Opinión Nacional

En nombre de Jesucristo

La naciente comunidad cristiana hace 2.000 años con audacia y libertad de espíritu salió a proclamar que su jefe, recién ejecutado como malhechor, había sido resucitado por Dios y puesto como Salvador de todos. Como era de esperar, las autoridades de Jerusalén los pusieron presos y luego los soltaron con la prohibición de seguir hablando del Crucificado. Ellos respondieron “juzguen ustedes mismos si hay que obedecer más a los hombres que a Dios. Nosotros no podemos callar lo que hemos visto y oído” (Hechos Apóst. 4,19). Sin esa disposición espiritual, la Iglesia no es nada.

Jesús no era líder político, era el rostro humano y la Palabra liberadora del amor de Dios, que derribó las barreras que rechazaban a los leprosos, a los pecadores, a los herejes samaritanos y a los impuros… Dios no es barrera, ni rechazo. Jesús, de hecho y de palabra, denunció la pretensión de entronizar al dinero en lugar de Dios, aunque siempre reconoció la necesidad de recursos para vivir. Reprendió en sus discípulos la tentación del poder que oprime a los demás, como lo hacen -dice- los tiranos de la tierra que tratan a sus pueblos como esclavos. Les enseñó la importancia del poder para servir, como lo hace el Hijo del Hombre que vino a servir hasta dar la vida. Nosotros en nombre de Jesucristo nada distinto podemos hacer ni enseñar; de lo contrario seríamos farsantes.

Recientemente el cardenal Urosa, “sin presión de ningún sector, y sin que nadie me mande a decir nada, sino obedeciendo sólo a la voz de mi conciencia como venezolano y Arzobispo de Caracas”, habló para “denunciar el peligro que cierne sobre nuestra querida Patria”. Bien por el Cardenal: él sabía que la denuncia del mal uso del dinero, y del poder iba a generar reacciones duras, pero su conciencia le decía «nosotros no podemos callar lo que hemos visto y oído”; como en la primera Iglesia.

El día del bautismo nos ungieron, para que cada cristiano sea con Cristo “sacerdote, profeta y rey”.

Sacerdote. Cristo, nuestro sumo sacerdote, “no es insensible a nuestra debilidad, ya que, como nosotros, ha sido probado en todo excepto el pecado” (Hebreos 4,15) y la Palabra de Dios “es viva y eficaz y más cortante que espada de dos filos” (Hebreos 4,12).

En este momento Venezuela necesita como nunca obispos y sacerdotes que acompañen a los perseguidos y compartan el sufrimiento de su pueblo en sus carencias y frustraciones por promesas incumplidas. Sanar las heridas y avivar la esperanza de una sociedad libre con vida digna y con oportunidades, con capacidad de reconocer al otro y construir la paz, juntos.

Profeta. Hace 2.700 años vivió el profeta judío Jeremías. Muy joven movido del Espíritu empezó a decir verdades exigentes. Como consecuencia, lo cuestionaron sus familiares, lo evitaron sus amigos y lo persiguieron las autoridades políticas. Jeremías entró en crisis y peleó con Dios. En su desesperación maldijo su nacimiento, “¡Maldito el día en que nací!…” (Jeremías 20,14-18) y decidió no volver a dar la palabra, a hablar a su fuego interior. Pero Dios lo volvió a seducir y él retomó su voz profética porque sentía su Palabra dentro “como fuego ardiente encerrado en mis huesos, hacía esfuerzos por contenerla y no podía” (Jer. 20,9). Murió asesinado.

En nuestros tiempos dictatoriales en la Iglesia han brillado grandes profetas-obispos, como el cardenal Silva Henríquez en Chile, Helder Cámara en Brasil, Angelelli en Argentina, Gerardi en Guatemala, Romero en El Salvador… Los tres últimos asesinados por los dictadores de su país.

Rey. Jesús es rey, pero no -le corrige a Pilatos- como los reyes mundanos que usan el poder para oprimir, sino con el Amor de servicio que da vida al Reino de Dios, que es de paz, justicia y amor.

Gracias, Cardenal Urosa. Usted no inventó eso de que nos quieren llevar al mar de la felicidad comunista de Cuba; todos lo oímos antes. Pero en el propio partido comunista cubano se reconoce la miseria, opresión y desesperanza, a causa de un modelo totalitario impuesto con la promesa de que era el camino al paraíso en la tierra. En Venezuela estamos a tiempo para evitarlo con responsabilidad de todos. Nos corresponde a la gente de la Iglesia, obispos, sacerdotes, laicos, hablar y actuar con el Espíritu de Jesucristo para denunciar, consolar y construir.

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