Opinión Nacional

Hambre, libre comercio y mentiras

(%=Image(2982685,»L»)%)Ciudad de México (AIPE)- Lo que ha caracterizado al negocio de los alimentos en los últimos siglos ha sido el desplome de los precios. ¿Eso es tan terrible?
Hace unos 25 años todavía nos contaban que el fantasma del hambre amenazaba a los países subdesarrollados. El asunto del hambre servía lo mismo para justificar compulsivos programas de control de la natalidad que para predicar la revolución.

Nos engañaron.

La tecnología y el libre comercio han abatido los precios de los alimentos consistentemente desde entonces. “Más y más alimentos son producidos por menos y menos gente y con menos y menos capital” demostró hace poco la revista The Economist (13 de diciembre de 2003, “Make it cheaper, and cheaper”).

Por eso el asunto del libre comercio es un terrible problema… para los productores de alimentos atados a sistemas tradicionales. Por eso, el coreano que se suicidó en Cancún el año pasado, durante la reunión de la Organización Mundial del Comercio, lo hizo enloquecido porque los alimentos bajan de precio, no desesperado por el hambre.

Según el mismo artículo de The Economist, en 1997 los precios de la carne en el mundo estaban a un tercio del nivel que tenían en 1971, y en el mismo período el consumo de carne se quintuplicó en los países en desarrollo (tres veces más rápido de lo que avanzó en los países desarrollados) y el consumo de leche se triplicó.

¿Es eso tan terrible? Por supuesto que no. Por lo pronto quedan descartadas las apocalípticas profecías maltusianas sobre el crecimiento aritmético de la producción de alimentos y la progresión geométrica de la población que nos conducirían a la hambruna. Profecías que nos repetían un día sí y otro también hace dos o tres décadas en la universidad, en los medios de comunicación y hasta en los púlpitos de las iglesias.

Respecto del crecimiento de la población, ahora las preocupaciones -incluso en los países subdesarrollados- son en sentido contrario: el envejecimiento de la población y la inviabilidad de los sistemas de pensiones colectivizados.

¿Y el hambre?
Apenas el domingo pasado, el obispo de San Cristobal de las Casas, Chiapas, dijo que el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) ha empobrecido a los campesinos mexicanos. Suena lógico que lo diga porque los campesinos de esa zona de Chiapas están totalmente fuera de la competencia en la producción de alimentos.

No dijo el obispo que antes del TLC esos mismos campesinos comían peor que ahora y eran tan o más miserables que ahora; también se le olvidó decir que esos campesinos -los que aún siguen atados a métodos productivos arcaicos y a sistemas de tenencia de la tierra que no reconocen la propiedad individual- sólo han seguido al pie de la letra las prédicas del anterior obispo y de los activistas sociales que fueron a predicarles la revolución: “No emigren a las ciudades, no se tecnifiquen porque eso genera desempleo, no trabajen en la pecaminosa industria ni mucho menos en el sector servicios”.

Ni congruente, ni evangélico, ni liberador.

(*): Analista político mexicano.

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