Opinión Nacional

Esopo en Cuba

El evangelio literario de la revolución cubana es Palabras a los Intelectuales, discurso de Fidel Castro en 1961. Del rosario de frases que entonces prodigó despunta una, ya célebre: Dentro de la revolución todo; contra la revolución, nada. Presentada como signo de amplitud, esta fórmula repite el código asfixiante del Realismo Socialista, que en nombre de Stalin impusieron Andrei Shdanov, Máximo Gorki y Alexander Fadaiev.

No sin razones, muchos intelectuales cubanos en el exilio observan sin conmoverse la reacción de sus colegas en la isla contra el come back de Luis Pavón, Armando Quesada y el inefable Papito Serguera, entre cuyas obras tuve la paciencia de leer un canto a la revolución “desconocida” del carnicero etíope Menhistu. Invocando el discurso de Fidel, la Unión Nacional de Escritores y Artistas Cubanos quiso “gobernar” el rechazo generalizado contra el retorno de quienes dirigieron la cultura durante el quiquenio gris (1971-76) Tiempo en el que padecieron hasta la ignominia no solo los intelectuales sino los gay, los disidentes y hasta quienes, aún siendo comunistas, explanaron alguna inocente inconformidad.

Pero resulta que Pavón, al frente del CONAC y Serguera, de ICRT, justificaban sus tropelías apoyándose en Palabras a los Intelectuales. UNEAC relievaba la primera oración: dentro de la revolución, todo. Y Pavón, respaldado por el poder, la segunda: contra la revolución nada. El sórdido quinquenio no regresará. El intento de refrescar a sus capitostes provocó un atajaperros, incluso dentro del oficialismo. Que UNEAC pretenda encauzar-moderar la protesta, es una muestra de que no puede aplastarla. La lava no irá lejos, pero el humo asoma en el cráter.

Se aprecian coincidencias con el Deshielo soviético (título de una novela de Ilya Ehremburg) que también fue retenido –aunque no su metástasis- dentro del sistema. De esos polvos emanó la pudrición interior del socialismo real. Los intelectuales no fueron –conforme a la grotesca definición de Stalin- los “ingenieros del alma”, comprometidos con el partido comunista, sino el caldero donde afluyeron las esperanzas colectivas, el anhelo de cambio, el espíritu renovador. A la muerte de Stalin todo salió a la superficie pero pronto la ortodoxia gubernamental sofocó el peligro aunque –como acaba de ocurrir en Cuba- sin regresar de pleno al siniestro pasado. Fadaiev se suicidó. No es casual.

El Deshielo soviético, no obstante su espíritu emancipador, obligó a los escritores a medir sus palabras, a hablar en forma cifrada y fabulada, como Esopo. Imposible no interpretar en forma parecida los escarceos cubanos, desde Padilla, Piñera o Lezama Lima hasta nuestros días, aunque haya voces que hablan como torrentes cristalinos. La emancipación literaria soviética tomó cuerpo y se hizo visible a la muerte de Stalin. Jruschov – quien fuera un acólito del tirano- procuró la alianza con Solszenitsin y Yevtuschenko para luchar contra la ortodoxia. Finalmente perdió pero Esopo siguió su obra, hasta vencer con la Perestroika. ¿Con la muerte de Fidel ocurrirá lo mismo en Cuba? Es difícil olvidar que tras el quinquenio gris estuvo Raúl, y que el vergonzoso trío haya reaparecido cuando el cuatriestrellado se afirma en el poder, pero la vida es tan ingeniosa e inesperada que no sería imposible verlo repitiendo la jugada de Nikita, en un pacto con los escritores disidentes. ¿Una perestroika cubana? Que Raúl sobreviva o sea rebasado por el huracán que se desataría, es una incógnita interesante.

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