Opinión Nacional

Hijo de Director

Yo nunca he sido de pueblo. Lo fue mi madre, pero mi padre no. Mi contacto con lo rural fue por vía materna y filial. De pueblo han sido muchos de mis amigos. No recuerdo de niño saber cuan importante era ser el hijo del prefecto o el hijo del director de la escuela. Nunca conocí un prefecto. En la infancia no asistí a matrimonios civiles. De vaina a eclesiásticos, llevando las arras. Prefecto, para mi, era el director del colegio. Prefecto fueron Machimbarrena y Arruza. Ambos S.J. Y claro que le teníamos miedo; pero como eran jesuítas, no tenían hijos. Esta es la razón de mi asombro de lo importante que ha sido para otros, especialmente para los barineses, eso de tener que lidiar con el hijo del prefecto y con el hijo del director.

Una vez hice de psicoanalista a un vice-rector académico. Recuerdo que entre mis hallazgos introspectivos fue descubrir su tirria hacia un ex-rector. Y razón tenía. El individuo había sido su condiscípulo e hijo del director de la Escuela cuando cursaban estudios en Altamira de Cáceres. Cuantos abusos de ese poder no quedaron marcados en el alma de ese barinés y de otros de sus compañeros. La experiencia de tener un privilegiado entre los amigos. Mis hijos si estudiaron con el hijo del coordinador, aquí en La Salle. Sus cuentos y anécdotas son más bien jocosos. No manifiestan odio ni rencor; sino jocosidad. Cuando buscaban culpables por alguna muerganada, ellos le señalaban al coordinador que había sido su hijo. Y todo quedaba en impunidad. Pero con los rurales de mi época, a todos les brota el rencor por los abusos de esos tiracoñazos tempraneros, que fueron educados en la impunidad, por ser los hijos del prefecto o del director.

Alguien pregunto en una reunión de amigos, que habrá sido de la vida de esos desgraciados. Todos los que respondieron les importaba mucho que les hubiese ido mal. El hermano abandonado, que vivía en esa casa con su hermana viuda, estaba ensimismado llenando su sopa de letras y lo creía ausente de nuestra conversación. Y se dirigió a los que habían lanzado esos augurios. Nos dijo que el era valenciano, que su padre había sido camionero y que en temprana edad vivían en Sabaneta. El padre lo dejaba en casa de la familia Ojeda y que uno de ellos, quizás Witrremundo, era su mejor amigo. Él, urbano de Valencia. Su amigo, pueblerino y rural; con los miedos y las tirrias a la impunidad y las vivezas de los hijos del prefecto o del director de la escuela. Nos contó que su primer encuentro con esa bajeza humana fue en un juego de pelota; que a él no le gustaba, pues era mas bien futbolista. Acompaño a su amigo para un juego de pelota. Que comenzó con la llegada del vivian, más joven, con la pelota, el bate y algunos guantes. Este los carajeaba a todos. Disponía que para su equipo jugaba éste, este otro y aquél. Escogía para su equipo a los mejores. A los que jugaban pelota; no como él que era un caliche en el campo y pelotero cuando hablaba de sus juegos de béisbol. Para el otro equipo de Ojeda, sólo quedaban los manetos, los torpes los erráticos. Contaba con su poder y viveza para siempre ganar. No valían las quejas de los demás. O se jugaba en sus términos que le aseguraban ganar o él se llevaba los instrumentos de juego. Ahí, le vi en los ojos toda la rabia de haber vivido en medio de esas inmundicias que se permite la condición humana, aun a temprana edad. Nos contó, que increpó al mozalbete, bembón y con verrugas. Y le dijo, que él venía de Valencia. Que allá, si sabían de pelota y se escogían los jugadores de los equipos uno por uno, alternando la escogencia de capitán a capitán. Y todos los jugadores tuvieron la valentía de imponerle el criterio que había expuesto pues le sobraba razón dado que venia de Valencia. El vivo de Sabaneta era tan bobo bajo presión; que escogió de segundo. Y el equipo de Ojeda termino siendo superior al del hijo del director que siempre jugaba con sus cartas y sus vivezas. Nos decía que ganaron el partido y que el único que celebró fue él; pues sus compañeros sentían miedo de recibir las retaliaciones del maestro desdentado, que era el director.

Nos contó, que luego fue gandolero toda la vida. Que se lo encontró mucho más tarde cuando el hijo del director volvía de vacaciones de la academia militar y competían como hembreros. Nos decía con orgullo, que también en esas oportunidades lo revolcó pues él tenia camioneta y el vivo y privilegiado rural solo tenia uniforme, impunidad y muy pocos días.

Al final nos dijo que como le hubiera gustado darle unos coñazos. Yo no tuve esa experiencia.

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