Opinión Nacional

Fusibles y secuaces

La ineptitud de Chávez y sus secuaces es insuperable. No hay un aspecto de la vida venezolana en el cual haya intervenido el régimen actual donde no hayan demostrado su terrible incapacidad para gobernar.

Ningún ministro ocupa su cargo en razón de sus méritos y conocimientos (que algunos los tendrán) sino porque actúan anteponiendo los deseos del jefe a las necesidades del país. Son secuaces porque ninguno tiene opinión propia. Ninguno se rebela ante la desmesura y la perversidad de las decisiones del mandamás.

Dentro del grupo que disfruta del poder en Venezuela, no hay debate que vaya más allá de la discusión por el reparto de contratos, licencias de importación, prebendas, canonjías, comisiones, asignación de dólares de Cadivi, embajadas, representaciones en compras de armamento u otros equipos para el Estado y demás oportunidades para enriquecerse a ritmo supersónico en estos días del socialismo ignoto del siglo XXI.

Al lado de la impericia está el oportunismo y la corrupción pero también la indigencia ideológica, programática. Nadie sabe de ningún pleito por ideas, por principios o por programas dentro del chavismo. Todo se reduce al mero control de posiciones burocráticas estatales o partidistas para mantener clientelas particulares y aumentar el patrimonio de los jefes, sean viejos chantajistas, novísimos chavibanqueros o jóvenes burócratas.

Los consejos de ministros que cada tanto forman parte de la programación televisiva muestran la obsecuencia de esos empleados nuestros (a quienes pagamos muy bien). Ningún ministro toma la palabra si no es para hacerle una carantoña a su líder: reírse de sus pésimos chistes o aplaudir su verbo procaz. Ni siquiera son útiles cuando, fingidamente, Chávez les pide un dato conocido hasta por el más desinformado ciudadano. Es una muestra de su sacrificio por el país.

Esos ministros, sin argumentos para parar el desquiciamiento en la cabeza de la administración, podrían servir para ser relevados prontamente de sus funciones, como fusibles quemados que se reponen con otros nuevos. Así podrían dar paso a personas experimentadas y con ganas de cambiar el paisaje burocrático que nos lleva al desastre. Pero no, es tanta la complicidad y las cuentas torcidas en el manejo del dinero público que los mismos nombres se eternizan en los cargos o acumulan más posiciones.

Cuando se incorpora a alguien nuevo, se hace tarde y mal. Allí está el caso del ex ministro de Energía Eléctrica, nombrado cuando ya había estallado la crisis. Ángel Rodríguez, un modesto sindicalista (de quien todos supimos robaba la luz para su vivienda en Puerto La Cruz), duró pocos días en el cargo para el que no estaba preparado. Chávez lo escogió como tapadera de la improvisación y la irresponsabilidad de los inamovibles Alí Rodríguez y Rafael Ramírez, ministros de Energía de los últimos nueve años.

Ángel Rodríguez pagó las culpas ajenas, con el añadido castigo de no poder volver a su curul de diputado porque la Constitución se lo prohíbe. Un cambio de fusible equivocado. Los secuaces continúan en sus cargos.

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