Opinión Nacional

¿Existe Venezuela?

La palabra, transporte de la razón, vinculo maravillosamente humano con la realidad, deviene escurridiza, cuando el asombro derrumba a cada segundo el significado que alguna vez le atribuimos.

La pregunta, en apariencia estúpida, simboliza el desespero de quien siente transitar por un túnel de mil entradas y mil salidas, en el que la razón, aunque mayoritaria en las neuronas de la conciencia, parece secuestrada por un grupúsculo de agentes del cinismo.

Pienso, luego existo. Protesto, luego marcho. Miento, luego sobrevivo. La obstinación ante la arbitrariedad, la orfandad institucional, la autocracia y la ignorancia emboinada es hoy un nudo en la garganta de la mayoría de los venezolanos. O en todo caso, de los venezolanos de este lado de la realidad.

¿Existimos quienes sentimos repulsiones nauseabundas cuando escuchamos al señor Chávez evadir su circunstancia, ser juez y parte, defender a un asesino sin que nadie se lo haya pedido, o somos acaso un espejismo en el desierto de otra dimensión?

¿Existen los buques petroleros anclados en la dignidad de las costas de una Venezuela que se niega al gobierno de la barbarie y el anacronismo, o son acaso barquitos de papel en la inocente hora de juegos de un niño cualquiera?

Albert Einstein convulsiona en algún agujero negro del firmamento científico al observar el uso de su teoría de la relatividad, que ha saltado del papel y las fórmulas matemáticas al discurso y a la vida de un país al norte del sur. Viajar en el tiempo no es más el argumento de una película hollywodense, o el más acabado anhelo científico del hombre jugando a ser Dios. Rescribir el significado del Tiempo y del Espacio, es hoy probablemente el principal trabajo, el último y patético trabajo de este desgobierno.

No existimos hoy, aquí y ahora. Existimos una y tantas veces, en tantas dimensiones como imaginación resida en la atrofiada masa cerebral de quienes se empecinan en no ver la realidad.

De tal suerte, no es esa la diputada a la Asamblea Nacional de la República Iris Varela la que se escabulle en la penumbra de la impunidad montada en una moto, arengando a otros sujetos armados y violentos a destrozar la fachada de un canal de televisión; no. Desde otra dimensión, ella no es más que una excelsa militante de la orden de la Madre Teresa de Calcuta montada en una moto en plan de catequización anti-televisiva, junto a un rebaño de corderos pacíficos y obedientes. Ese no es el primer mandatario en Aló Presidente, celebrando la flagrancia de una declaración en la que gozoso, da cuenta de las instrucciones a sus comandantes de guarnición para que conviertan las decisiones del Poder Judicial en el más absoluto papel “tualé” de la revolución. No. Esa imagen no es más que una imagen remota de un mandatario de otro país de otro continente que elucubra lo que no debe hacer, que acata y respeta la Ley y que gobierna para todos. Atravesando un umbral dimensional y paralelo, descubrimos tal vez que Chávez no es más que un sueño de si mismo, sueño que hoy se ha tornado en sudorosa y terminal pesadilla para la paz institucional de la nación.

Acudo en pleno ejercicio ciudadano a tocar una cacerola, junto a unos centenares más de vecinos, frente a la XIII Brigada de Infantería del estado, como protesta sonora ante la partidización y la arbitrariedad que ha carcomido algunos sectores de su seno por obra y gracia del actual régimen. Niños y ancianos, en su inocente condición, acompañan el ímpetu juvenil y cívico de la multitud. Las cacerolas entonan el himno de la más hermosa resistencia democrática, la música de una conciencia antes aletargada, pero hoy más despierta que nunca. Absortos, la respuesta de los hombres de armas, encargados del resguardo del territorio y con él, de sus habitantes, la enarbolan dos cornetas que vomitan aguinaldos y villancicos. Pero quizá esa no es la realidad.

Quizá somos una pesadilla en el sueño de un soldado que cumple con su deber, en otra dimensión. Quizá no existimos, y somos un puñado de bites y pixels en el dispositivo de realidad virtual de José Vicente, en el entrenamiento para una guerra psicológica en la que él parece ser la única víctima.

El paro no existe. Así como tampoco el fracaso de una gestión que como ninguna, contó con las esperanzas de un país que imaginó un futuro mejor. El respeto al gobierno es sólo un chiste mal contado. La autoridad del Poder Ejecutivo es una sombra que se desvanece en cada decisión que hunde cada vez más a los últimos defensores de la “revolución”.

¿Existe Venezuela? La respuesta está hoy en las calles y en las costas del país. La respuesta son estas palabras que usted esta leyendo y que le avisan que estamos aún en una dimensión espacial y temporal en la que la violencia, la ignorancia y el fanatismo son apenas un mal recuerdo, jamás olvidado por la mayoría ciudadana y democrática de un país que se niega a perder su futuro.

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