Opinión Nacional

Festival de la retórica.

En estos días se lleva a cabo el decimosexto Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes. Venezuela es sede de tan singular evento, cuyo pomposo nombre, para nada reñido con la propaganda del gobierno -según se observa en la semana que transcurre-, podría sonar a reunión cargada de esperanzas, de frescura, de juventud crítica y con verdadera vocación por combatir la barbarie en cualquiera de sus manifestaciones.

Pero de entrada, sólo por el mero hecho de encender un rato el canal que el gobierno se metió en el bolsillo como si fuese suyo y darme de nariz con la inauguración del fulano evento, capto enseguida: se trata de un guion repetido, el chasquido hueco que la izquierda olvidadiza y poco dada a aprender sobre la marcha (Petkoff dixit) desarrolla con fidelidad impecable, con ánimos dignos de mejor causa.

Veamos: entre sus consignas, no exentas de las infaltables alabanzas a Fidel Castro y a Chávez, están aquellas contra el imperialismo, la guerra y a favor de la democracia y los derechos humanos. Muy hermoso, muy noble, muy “progre” y todo lo que usted quiera, pero también muy vacío y cuando menos muy hipócrita. Aquí mismo, en las entrañas de la dupla Caracas-La Habana bien pudieran, si quisieran abrir los ojos estos cándidos jóvenes, percatarse de una realidad no por ajena a sus deseos menos contundente. En Venezuela no hay instituciones al servicio de los ciudadanos sino postradas ante el Ejecutivo, no existen poderes públicos independientes, la democracia cojea de los dos pies, los indicadores (económicos, de salud, de seguridad en la calle) están al rojo vivo. En vez de un estadista tenemos al mayor megalómano de nuestra historia, un maestro en el arte de la demagogia, del populismo, del manejo artero del carisma. ¿Qué esperar de un discípulo de Castro? Sin embargo, en el decimosexto Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes nada se dirá al respecto. Nada de nada. Nada de un gobierno que apuesta cada día con más fuerza al militarismo. Nada de un gobierno manirroto que usa en la región su fuerza petrolera con dientes de lobo imperialista. Nada del discurso acartonado contra el neoliberalismo y demás sandeces parecidas mientras entrega con descaro la plataforma deltana.

Los jóvenes del Festival, seguramente, despotrican con razón de dictaduras y genocidas que en el mundo ha habido. Pero de la Cuba de Castro, ya en estos días con la triste marca de dictador más longevo de América, ni con el pétalo de una rosa. ¿Qué dirá la delegación cubana? ¿Qué traerá como temas fundamentales para el debate? ¿Cuáles serán sus ideas y sus señalamientos en relación con la democracia y los DDHH, temas de discusión en el Festival? ¿Qué tendrá que argüir el resto de los convidados? Parece que la ideología fuerza las cosas, al punto de que uno se encuentra con gríngolas esparcidas a los cuatro vientos. Se ve lo que se quiere ver. Se escucha lo que se desea escuchar. Allá están los malos, aquí adentro, en el Festival de los dieciocho millardos que ni corto ni perezoso el gobierno se apresuró en dar, los buenos.

Si tal es la juventud que llevará en pocos años las riendas del mundo, pobre mundo. Repito, a este encuentro mundial lo noto harto de contrasentidos. Se aprobarán documentos, se arrojarán bocanadas de fuego apoyando gobiernos libremente electos, pero silencio en torno a Cuba o Venezuela. Es un Festival ideologizado, uno en el que sus participantes se llaman progresistas básicamente porque espetan frases hechas y aplauden al dictador isleño. El libreto sigue intacto. Aquí no ha pasado nada.

¿Cuál es la credibilidad de una reunión con semejantes credenciales? A mi juicio, ninguna. Más de lo mismo, más tiempo invertido en jolgorios con muy pocas ideas, más dinero que se va por el desagüe cuando pudo haber servido a una mejor causa.

Y lo que produce más tristeza es que rebosa juventud, rebelde por naturaleza pero también, si existe disciplina y rigor, estudiosa y dispuesta a romper con ciertos lastres. Aquí uno ve copias al carbón, momias del pasado, fósiles de pieles tersas en pleno siglo veintiuno. Con jóvenes tan decididos a ser lo que sus padres fueron no comulgo. Con jóvenes tan jóvenes como los abuelos que soñaron -y se equivocaron-en la década de los sesenta, tampoco voy muy lejos. En fin, que el festival de la retórica anda lleno de piñatas, insuflado de consignas, grueso de fantasías, impregnado de ideas, chorreante de quehaceres. Lástima que sean una repetición, lástima que sean lo mismo de siempre.

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