Opinión Nacional

Explosión social

Durante su primera candidatura a la presidencia de la república, Hugo Chávez afirmaba, para promocionarse, que solamente su triunfo podría evitar una explosión social en Venezuela. Esto lo repitió después en todos los comicios. Hoy en día, en vísperas de las elecciones parlamentarias del 26 de septiembre, el mismo razonamiento se puede aplicar en contra de él. Porque ahora sólo la derrota del partido gobernante podría evitar el tan temido estallido social. O, lo que es lo mismo, solamente el triunfo de la oposición democrática permitiría tener un clima de paz y estabilidad en el país.

El argumento del candidato era que los venezolanos vivían en condiciones precarias y debían enfrentar un deterioro acelerado en sus niveles de vida, sin que se vislumbrara una salida política pacífica, porque un grupo social reducido monopolizaba la conducción del país. Tales minorías, en las cuales incluía indistintamente a políticos y oligarcas, harían todo lo que estuviera a su alcance para perpetuarse en el poder y conservar sus privilegios y posibilidades de enriquecerse. Según decía, esos grupos dirigentes habían permanecido totalmente indiferentes a los padecimientos de las grandes mayorías y no tenían la más mínima intención de emprender las reformas necesarias para mitigarlos, ni para devolver a los venezolanos la dignidad que habían perdido. Por ello, sólo si alcanzaba el poder una alternativa pacífica pero radical podía desactivarse la bomba de tiempo que se había montado en los últimos años de gobierno y evitar la violencia.

Quizás el discurso anterior pecaba de exagerado y hubieran podido existir salidas diferentes a la única que ha propuesto siempre Hugo Chávez: él mismo.  Pero es difícil saberlo. Porque esa primera vez Chávez efectivamente ganó las elecciones y fue elevado a la presidencia de la república. Este mismo hecho sembró dudas, sin embargo, sobre si el sistema entonces existente era tan opresivo y excluyente cómo él lo pintaba.

Puede apreciarse, particularmente si el lector tiene la paciencia de releer el párrafo trasanterior, que todos los rasgos negativos que el candidato del MVR achacaba a la que bautizó como cuarta república se aplican a la quinta, corregidos y aumentados. Muy en particular la tendencia a marginar a quienes se le opongan.  Aunque se trata de una inclinación presente en casi cualquier movimiento político, en el actual gobierno de Venezuela ha adquirido dimensiones patológicas. Sustituya usted las palabras “políticos y oligarcas” por “militares y boliburgueses” y el asunto se aclara.

Actualmente, una camarilla, por no decir una persona, monopoliza el poder público e intenta perpetuarse en él, al punto de haber modificado la constitución nacional para lograrlo. Todo aquel que no sea entusiasta de ese proyecto queda excluido, cuando no perseguido, y las expresiones de crítica o disconformidad son acalladas. Se ha dejado a la buena de dios las promesas de reformas y los problemas reales de salud, seguridad, infraestructura, energía, educación y alimentación. Por ello, el sentimiento de opresión es mayor que en cualquier otro momento del último medio siglo. El descontento representa una bomba de tiempo y la única manera para desactivarla pacíficamente es el voto. Esto es, una manifestación de la voluntad popular que signifique un cambio en la dirigencia o al menos un equilibrio de poderes.

Porque, efectivamente, cuando a una sociedad se le cierran todos los caminos de acción para realizar las reformas que considera necesarias para avanzar, o al menos para evitar la injusticia, no puede evitarse el estallido. Al igual que, cómo observara alguna vez el líder democrático costarricense José Figueres, cuando a las llamas del altiplano se les carga en exceso agreden escupiendo. Si no hay válvulas de escape es casi inevitable la explosión y no puede preverse que formas adoptará ni cuales serán sus consecuencias.

Las explosiones suelen ser violentas. Pueden ser de izquierda o de derecha. La autocracia zarista condujo a la revolución soviética, mientras que el tratado de Versalles y la hiperinflación alemana fueron el caldo de cultivo para advenimiento del nazismo. En otros casos, provocan simplemente la anarquía y en ocasiones el pillaje. Para evitar que una de esas explosiones imprevisibles suceda en Venezuela en el futuro próximo resulta necesario que funcione la única válvula de escape que nos queda: que el voto ponga un freno a las tentaciones anti populares y autocráticas de las camarillas cívico militares que pretenden monopolizar el poder en desmedro del resto los venezolanos.

Por ello, para evitar la explosión social, hasta al gobierno le conviene que en las elecciones del próximo 26 de septiembre las fuerzas democráticas tengan una muy alta votación. En caso contrario, el status quo corre peligro.

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