Opinión Nacional

Entre la sur-realidad y el deseo

Una exposición que se rinda al embate y a la fascinación que ha ejercido y que sigue desplegando el surrealismo es cosa ardua. Más que reunir hay que “convocar” materiales que entonen una canción machaconamente átona. Hay que diseñar una especie de collage que tenga por soporte el espacio destinado para colgar y acumular imágenes que dialoguen entre sí, con la extrañeza propia de todo parlamento disparatado. A la vez, una suerte de eléctrica coherencia debe unir los polos de lo expuesto como si se tratara de una bovina de emociones despiertas que se alimenta de las miradas ajenas, lo mismo las admirativas que aquellas que desprecian todo aquello que no guarda un sentido unidireccional e inteligible. Esto no es una monserga. Estas reflexiones son una suerte de boceto posterior a una obra concluida. El proceso de la creación tradicional a la inversa. El revés de un planteamiento teórico que cobra cuerpo. En la exposición propuesta y montada en una ciudad marina de provincia mexicana se dio un equilibrio absoluto entre concepto y realización. Se partió de materiales múltiples, cada uno viajando en un sentido, porque las obras obedecen a un criterio temporal, casi memorialístico. No pretenden ser un repaso de temas fuente de preocupación y sí una revisión de ocupaciones enmarcadas en una disciplina apenas emprendida en el lapso de un lustro. No es fácil verbalizar un conjunto de imágenes sostenidas en materiales insospechados para una obra de arte, aunque propias de la tendencia Duchampiana del Rady Made, como un instrumento metálico para exprimir naranjas que se empapa de azul para cobrar nueva vida de objeto celeste atado a lo frutal. Créanlo, el largo brazo de la ley del azar y del acaso ha convertido esa máquina de jugo en una presencia erótica que juega con dos universos, medias naranjas metálicas que rememoran un corpiño asimétrico. Y así por delante. Cajas con elementos bien humorados, fotos huyendo del papel para acabar en el poro abierto de un textil transparente, raíces de bambú de dos metros de largo que emergen de su lecho de río cenagoso para dibujar su propia sombra en plataformas diseñadas más por la fatalidad que por la voluntad preconcebida. Y pintura, mucha pintura acrílica sobre un maniquí, encima de maderas, mezclada a lienzos que se transforman en muros pompeyanos desconchados donde una imagen se aferra a las últimas consecuencias de su pigmento figurativo. Y todo este palabrerío existe en una suerte de carne y hueso. La exposición que rememora y rinde homenaje al Surrealismo se ha desplegado en un recinto tropical apropiado para exponer lo que sin ningún recato auto nombramos obra de arte: definición última que cabe solo expresar a quien establece un diálogo que transforma su visión del mundo en unos cuantos segundos de experiencia visual y vertiginosa.

A lo plástico, representado por obras en formato reconocible de propuesta común y ya corrientemente artística se unieron elementos de arte vivo y coleando, que en otras latitudes han llamado Happening. La experiencia también contó con el componente «suerte», que se reveló favorable, buena, en una palabra. Lo imaginado se fue materializando por arte de magia. Se unieron voluntades diversas y complejas. Las refiero ahora: el circo estaba aún en la ciudad y me deparé con él una mañana de rutina con carpa desmantelada en que son bañadas las bestias furiosas. El dueño dio crédito a la propuesta y aceptó enviar una embajada de su dotación zoológica: unos deslumbrantes seres veteados que los Mayas veneraban como emisarios de lo sagrado: el Jaguar de las montañas del sur del continente americano. Sí, tres Jaguares saludaban inicial al visitante entre emanaciones de cuerpos salvajes perceptibles a diez metros a la redonda. Perfume de sensualidad contenida en caricia felina y mortal.

