Opinión Nacional

Escriba usted su historia

Antiguo y, al menos para mí de origen desconocido, el adagio que reza que la historia la escriben los vencedores. Si alguna duda hubiese sobre la validez de tal afirmación, los venezolanos somos el mejor ejemplo para confirmarla. Como hace tiempo no libramos guerras, ni siquiera batallas y las que se intentaron con el uso de las armas en los últimos cuarenta años fracasaron de manera estrepitosa, vencedores se sienten todos aquellos que logran alguna cuota de poder por la vía de los votos o bien del nombramiento en algún cargo público más o menos relevante. No han sido solamente los Presidentes que hemos tenido en estas cuatro décadas los convencidos de que la historia comenzaba con ellos sino también los ministros y otros altos funcionarios cuyas primeras declaraciones, al posesionarse de sus cargos, se orientaban en dos direcciones: cuestionar la gestión del antecesor y asegurar que con ellos comenzaba una nueva era de éxitos y realizaciones. Es lo que en nuestro medio se conoce como el Principio de Adán. Tanto es así que antes de la revolución bolivariana hemos tenido otras muchas: la educativa, la de la salud, la de la vivienda y, la más importante de todas, la de la lucha contra la corrupción. Los resultados de esa hiperactividad revolucionaria son harina de otro costal.

El lunes de esta semana nos dispusimos a presenciar desde la comodidad del hogar, la instalación de la Asamblea Nacional. Cuando un menudo señor que hace tiempo pintó canas se subió al puesto reservado al Presidente y se acomodó ante el micrófono, ya sabíamos quien era. Nunca lo habíamos visto ni siquiera nos sonaba su nombre pero la prensa escrita había informado que se trataba del más añoso de los parlamentarios recién electos, mérito suficiente para ocupar un sitial de honor en la historia que comenzaba a escribirse ese día. Pero allí no quedaba la cosa, el breve curriculo vitae del personaje se limitaba a destacar su participación, como capitán de corbeta que fue, en los frustrados golpes conocidos como el «Porteñazo» y el «Carupanazo». Después de tales gestas, la historia se lo tragó por casi cuarenta años hasta este glorioso come back del 14-8-2000. A medida que el discurso avanzaba la estupefacción iba en aumento, sobre todo por constatar de que manera es posible que los años pasen por algunas personas pero éstas no pasen por los años: Casi cuatro décadas, las suficientes para que alguien que haya nacido en aquellas fechas sea hoy una persona madura, graduada, casada, con hijos, con su vida organizada o al menos definida y sin embargo el mismo rencor, los mismos odios, las mismas argumentaciones y justificaciones del golpismo redentor y patriótico, el mismo marxismo jurásico, la misma distinción construida a la medida entre militarismo bueno y militarismo malo. Y, por supuesto porque eso no ha faltado en ninguna de las innumerables historias que se han escrito en nuestro país, la misma postración idólatra ante el héroe salvador de la Patria, él que está escribiendo una nueva historia, la mejor de todas. Aquello no dejaba de ser patético, una especie de fantasma que regresa de ultratumba para disfrutar de los quince minutos de gloria de los que hablaba Andy Warhol. Terminamos comprendiendo el criterio de selección que privó en el ánimo de los quintarrepublicanos, fue un acto de piedad.

Este gobierno menos que ninguno, iba a escapar de la tentación de reescribir la historia. Algunos de los antecesores del Presidente Chávez se cuidaban de respetar ciertas intocabilidades, al fin y al cabo se habían formado en la escuela puntofijista. En su propia historia reservaban unas pocas páginas para personajes y hechos insustituibles en la memoria colectiva. La singularidad de Chávez es la caída y mesa limpia. Como en el valsesito de Julio Jaramillo: “Mi vida comenzó cuando llegaste tú”. Y, sin embargo, mientras el capitán (R) desgranaba su memorial de agravios y su arsenal de resentimientos, el Jefe del Estado andaba por el Medio Oriente en una gesta promotora de los mejores y más luminosos tiempos de la OPEP. ¿ Y quién fue el padre de la OPEP? ¿Quién la impulsó hasta verla hecha realidad? Juan Pablo Pérez Alfonzo, no solo ministro de un gobierno de Acción Democrática cuando apenas despuntaba el Pacto de Puntofijo, sino además cofundador de ese Partido. ¿Y cuál presidente venezolano aprobó con entusiasmo la aparición de esa organización y la pertenencia de Venezuela a ella? Nada menos que Rómulo Betancourt, la bete noire del adequismo y del puntofijismo.

Ya a su regreso, en su disertación encadenada del miércoles 16, el Presidente embistió de nuevo contra los neoliberales que quisieron en el pasado y siguen queriendo privatizar a PDVSA. ¿Qué sería de este país, se preguntaba y nos preguntaba a todos, si el Estado hubiese sido despojado de esa empresa? Lo que no aparece en su historia particular es que el gobierno que la sacó de manos privadas para hacerla estatal fue el del entonces adeco Carlos Andrés Pérez, el mismo al que el capitán de corbeta (R) dedicó gran parte de sus anatemas y el mismito al que Chávez quiere ver condenado y preso. Por cierto y ya que hablamos de CAP, en días recientes apareció en la prensa un aviso pagado del Gobierno con una efusiva salutación a la Fundación (de becas) Gran Mariscal de Ayacucho en el 25° aniversario de su creación y con grandes elogios a su trayectoria y logros.

Escribir la historia es relativamente fácil, cuesta mucho más reemplazarla. Ya vimos cómo y en qué terminó, si es que terminó, el intento de instituir un nuevo programa educativo en él que salvo Pérez Jiménez y Chávez no hay ningún otro presidente digno siquiera de mención, para bien o para mal, en la segunda mitad de este siglo. Caramba, está bien que un muchachito de primaria no sepa de la existencia de otros gobiernos pero para desgracia del régimen esos niños tienen papás y en muchos casos abuelos y hasta bisabuelos, la historia oral cuenta mucho. Y estamos presenciando el atajaperros que se ha formado con el enjudioso libro de Instrucción Pre-Militar de la Profesora Marjorie Vásquez Diaz, una aprovechadísima discípula de Norberto Ceresole y del francés Chauvin y con nada oculta admiración por Adolf Hitler y su doctrina nazi. En ambos casos el Ministro de Educación, quien pasará a la historia por despistado, ignoraba los contenidos y hasta firmó sin leer. ¿Será ésa la verdadera historia o será un cuento?. Si el espacio lo permitiera trataríamos de introducirnos en las diferencias y semejanzas que hay entre historia y cuento, este gobierno nos llena de inspiración para hacerlo. Quizá lo intentemos en otra ocasión si es que antes el asunto no se hace del dominio general.

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