Opinión Nacional

Hambre en el rostro

Venezuela tiene hambre en el rostro. Disculpen  que lo diga. Disculpen que lo acuse. Nuestro pais que ahora es nuestro, mas nuestro que antes porque nos aumentó las deudas, tiene hambre en el rostro. Esa hambre tambien es nuestra, no se la podemos transferir a otra gente .De esa hambre todos somos responsables. Pero muy particularmente, todos aquellos de nosotros que han dejado a la comida descomponerse. Y que tambien son nuestros. Y todos aquellos que hacen negocio ahora con la eliminación de la comida descompuesta, que parecen más nuestros que los primeros .Y que ahora quieren que se descomponga más comida porque ése es su negocio. Y donde si hurgan encontrarán a la gente que debía impedir que se descompusiera. Es decir, el gran negocio del país es la descomposición y hay prosperidad viviendo de lo putrefacto.

        Conozco algo parecido que tiene la misma mecánica. Y son los roedores, y no propiamente los del desierto, sino los de la plaza pública, a los que les gusta jugar para la tribuna, los expropiadores de oficio, los que viven de los discursos del Balcón del Pueblo, los que nada producen pero quieren comer de todo, especialmente de lo putrefacto, porque tienen un estómago carroñero  que espera expectante, cual paciente buitre, la destrucción de los resentidos

        Son los mismos que compran chatarra a quienes venden chatarra para facturar chatarra  y revenderla como chatarra, para después recomprarla como nueva y donarla pagándola a quienes evidentemente se la vendieron como nueva. ¿Acaso somos ciegos que no vemos la utilidad? El pago de semejante iniquidad va a parar  al bolsillo de todos aquellos que regalan la comida a países foráneos permitiendo que a Venezuela se le vea el hambre en el rostro. Son los humanitarios solidarios con los proletarios internacionales  que no ven en Venezuela el hambre y la inseguridad, lo único que se reproduce en su gestión.

       ¿Y donde aparece esa hambre en el rostro? Está en los semáforos, pero no en el señor que ya tiene el punto de la limosna a motor, que se acostumbró quizás a vivir holgadamente del parqueo, de la luz roja y de la ficción del parabrisas limpio.Lo alarmante es que aparece en un rostro que no miente. El rostro de la mujer que pasaba el semáforo  casi levitando, famélica, a la que le costaba extender la mano para pedir pero que con el rostro suplicante, los ojos desorbitados, las mejillas desencajadas, me imploraba consuelo para su hambre.

        Pero no podía ayudarla. Estaba ella en el cruce de los automóviles, tratando de pedir sin conseguirlo, a los bólidos  que cruzaban la atestada avenida en medio del calor, el apuro, la prisa. Y vi como mi velocidad, como mi apremio por la rapidez, la del segundo menos, me impedía la oportunidad para su auxilio. Cruzamos las miradas. Y tienes que quedarte con el remordimiento del rostro biafrático en la memoria, el rostro que pedía en solitario para un alma más hambrienta aún de afecto y de cariño, sin vientre ya porque desapareció en la necesidad, con la cadavérica expresión suplicante de la muerte personificada en la inanición.

           Y lloré de la impotencia del no hacer. Y lloré tambien por los nuestros que no hicieron.

 

 

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