guerra a muerte (que era una realidad del conflicto, pero que nadie había establecido con documento público y por tanto como ley), y con reprochables degollinas autorizadas por él (ejemplo de la “masacre de la Güaira”). Segundo o mejor tercero; es el desarrollo, durante su protagonismo político (Segunda República), de un fuerte autoritarismo que se observa en el no restablecimiento de la institucionalidad construida en 1811, asumiendo la dictadura, y alejándose de la posibilidad de negociar con Mariño que era el libertador de la mitad oriental de la Capitanía. Por último, su visión aristocrática, desarrollará la tesis que explica los fracasos republicanos: el pueblo no ama ni quiere ser libre. En relación a otro tema de fuerte discusión histórica, el caso de entrega de Miranda, el autor es claro: Bolívar “comete una felonía”.

Las principales virtudes de Bolívar (liderazgo, organizador de ejércitos, y capacidad para conseguir recursos para la guerra) se desarrollan; una vez que los republicanos son derrotados en 1814 y retoman la lucha desde Haití dos años después, para iniciar una carrera lenta pero segura hacia la victoria definitiva sobre los realistas. Estas virtudes, a su vez, se pueden resumir en una sola: su capacidad de no desfallecer ante las derrotas. En Haití, además, se da un cambio de mentalidad en el hasta ahora aristócrata, haciéndose republicano al ver una nación gobernada por antiguos esclavos y mulatos; pero es un republicanismo no del todo igualitario, debido a que en el fondo busca consolidar el régimen de los blancos (tal como prueba documentos posteriores) a través de aumentar la ingerencia colectiva (pardos y esclavos). En Venezuela y Nueva Granada logrará poco a poco unificar los diversos caudillos; gracias a la división que existe entre ellos, el apoyo de Páez y Santander, y la anulación de Piar. El otro factor que permite su éxito será la confianza que le brindará la potencia del momento (Reino Unido), el cual logra gracias a su claramente proimperialismo británico (llega a ofrecerle pedazos de centroamérica como colonias); desmintiendo de esta forma otro de los grandes mitos bolivarianos actuales: su antiimperialismo.

El proyecto y concreción de la unidad grancolombiana, y sus victorias en el Ecuador y el Perú; le llevaran a una gradual acumulación de poder y prestigio, que en palabras del autor, sobrepasa el que poseía el rey de España. Y a pesar de que rechace la corona, poco a poco irá desarrollando la costumbre de “un hombre que actúa como rey cuando dispone a discreción de los negocios tramitados ante su sede”. En 1825 redacta una propuesta constitucional para Bolivia en la cual establece la Presidencia vitalicia (ya tenía un antecedente en el Discurso de Angostura que propone un senado hereditario con un sistema “inquisitorial”), idea que defenderá en los años que le quedan; porque el que nació como “mantuanito”, mantuvo la idea de ineptitud del pueblo, temió siempre la “pardocracia”, y ahora se enfrentaba a las divisiones partidistas de toda democracia; veía en la centralización del poder como el mejor medio para la mayor de sus preocupaciones: la estabilidad de las nuevas repúblicas.

Elías Pino Iturrieta ha escrito una biografía, que no desconoce los méritos evidentes del “gran hombre”; pero que a su vez no oculta el peso inmenso de su ser aristocrático, y su condición de político ambicioso: tanto en la mira de sus proyectos – verdaderas “repúblicas aéreas” -, como en los medios para intentar hacerlas realidad: el poder ilimitado.

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