Atraído por el imán de lo extremadamente popular, llegué hasta el Coliseo local, la arena de lucha libre de un centro ya casi suburbio de la ciudad. La primera reacción fue de descrédito. Demasiados modos diversos para quien frecuenta la rememoración de lo grecolatino transformado en brava, valiente pantomima, donde saber caer es un saber. Llegué hasta el magnánimo gerente de los libres luchadores y sin transición, como el dueño del circo, pasamos al acuerdo inmediato que permitió la presencia de tres enmascarados, enfundados en capas y parafernalia de Marqués de Sade musculosos. Las máscaras propiciaron un juego de espejos: no hubo quien no posara a lado de esos seres alados por la fantasía de la fuerza bruta.

Vencidas las resistencias de timidez de una bella dama habituada a ver más allá de las imágenes del Tarot, con la perceptiva Gabriela se cumplió un dictado de Breton que exigía vidente de artes egipcias milenarias en toda muestra del surrealismo que se pretendiera legítima. Tampoco hubo quien entre los asistentes a la noche abierta quien se resistiera a escuchar lo que deparaba la combinación de un mazo de cartas cortado frente a una verosímil mirada de mujer que mira más allá de la mirada.

Finalmente, se buscó rendir un homenaje a un ejercicio cotidiano de entrega y de valor extremo, burla de las corrientes de viento que tallan acantilados y nado a contracorriente de mareas de belleza criminal irrepetible. Los «clavadistas» de la «Quebrada» tarjeta postal vivísima del legendario puerto de Acapulco, talismán de belleza en los mares del Pacífico, asumieron su papel dejando sus dominios: llegaron a la cita de la apertura de una muestra de obras plásticas en una galería de pintura, engalanados en el traje de baño que uniforma su oficio de luz y de tiniebla marina, con las antorchas encendidas con que juegan a que la lumbre los cobije mientras descienden vertiginosamente hacia la espuma celebratoria.

Lo anterior detalla el contenido de una exposición de pintura sui géneris. Se trataba de exponer, exponiéndose uno mismo con ello, una manera de aproximarse a los terrenos de un arte contemporáneo de vanguardia que ya ha envejecido suficiente para no asustar a nadie. Había que arriesgarse a escuchar el juicio severo de los “profesores” y “expertos” que encasillan en “puntadas” y “locuras” cualquier manifestación plástica que rompa con supuestos cánones universales, o al simple desdén. La reacción fue de “ninguneo”. La muestra casi pasó de noche. Y no está nada mal. El carácter de la misma fue provocador; además distorsiona la percepción de públicos habituados al paisaje fácil, al desnudo inocuo, o al tedio de la naturaleza muerta de los “jardines del arte” que mezclan cromo con decoración “bonita” para muros sin carácter. O lo que es peor, al adefesio étnico disfrazado de nacionalismo figurativo, donde la mirada pobre de un indígena en sufrimiento es explotada como pretendido arte social.

Es oportuno concluir ésta crónica con dos fragmentos del “Poema Circulatorio para la desorientación General” de Octavio Paz que vi escrito en espiral en el museo de arte moderno del D.F. en 1973: Allá/ sobre el camino espiral/ insurgencia hacia/ resurgencia/ sube a convergencia/ estalla en divergencia/ recomienza en insurgencia/ hacia resurgencia/ allá/ sigue las pisadas del sol/ sobre los pechos/ cascada sobre el vientre/ terraza sobre la gruta/ negra rosa/ de Guadalupe Tonatzin/ -tel. YWHW- / sigue los pasos del lucero que sube/ baja/ cada alba y cada anochecer/ la escalera caracol/ que da vueltas y vueltas/ serpientes entretejidas/ sobre la meza de lava de Yucatán/ -Guillame/ jamás conociste a los Mayas/ -Lettre-Ocean-/ muchachas de Chapultepec/ hijo de la Cingada-/ Cravan en la panza de los tiburones del Golfo/ SI/ el surrealismo/ pasó pasará por México/ Espejo magnético/ síguelo sin seguirlo/ es llama y ama y llama/ allá en México/ No éste/ el otro enterrado siempre vivo… De la cueva de estalactitas/ a la congelada explosión del Cuarzo/ Artaud/ Breton Peret Buñuel Leonora Remedios Paalen/ Alice/ Gerzo Frida Gironella/ César Moro/ Convergencia de insurgencias…

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