Opinión Nacional

Entre eructos y alegrías

Desde la fetidez de un eructo bolivariano Acosta Carles habló en nombre de la revolución. Lo digo básicamente porque su caudillo jefe hizo mutis ante la barbarie del general carabobeño. No lo desmintió, no desconoció su ofensiva conducta hacia el país y ni por asomo acarició la idea de una sustitución inmediata, lo cual hubiese sido, como mínimo, la acción automática de un jefe de Estado digno de su cargo luego de las babosadas de un funcionario cualquiera.

La alegría ronda, según parece, los espíritus gobierneros. Creen que el paro fue un fracaso (es más, juran que nunca existió). Suponen que después de esta coyunturita, puestos los pañitos tibios de rigor y apretando una tuerca aquí, un tornillo allá, el país sí que se enrumbará por los destinos tan esquivos al submarino volador de Giordani. Llegó el momento: ya nada frenará el acceso de la década plateada o dorada, de la clase media poderosa y generalizada, de la economía más sólida del mundo (Chávez dixit), de la palma aceitera hecha industria, de Miraflores transformado en universidad de pueblo, de la Carlota trocada en paraíso tropical.

Claro, para esto los golpistas del 4-f llegaron en volandas gracias a Dios y a la voluntad de un sabanetero iluminado que nació para voltear nuestra realidad en prosperidad. “Los rebeldes del noventa y dos están aquí para romper las cadenas que aprisionan a la patria”, espetó Chávez muy alegre hace apenas cuatro días. ¡Coño, Bolívar redivivo y con una gorra roja, para ñapa!. Los resultados de tan magno evento pacífico, democrático y justiciero, es decir, golpe de opinión y no de Estado según declaraciones de un bebé de pecho como José Vicente Rangel, ya pueden percibirse en la calidez del horizonte revolucionario: los gallineros verticales, los huertos hidropónicos en cada habitación o rancho y los vastos sembradíos sobre platabandas oligarcas, que serán el paliativo final, el milagro para desaparecer a un millón de nuevos desempleados y a un deterioro asfixiante del nivel de vida, todo bellamente entremezclado con un control cambiario cuyos beneficios, revolucionarios y zamoranos hasta la médula, servirán asimismo para crear riqueza extrapolable a los amigos del proceso, por supuesto, gracias a que candorosas manos quintarrepublicanas se ubicarán, muy inocentes ellas, justo encima de una montaña de dólares. Vaya viendo, y saque cuentas.

Existen pilares fundamentales que todo régimen autoritario requiere para perpetuarse: medios de comunicación silenciados, una gallinita de los huevos de oro, instituciones genuflexas y unas FF.AA. quebradas y transformadas en un brazo político más. Los tiros ya han tomado esa ruta, precisamente, y un buen trecho ha ganado al respecto este gobierno. ¿Alguna duda?, fíjese en lo ocurrido con PDVSA, por ejemplo, o note la vergüenza en que ha caído el estamento militar de este país.

Para la gente que gobierna aquí, la “verdad” revolucionaria es más importante que el Estado de Derecho, que una economía sana, que los votos. De eso no cabe la más mínima duda. La alegría (que bien puede ser de tísico, como dicen en mi pueblo) se expone flagrante en los dientes pelados de un Chávez o un Rangel, y entre eructos que van o eructos que vienen, la revolución de lo podrido va dejando su estela de pobreza, falta de trabajo, hambre, violencia, corrupción y muerte. Desde el noventa y dos para acá son muchos los crímenes, muchas las vidas cegadas que ocupan un lugar en las conciencias, si es que las tienen, de Hugo Chávez y sus amigotes más cercanos. Ya habrá tiempo de que rindan cuentas.

Por ahora, entre eructos y enfermizas alegrías se avanza a paso firme. A paso de vencedores, mire pues.

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