Opinión Nacional

Francisco de Quevedo(1580-1642)

“No he de callar, por más que con el dedo,
ya tocando la boca, o ya la frente,
silencio avises, o amenaces miedo.”

LA VOZ DEL POETA SIN OTRO

Como poeta es Quevedo una de las más geniales figuras del Siglo de Oro. Acaso nadie, fuera de su rival y secreto cómplice, Góngora, ha paladeado el castellano, el peculiar sabor de cada palabra y de cada sílaba como Quevedo. Sus maestros fueron la cátedra y la calle; tuvo poderosos valedores y enconados enemigos, de allí que sus aposentos alternados fuesen la cárcel y el palacio. Porque amaba la vida como el que más, nadie como él escribió sobre la muerte. Nunca fue hipócrita. Poeta inigualado, en días de Lope, Góngora y Cervantes, cuando hacían versos –como se dijo- desde el rey hasta los ciegos cantadores de coplas, y fue también un gran satírico en aquellos días de pícaros geniales.

Francisco de Quevedo y Villegas nació en Madrid el 17 de septiembre de 1580. Su padre era el secretario de la reina Ana de Austria, cuarta esposa de Felipe II, y su madre, dama de honor de la misma. Estudió primero en el Colegio Imperial de Madrid regentado por los jesuitas, y luego cursó la licenciatura en Artes en la Universidad de Alcalá de Henares (1596-1600). Siguiendo a la Corte fue a Valladolid, donde estudió Santos Padres y Teología, e igualmente siguiendo a la Corte, regresó a Madrid, donde permaneció, salvo algún pretexto, entre 1606 y 1613, año que marchó a Italia.

Fue en Valladolid y en 1603 cuando el poeta antequerano Pedro Espinosa recogió matinales para la antología que el preparó de las Flores de poetas ilustres de España; incluyó en ella unos diecisiete poemas de Quevedo, testimonio de la fama que se había granjeado ya un poeta que apenas tenía veintitrés años de edad.

La década de 1603 a 1613 fue para Quevedo una época de actividad literaria tan fructífera como diversa. Compuso su única novela, La vida del Buscón; cuatro Sueños y diversa sátiras breves en prosa; obras de erudición bíblica como su comentario Lágrimas de Jeremías castellanas; de investigación histórica y lingüística como la España defendida; y de tema y práctica política, como el Discurso de las privanzas. También escribió poesía de índole igualmente variada como la prosa.

En Sicilia invitado por su amigo Pedro Téllez Gómez, duque Osuna y virrey de aquella isla, Quevedo se dedicó a la actividad diplomática y política, sirviendo al duque de confidente y de consejero, haciendo numerosos viajes a Madrid como encargado de los negocios de Sicilia y más tarde de los Nápoles, adonde había sido promovido el virrey.

En 1620 el duque de Osuna perdió el favor del rey, y fue encarcelado; también Quevedo sufrió dos veces prisión por su s actividades como agente del duque, en 1621 y 1622. De allí en adelante se dedicó a las letras sin dejar de tomar parte en la política. Completa la serie de los Sueños; escribió tratados políticos, Política de Dios; morales, Virtud militante, y dos sátiras extensas Discurso de todos los diablos y La hora de todos. Tomó parte muy activa en la controversia sobre el patronato de España, Memorial por el patronato de Santiago y Su espada por Santiago, 1628, sufriendo de nuevo prisión. Posteriormente sacó a la luz nuevos tratados morales, La cuna y la sepultura, y otros políticos, Carta al serenísimo Rey de Francia.

Entre 1620 y 1639 pasó Quevedo largas temporadas en su señorío dela Torre de Juan Abad. Acusado Quevedo de ser el autor de un memorial contra el conde-duque de Olivares, aparecido bajo la servilleta del rey, el privado le mandó a encarcelar y es detenido la noche del 7 de diciembre de 1639 y llevado preso a un nuevo y húmedo calabozo de San Marcos de León, donde permanece hasta la caída del conde-duque de Olivares (1643). Viejo y enfermo, se retira a la Torre de Juan Abad . En enero de 1645 marcha a Villanueva de los Infantes, provincia de Ciudad Real, donde muere el 8 de septiembre.

Desde los años de la estancia de la Corte en Valladolid los poemas de Quevedo fueron tan populares que los lectores hacían copias manuscritas y se las pasaban de unos a otros. Como en la prosa, la lengua poética de Quevedo es rica de originalidad y de agudeza y típicamente barroca; en ella se da un gran lujo de figuras gramaticales y literarias. Si no es el creador del conceptismo no cabe duda que Quevedo es su máxima figura. Y como dijo en su última y bella canción: “No hagas de otro caso / pues se huye de la vida paso a paso; / y en mentidos placeres / muriendo naces, y viviendo mueres”.

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