Opinión Nacional

¿Gratis?

AIPE- Si existe algo realmente deleznable de la fauna política que ha sufrido y sigue padeciendo Venezuela es el uso inapropiado y manipulador de las palabras. La palabra «gratis» la tienen estos señores en la punta de la lengua, y con ella trajinan perversamente la mente de los ciudadanos. Y a esta escribidora de oficio/ciudadana en ejercicio se le eriza la piel cada vez que la lee en textos o la escucha en discursos grandilocuentes. Cuando nos hallábamos en pleno proceso constituyente (uno más de nuestra larga lista), el inefable «gratis» apareció por todas partes. Algunos alzamos la voz tratando de corregir un error ya incrustado en nuestra tradición populista. Fuimos, por supuesto, acusados de insensibles, de malucos, de infames. Convenía a los políticos -y los constituyentes lo eran- volver a incluir la palabreja en nuestra novísima Carta Magna. Y así, la quinta república y la flamante República Bolivariana de Venezuela, nació con los defectos de las anteriores repotenciados.

«Gratis» es un personaje inventado en una mala novelita de mucha circulación y de discutibles virtudes. «Gratis» no existe y es en realidad un pernicioso invitado a la fiesta democrática. Por ello me molesta tanto que se enarbole la gratuidad como una conquista social, cuando no pasa de ser un vil truco.

Fui invitada recientemente a un programa de radio. El otro convidado era el profesor Carlos Lanz, padre del Proyecto Educativo Nacional que está propulsando el sector oficial. El tema a debatir era, claro está, la Educación. Y, como era de imaginarse, el asunto de la gratuidad fue entrada, plato principal y postre en el menú de la conversa radioeléctrica. Ante la airada defensa del Prof. Lanz al derecho constitucional a la educación gratuita, me fue necesario reiterarle que como él muy bien sabe (que tampoco nació ayer) que no es cierto que la educación, o la salud, o la seguridad, y tantas otras cosas, sean gratuitas en Venezuela. Que bien que la pagamos, pues se sufraga con dineros provenientes de los ingresos de la operación de este Estado Empresario que sufrimos. Al señor Estado le hemos dado los ciudadanos (algunos a regañadientes) la administración de nuestros bienes. A cambio, el Estado nos tiene que dar, por lo menos, una educación de calidad, para todos. Porque todos somos los dueños del petróleo y otras fuentes de riqueza. Es decir, la educación la pagamos. Que el Estado lo está haciendo mal, cada vez peor, sólo agrava la situación.

Gratis significa que no tiene costo, que es un regalo. Y aquí pagamos todo, a precio de oro, y sin que nos demos cuenta. Que creamos que asuntos como la Educación o la Salud nos son ofrendados gratuitamente es lo que los políticos quieren que pensemos y sintamos, el gato por liebre al que nos tienen acostumbrados. Gratis es en este país una palabreja tramposa, el más vil de los engaños, es la arena movediza en la que caemos consuetudinariamente, y de la que apenas y con suerte logramos sobrevivir. Es lo que hace que la gente sienta que tiene que conformarse con la mediocridad, porque como al fin y al cabo es gratis…, cuando la realidad es muy, pero que muy distinta.

Amigo, cuando le digan gratis, ponga atención, porque resulta que le está costando carísimo, y a usted le están jugando «quiquirihuiqui». ©

www.aipenet.com

Soledad Morillo Bellos es Periodista venezolana. ¿Gratis?
Soledad Morillo Belloso*

Caracas (AIPE)- Si existe algo realmente deleznable de la fauna política que ha sufrido y sigue padeciendo Venezuela es el uso inapropiado y manipulador de las palabras. La palabra «gratis» la tienen estos señores en la punta de la lengua, y con ella trajinan perversamente la mente de los ciudadanos. Y a esta escribidora de oficio/ciudadana en ejercicio se le eriza la piel cada vez que la lee en textos o la escucha en discursos grandilocuentes. Cuando nos hallábamos en pleno proceso constituyente (uno más de nuestra larga lista), el inefable «gratis» apareció por todas partes. Algunos alzamos la voz tratando de corregir un error ya incrustado en nuestra tradición populista. Fuimos, por supuesto, acusados de insensibles, de malucos, de infames. Convenía a los políticos -y los constituyentes lo eran- volver a incluir la palabreja en nuestra novísima Carta Magna. Y así, la quinta república y la flamante República Bolivariana de Venezuela, nació con los defectos de las anteriores repotenciados.

«Gratis» es un personaje inventado en una mala novelita de mucha circulación y de discutibles virtudes. «Gratis» no existe y es en realidad un pernicioso invitado a la fiesta democrática. Por ello me molesta tanto que se enarbole la gratuidad como una conquista social, cuando no pasa de ser un vil truco.

Fui invitada recientemente a un programa de radio. El otro convidado era el profesor Carlos Lanz, padre del Proyecto Educativo Nacional que está propulsando el sector oficial. El tema a debatir era, claro está, la Educación. Y, como era de imaginarse, el asunto de la gratuidad fue entrada, plato principal y postre en el menú de la conversa radioeléctrica. Ante la airada defensa del Prof. Lanz al derecho constitucional a la educación gratuita, me fue necesario reiterarle que como él muy bien sabe (que tampoco nació ayer) que no es cierto que la educación, o la salud, o la seguridad, y tantas otras cosas, sean gratuitas en Venezuela. Que bien que la pagamos, pues se sufraga con dineros provenientes de los ingresos de la operación de este Estado Empresario que sufrimos. Al señor Estado le hemos dado los ciudadanos (algunos a regañadientes) la administración de nuestros bienes. A cambio, el Estado nos tiene que dar, por lo menos, una educación de calidad, para todos. Porque todos somos los dueños del petróleo y otras fuentes de riqueza. Es decir, la educación la pagamos. Que el Estado lo está haciendo mal, cada vez peor, sólo agrava la situación.

Gratis significa que no tiene costo, que es un regalo. Y aquí pagamos todo, a precio de oro, y sin que nos demos cuenta. Que creamos que asuntos como la Educación o la Salud nos son ofrendados gratuitamente es lo que los políticos quieren que pensemos y sintamos, el gato por liebre al que nos tienen acostumbrados. Gratis es en este país una palabreja tramposa, el más vil de los engaños, es la arena movediza en la que caemos consuetudinariamente, y de la que apenas y con suerte logramos sobrevivir. Es lo que hace que la gente sienta que tiene que conformarse con la mediocridad, porque como al fin y al cabo es gratis…, cuando la realidad es muy, pero que muy distinta.

Amigo, cuando le digan gratis, ponga atención, porque resulta que le está costando carísimo, y a usted le están jugando «quiquirihuiqui».

Soledad Morillo Belloso es Periodista venezolana
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