Opinión Nacional

El soldadito de plomo

Por todo lo que vemos, y hemos visto, el Teniente Coronel era un gran General en su infancia. Los soldaditos de plomo americanos se enfrentaban a los nipones en escenarios que sólo la fantasía infantil podía inventar: los soldaditos con camillas, los fusileros, los de artillería, los tanques y los aviones de plomo. Todos en el campo de batalla del piso de tierra apisonada del patio trasero de la casa.

Las bombas de cabezas de fósforo envueltas en papel de aluminio, los obuses de clavos o la inclusión de triki-trakis y los transportes y demás pertrechos, iban creciendo en la medida en que el dinero semanal que recibíamos (2 bolívares) se iba convirtiendo en aquella anhelada armada indestructible. Ya no importaba el vaso de chicha a las puertas de la escuela, ni el “raspao” de frambuesa ni la “catalina” ni el “golfeao” de los domingos. Sólo importaba la mágica obsesión de vestirse como un verdadero general, apertrechados de la mejor fantasiosa armada de la barriada.

Así, ordenábamos a nuestros diez batallones enfrentar el supuesto enemigo (generalmente soldaditos de plomo nipones) y exterminar las ínfulas guerreristas de nuestros supuestos oponentes.

Qué tiempos aquéllos donde la fantasía, gracias a nuestras limitaciones o nuestra inexistente influencia sobre la realidad imperante, no brindaba peligro alguno y era celebrada por nuestros padres y madres como sano signo de imberbe niñez.

Los niños juegan para deslastrarse del peligro de la fantasía y seguir adelante hacia la madurez del mundo de los adultos.

Pero no pasa así con todo el mundo. Nefastos ejemplos cunden en nuestra historia universal: Hitler y el holocausto, Mussolini y el fascismo, Kim Jong Il y su dictadura, Castro y la crisis atómica, Pol Pot y su genocidio, Guevara y sus aceptados asesinatos, Marulanda y su macabra historia, etc., son sólo unos cuantos ejemplos de lo que puede pasar con individuos que no lograron trascender los benévolos juegos infantiles y convertirlos en experiencias ligadas a la sana fantasía (dejándolos atrás), y no mezclarlos con la sana realidad.

Trasladar las necesidades infantiles a la vida adulta siempre se ha considerado como una aberración o como un peligro sustancial. Esto, debido a la falta de conocimiento de la verdadera realidad que dichos individuos experimentan.

En Venezuela, pocas veces hemos sufrido de tales desvaríos. A no ser que últimamente, representados por un no nacido, nos ha dado por ser retrógrados y volver a jugar a los soldaditos de plomo.

Estos juegos de mayores son más peligrosos de lo que nuestra mentalidad infantil indica. Lo digo de esta manera porque parece ser que gran cantidad de venezolanos se deleitan ante tales circunstancias; inconscientes de las verdaderas reglas de juego del mundo desarrollado.

Jugar a los soldaditos de plomo no sólo nos cuesta dinero, sino que nos acerca a situaciones de extrema gravedad.

Así va nuestro líder, dando órdenes ignotas que despiertan la feroz defensa de los agredidos.

Espero que la farsa lúdica a la que se dedica le demuestre lo peligroso que es el andar insultando al león cuando lo tiene tras sus espaldas.

Venezuela no es Chávez. Y Chávez no es Venezuela. Pero Chávez sí es el que firma por todos nosotros y nos hace deudores de sus acciones.

Esperemos que podamos pagar las facturas que se avecinan.

¿En manos de quién hemos caído?

Estocolmo, 2008-10-19

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