Opinión Nacional

Habla un secuestrado

Durante casi el año del secuestro que fui objeto desde febrero de 2009 a febrero de 2010. Una experiencia que no incluyó solo el secuestrado, sino a toda la familia, amigos y muchas otras personas. Todos de manera conjunta, espontánea y con la Fe puesta en Dios logramos enfrentar en su momento, y creo ahora  vamos a seguir   con mayor fuerza y convicción en la esperanza que podemos lograr muchas cosas positivas de circunstancias que en momentos determinados de la vida vemos perdidas, en las que nos agobia el pesimismo.

            Durante once meses, estuve   aislado físicamente de mi familia y amigos, no crucé palabra con ninguna persona, silencio total; no vi rostro humano alguno, sólo en muy pocas oportunidades personas totalmente encapuchados entraron en el cuarto de aproximadamente  2m x 1m donde me tenían recluido. Un  espacio totalmente cerrado,   carente de luz natural, con un ventilador, un extractor de aire y un calor que por las tardes se hacía sofocante; unas condiciones precarias de alimentación, aseo y vestido. Mas detalles sobran..

            Y lo más fuerte y humillante era sentirse “mercancía” de una violencia que se apodera de nuestro país y no conoce distingo de posiciones políticas o clases sociales. A todas y todos nos llega, tarde o temprano.

            Hace algunas semanas, en un programa de la radio Fe y Alegría, me decía un oyente: “A usted lo secuestraron porque es rico”. Conteste:  “Es verdad”. A mí me secuestraron porque soy rico, pero el secuestro es una forma más de violencia. Al pobre lo roban para quitarle un par de zapatos  ó  asesinan a cualquier persona por  un teléfono celular. La violencia se ha hecho presente en nuestra vida diaria y hemos perdido los valores. Hemos dejado de valorar a las personas”.

            En esas condiciones pedí a mis  captores que me dieran una Biblia, a lo que accedieron, y a los pocos días me la entregaron.

            Comencé a leer, empezando por los Evangelios, las cartas de los Apóstoles, el Antiguo Testamento, y así la Palabra de Dios fue mi compañera durante muchas horas al día.

            Aprendí como dice Santa  Cesárea   que “no hay ninguna doctrina que sea mejor, más preciosa y más espléndida que el texto del evangelio”. Aprendí que la respuesta a nuestras angustias, a nuestros sufrimientos y la solución a nuestros problemas es allí donde podemos encontrarlas. Partiendo de una lectura sencilla, y con buena voluntad y disposición, todo lo que necesitamos para construir la paz se nos revela de manera clara y directa.

            Cuando digo nosotros, me refiero a toda la sociedad, al trabajo colectivo y no de manera individual o egoísta, a la búsqueda de la solución de nuestros problemas. Porque más vale dar que recibir.

            Y también recordé que los seres humanos somos carne (materia)  y espíritu y es “el espíritu el que da la vida” (Lc.6, 63).

            La Paz, es espiritual no es material. La paz comienza en nuestros corazones, dentro de nosotros mismos, allí en nuestra espiritualidad.

            Y para lograr esa paz, tenemos que empezar amando, tratando bien no  a nuestros amigos, sino a nuestros enemigos, que es lo difícil. Tenemos que nosotros, cada uno de ustedes, que  hacer el bien, a actuar  sin esperar  que nuestro vecino,  el gobierno,  ó  la oposición decidan hacer por nosotros. (Cl. 6,35). Debemos tomar la iniciativa.

            Si pensamos y actuamos de esta manera, rápidamente nos encontraremos con que el  perdón que brota del corazón del hombre (M. 7,20), se hará parte de nuestras vidas. Dos grandes ejemplos de esta forma de actuar son Gandhi cuando enseña “que perdonar es un signo de grandeza y que la venganza es una señal de bajeza”. El otro, Mandela. Muchos hemos visto la película   Invictas y hemos observado como el perdón y la inclusión unió a su país.

            El primero, Gandhi, con su actitud, liberó a la India de la colonización del Imperio Británico;  el segundo Mandela, reconcilió e inició el camino de la paz en su país.

            Ambos líderes no hicieron más que aplicar la Doctrina del Evangelio,  comprendieron que un país dividido internamente va a la ruina; una ciudad o una casa dividida internamente no se mantiene en pié(Mt, 12,25).  Fácil se dice, pero requirieron de enorme valentía y de enorme fuerza espiritual.

                        Cuantas historias reales, de madres y de niños de nuestras escuelas de los barrios, unas historias de violencia terribles, vemos cada día. Pero, nos admiramos de la bondad, que esas personas pueden albergar a pesar de lo que han sufrido. Esa es parte importante de nuestra enseñanza

            Esa valentía y fuerza espiritual, vemos entonces que no solo se ve en los grandes líderes. La persona ordinaria, es también capaz de construir la paz. Nosotros, siendo personas somos capaces de construir la paz.

            Pero el amor y el perdón son sólo el inicio. Tenemos que hacer, tenemos que actuar, no estamos aquí para ser servidos, sino para servir (MT.20,28)  para  trabajar por los demás. No debemos quedarnos tranquilos (o intranquilos), conformes (ó inconformes) en nuestras casas esperando que otras personas traigan la solución a nuestros problemas y la felicidad a nuestras vidas. Seremos felices, realmente, si sabiendo estas cosas, cumplimos, (Jn. 13,17), actuamos.

            Debemos dejar de lamentarnos por lo que nos ocurre y dejar de culpar a los demás de nuestros males. Debemos pensar y trabajar en beneficio de nuestro vecino y  también de quién no es nuestro vecino, a quién quizás, no conocemos, o que incluso pueda ser nuestro opositor. Lo importante es sentir lo que llevamos por dentro y trasmitirlo mediante la acción de cada día.

Podrán muchos argumentar, y no sin cierta razón, que es una utopía en una sociedad como la nuestra pensar de esta forma.

Hoy pienso, exactamente lo contrario:  el único camino para llevarlo adelante es la educación de la Fe y el Evangelio a niños, niñas y jóvenes. Es aceptar a Dios en nuestros corazones y llevarlo al  corazón de nuestros niños, niñas y jóvenes.

            Quizás  a nosotros, los adultos, se nos haga muy difícil este proceso, pero no por eso debemos dejar de intentarlo , porque “todo es posible para el que cree”. (Mc. 9,23), porque una vez que cada uno se convierta, podrá  fortalecer a sus hermanos (Lc.23,32) 

Es en la educación donde debemos concentrar todo nuestro esfuerzo. Formando niñas, niños, jóvenes con valores cristianos, humanos es que lograremos romper el círculo nefasto de la violencia. Es una propuesta a largo plazo, un objetivo difícil de alcanzar, porque la educación, es la suprema contribución  al futuro de la humanidad puesto que tiene que contribuir a prevenir la violencia, la intolerancia, la pobreza, el egoísmo y la ignorancia”

Hagamos de cada uno de nosotros un “servidor de los demás”. (Mt. 23,11).

 Lo importante no es estar bién,  sino hacer el bien, y eso nos lleva a sentirnos mejor. Es tiempo de ideales y de luchar. El  triunfo es de los que perseveran. La vida puede ser una aventura emocionante.

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