Opinión Nacional

Gobierno Ideal

Hay un pasaje en la vida de Albert Einstein sobre los problemas que afrontamos donde él observaba que éstos no pueden solucionarse en el mismo nivel de pensamiento en el que estábamos cuando los creamos, pues es muy posible que se hayan agudizado tan complejamente que no podrán resolverse con la misma facilidad o superficialidad a como fueron generados. Hemos insistido desde hace un buen tiempo que nunca se debe anteponer lo inmediato sobre lo importante. Suele casi siempre ser muy riesgoso querer dominar a toda costa y en eso fallamos la mayoría de las veces ante una situación determinada, mas por una reacción o necesidad urgente que por una razón justificada e importante. Si tratamos de imponer nuestro criterio sin tomar en cuenta el de los demás, o peor aún, si solo propiciamos nuestro propio éxito y no el ajeno y hasta fundamentamos de alguna forma su fracaso, esto no es mas que una conducta equivocada en las relaciones interpersonales, pues como señala Stephen R. Covey: “Es fútil poner la personalidad por delante del carácter; tratar de mejorar las relaciones con los otros antes de mejorarnos a nosotros mismos”, entendemos entonces claramente que es necesario estructurar en la mente el imperativo de la ganancia mutua, de los riesgos y beneficios compartidos de manera que todos nos sintamos bien por las decisiones aprobadas, adoptando éste hábito sistemáticamente como algo rutinario y que represente genuinamente también las aspiraciones de la gran mayoría.

Nada de lo que hoy pedimos que se haga o se cambie; ningún reclamo que se plantee en cualquier escenario se concretará definitivamente, si nosotros mismos no estamos convencidos internamente en un cambio sincero y superior en donde midamos objetivamente nuestra verdadera capacidad y potencial, respetando por supuesto los argumentos y actitudes del otro, aunque en un momento no lo compartamos pero dejando siempre abierta la puerta a un entendimiento responsable y justo.

Tal vez como individuo no tenga la posibilidad de cambiar al mundo, pero de lo que si estoy seguro es que solo yo puedo cambiar mi mundo y de alguna manera generar poco a poco una reacción en cadena favorable alrededor de mi entorno y que luego se extienda más ampliamente. Si por ejemplo quiero ser feliz en mi matrimonio o exitoso en mi empresa, debo generar energía positiva y eludir la negativa, debo del mismo modo retar a cada instante mi habilidad e inteligencia para mantenerlas en constante ejercicio y en óptimas condiciones. Vencer las dificultades por sencillas o simples que éstas parezcan muchas veces nos consume y nos detiene la marcha, pero no por ello dejamos de luchar y avanzar pues en la rutina de la vida caemos y nos levantamos para seguir caminando, por lo que el problema no es caer sino levantarse cada vez. Cuídate entonces de aquel que nunca ha caído, porque jamás sabrá levantarse. El ejercicio del gobierno en su aspecto estrictamente político y social no difiere mucho de las responsabilidades que asumimos específicamente en un matrimonio común. En el primer caso se trata de un compromiso adquirido entre los representantes del poder público (poder derivado constituido) y quienes los elegimos voluntaria y libremente (poder originario o soberano) mediante el ejercicio diario y sistemático de acciones simples o complejas, inmediatas o mediatas que satisfagan las necesidades de toda la colectividad sin restricciones de ninguna índole, es decir, el gobierno dirige su gestión a todos los ciudadanos por igual y no a una determinada parcialidad o a un interés particular. En el segundo caso resulta exactamente igual entre los contrayentes, pues no imaginamos un matrimonio feliz en donde cada cónyuge haga lo que le venga en gana y no atiendan las necesidades del hogar y de los hijos en todos los aspectos. Será muy, pero muy difícil ser un mal padre y por el contrario ser un buen Presidente, Gobernador, Ministro, Alcalde, Gerente, etc., o lo que es igual, nunca habrá entonces un gobierno o matrimonio buenos con ciudadanos o hijos infelices. Por eso, el gobierno que yo quiero es aquél que me estimule a participar con su ejemplo y rectitud, aquel que primero hace cosas buenas y luego las proclama. Yo quiero un gobierno que me quiera de verdad para corresponderle igualmente, aquel que me proteja y de cobijo a mis carencias cuando lo necesite, para luego prodigarle mi respeto y solidaridad cuando lo agobien. Quiero a un gobierno como a un buen padre de familia donde su autoridad siempre esté presente, aunque él esté ausente, que valore con justicia y juzgue sin pasiones, que deseche el conflicto y la confrontación y procure el entendimiento y la paz; en fin, yo quiero un gobierno que me de felicidad, bienestar, respeto y sobretodo que me tome en cuenta como ciudadano.

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