Opinión Nacional

¿Estado Buhonero?

La pregunta sorprende, no por la aparente irracionalidad que en ella se evidencia, sino por la sospecha afirmativa de los hechos que parecen cada día más responderla.

La informalidad ha pasado a ser parte constitutiva de la cotidianidad económica, social y jurídica de Venezuela, y su papel como válvula de escape a la incapacidad del modelo económico vigente de crear y fortalecer el sector productivo formal, es sin duda obvio. El buhonerismo es, por supuesto, la manifestación más palmaria de la economía informal; la arquitectura urbana de la mayoría de las ciudades venezolanas y latinoamericanas es un amasijo de formas, construcciones y colores en el cual los tarantines, alfombras y mesitas buhoneriles en las aceras son ya pieza orgánica de una nueva estética urbana posmoderna.

No obstante, la permanencia y aumento del sector informal y la ausencia de salidas, de respuestas, de políticas o acciones oficiales para atacar este y otros graves problemas, vislumbran un horizonte oscuro para la edificación de un fuerte tejido empresarial y productivo cuya formalidad pueda facilitar la inserción del país en el nuevo escenario económico global.

Castells y Portes (1989) han definido al sector informal como aquel que incluye a todas las actividades redituables que no están reguladas por el Estado en entornos sociales en los que sí están reguladas actividades similares. Sin ahondar en las elaboraciones teóricas o hipótesis explicativas alrededor de lo informal, lo único cierto es la permanencia de una tendencia a la descapitalización, a la desinversión y a la desindustrialización de la economía venezolana producto de una crisis cuyas raíces, ciertamente, se remontan a finales de los años 70, pero que parecen haberse robustecido y enterrado mucho más durante el actual “intento” de gobierno.

De cada 100 trabajadores, 50 están en la economía informal, 20 están desempleados, 20 se ubican en el sector privado y 10 en el sector público. El 70% de la población económicamente activa venezolana no vive, “sobrevive” en la llamada economía subterránea. Y el mito de que lo informal era exclusivo de aquellos sectores desposeídos o sin educación formal se derrumba, ante las cifras de Datanálisis (febrero 2003) según las cuales 40% de los trabajadores informales pertenecen a la clase media (o a lo que queda de ella, gracias a la eficiencia revolucionaria.)
Así pues, caracterizar a la informalidad, escudriñar en las razones o factores que influyen o han influido en su surgimiento, evolución y permanencia en la economía venezolana, excede el espacio y la intención de estas líneas, dada la complejidad del fenómeno y su estructuralidad como problema.

Sospechamos, sin embargo, que la informalidad no se limita sólo a esa presencia odiosa para muchos, conveniente, para otros, de los miles de buhoneros y comerciantes vegetando en las calles y aceras de Venezuela. La informalidad se hunde en las profundidades de la estructura sociocultural de un grueso sector de la sociedad venezolana, poco dada a las formalidades y al protocolo, viviendo al día, aplicando la filosofía del como vaya viniendo vamos viendo, de la cultura del compadrazgo, del incumplimiento de la Ley, de la viveza criolla, de quien prefiere comprarse el “numerito” de la lotería antes de ver si hay comida en la despensa, y que confía más en Hermes o Adrianna Assiz que en el trabajo como seguros ductores del destino personal y familiar.

Para muchos, vivimos en un “país sincrónico”, en el cual se gobierna, se gerencia, y se logra ascender y ser alguien según la cercanía, relación o posesión de una “palanca”, de cuyos cambios depende el éxito o el fracaso. Aquello del conocimiento y la educación como pilares del éxito societal en el mundo de hoy, queda apenas como mera declaración o discurso académico.

Varias tesis gravitan en torno quizá a la única neurona que aún sobrevive en la dirigencia económica chavista: la riqueza es mala; la pobreza es buena; este gobierno es de los pobres; la idea no es que todos puedan estudiar, tener un trabajo estable o ser emprendedores con una mejor calidad de vida, en fin, ciudadanos productivos. No. La tesis revolucionaria plantea la “democratización de la miseria”; seamos todos pobres, porque los pobres si son el soberano; lo demás es oligarquía e imperialismo, porque quien aspire a mejorar su condición y la de su familia es un golpista y un fascista.

La historia económica venezolana, y en cierta forma mundial, refiere a varias etapas del modelo estatal, correspondientes a su grado de participación en la economía. Estado Liberal, Estado Interventor, Estado Empresario y Estado Regulador, son algunos de los calificativos que se han empleado para ilustrar el papel del Estado en el proceso económico, social y político.

La disolución progresiva de la institucionalidad, la corrupción y el tráfico de influencias como expresiones del secuestro del Estado por grupos partidistas o delincuenciales con intereses particulares, se resume en la siguiente cita de Alejandro Portes: “Esta ‘marketización’ del Estado no representa tanto el triunfo de la economía informal como la eliminación de la distinción entre los dos sectores. En una situación en la que el Estado no regula nada porque está a merced de las fuerzas del mercado, no existe economía formal. Por lo tanto, la distinción formal-informal pierde sentido, ya que todas las actividades económicas cobran un carácter próximo a aquellas denominadas informales.”
¿Asistimos a la conformación de un Estado Buhonero en Venezuela, ante la informalización de las instituciones y la economía nacional? Ojalá el futuro (si es que todavía cabe el término) pueda desmentirnos y hacer que esta pregunta no tenga sentido. Por ahora, le dejamos a ud. la tarea de responderla.

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