Opinión Nacional

Esas locas y encantadoras amantes virtuales

» En asuntos de amor los locos son los que tienen más experiencia. De amor no preguntes nunca a los cuerdos; los cuerdos aman cuerdamente, que es como no haber amado nunca. »

– Jacinto Benavente

Cuando inicié en esto de la escritura (que para mí no es un oficio ni un placer, sino una válvula de escape para cegar mis impulsos suicidas), mis primeros lectores fueron todos mujeres.

Hay algo en mis letras, ignoro qué sea, que atrae al sexo femenino de una forma muy extraña. Quizás sea porque crecí pegado a mamá. O quizás porque de muy pequeño, mamá, secretamente (y no tan secretamente, existe evidencia fotográfica) me disfrazaba de niña. En mis blondos rizos ponía lazos y moños gigantescos, festivos y coloridos como los que se usan para envolver regalos. «Soy una nenita, soy una nenita», me decía mamá haciéndome muecas divertidas para que yo repitiese sus palabras. Por fortuna, era demasiado pequeño para hablar. Luego crecí, y gracias a la gracia divina de los Legionarios de Cristo y al fútbol (mi entrenador me gritaba en los partidos que no fuera marica, que metiera duro la pierna), terminé eligiendo el inocente fetiche de escribir historias ficticias que enviaba (y aún envío) por e-mail a personas que no conozco en vez de sacarle las tripas a las colegialas con moños en la cabeza que caminan solas por la calle.

Mi método, como creo haberlo mencionado ya en otros escritos, era el de tomar las cuentas de correos electrónicos que aparecían en las decenas de cadenas (láminas de Power Point con frases de Paulo Coelho y/o parábolas de la Biblia decoradas con fotografías de animalitos bebés, advertencias del Apocalipsis, mujeres desnudas en posiciones poco ortodoxas, etcétera) que llegaban diariamente a mi e-mail del trabajo. Así fue como logré hacerme de una base de datos inmensamente más grande que la base de datos de clientes que manejaba la empresa transnacional para la que laboraba.

Recuerdo vívidamente y con gran nostalgia el primer mail que recibí en respuesta a uno de mis escritos. No fue nada afortunado. Era de una mujer. Mi primera ex novia. Era un correo virulento y poco amigable donde me decía cosas horripilantes porque (según ella), tuve poco tacto al ventilar asuntos privados y vergonzosos de nuestra relación. El segundo y tercer e-mail (y los subsiguientes) eran también de mujeres. Mujeres que decían identificarse con las chicas chifladas que aparecían en mis relatos. De este modo y de a poco se fue llenando mi bandeja de entrada con e-mails de más mujeres de diferentes ciudades y nacionalidades que en mi vida había visto en persona. Y no fueron pocas las que dijeron sentirse retratadas y/o usurpadas sus identidades por las féminas desequilibradas que me inventaba en las historias que escribía cada semana.

Un día que me sentía miserablemente solo y poco afortunado en el amor (traducción: como cualquier día del año), decidí (grave error) hacer una inusual subasta entre mis lectoras. La subasta consistía en venderme como un producto exótico cual cachivache que se pone a la venta en ebay. Para mi sorpresa hubo ofertas de compra. La que recuerdo con más terror que nostalgia fue la de una lectora que me dijo: «Yo te compro». De inmediato me entusiasmé. «P.D. Pero en pedacitos», decía el final de su mensaje. Palidecí. Temí por mi vida y me refugié los fines de semana en mi habitación. En cada mujer que caminaba por la calle veía a una destripadora en potencia. Al mes, finalmente salí de mi confinamiento porque descubrí que era patética esa forma de comportarme. Poco probable era que algún día me topara cara a cara con alguna de mis lectoras. Y aun en el hipotético caso de que ocurriera este desafortunado encuentro, mi anónima identidad estaba a salvo, pues de la época prehistórica de que les hablo fue a principio de este siglo, cuando no existía el Facebook, paraíso de fisgones y asesinos seriales; sitio en el que por esas cosas misteriosas que tiene la vida virtual no dejan de aparecer cada cierto tiempo fotografías de mi poca agraciada persona, muy sonriente (acto que desmiente mi perpetua depresión) en escenarios que no recuerdo haber visitado nunca.

Pero no todos fueron encuentros desafortunados. Cuando mi paranoia había menguado, confiado y nuevamente seguro de mi mismo y de la larga vida que me esperaba por delante, un sábado por la noche, en la disco (lugar poco probable para toparme con una de mis lectoras, o eso creía) se me acercó una chica endiabladamente hermosa y me dijo al oído: «¿Rodri, das muestras gratis?». Probablemente ese haya sido el piropo más lindo y sucio que me hayan dicho jamás, pero de inmediato recordé a la destripadora que me quería comprar en cachitos y enmudecí como un imbécil; miré a la bella chica que tenía delante durante algunos segundos que me parecieron eternos (supongo que para ella también lo fueron, aunque disimuló con una sonrisa indeleble en el rostro) y salí corriendo de la disco como un loco. Sin decirle nada. Escapé.

Naturalmente (con el transcurso de los años y los avances tecnológicos) esa no fue la única oportunidad desperdiciada para acostarme con una mujer hermosa, o al menos eso es lo que dejan ver mis queridas lectoras en sus temerarias fotografías del Facebook. «Soy la del bikini verde», me dice una lectora en un mensaje, que de ser verdad sus palabras, es la hermana gemela de Gisele Bünchen. «Quiero conocerte en persona», agrega. Pensarán que soy un hombre afortunado, pero por cada hermana gemela de los angelitos de Victoria´s Secret se esconde una legión de chicas que aseguran, el día menos pensado (al menos para mí), escabullirse por la ventana de mi habitación y, mientras duermo, clavarme un puñal en el corazón para luego cortarse las venas sobre mi pálido y ensangrentado cadáver como muestra de su admiración y amor por los escritos tan lindos que escribo cada semana.

Más escritos en:

http://pildoritadelafelicidadladob.blogspot.com

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