Opinión Nacional

Honor a los perseguidos

Finalmente el régimen se quitó la careta. Ya no queda la más mínima duda de su verdadero talante, de la real vocación de quienes dirigen el proceso ni de la identidad de los verdaderos dueños de la revolución chavecista. Para el mundo democrático Chávez era una especie de curiosidad tropical, fuera de tiempo y lugar. Pronto se convirtió en un peligro frente al cual había que actuar con cautela, tomando precauciones “por si acaso”. Hoy, especialmente para nuestros vecinos y con quienes mantenemos las más estrechas relaciones políticas y económicas, se trata de una amenaza real que debe enfrentarse con ánimo de superación definitiva. Asesinatos, robos, secuestros, agavillamiento, detenciones arbitrarias, torturas, destrucción acompañada de una retórica que produce odio, violencia y desolación se suman a una infame política exterior que traspasa los límites de la traición a favor del castrismo y la subversión narcoguerrillera de los terroristas colombianos con grave perjuicio para pueblos de la frontera que, abandonados a su propia suerte en lo económico, se agrupan en un esfuerzo combinado para defenderse y avanzar con sus propias fuerzas, de manera autónoma y abierto rechazo a un gobierno nacional tan indigno como incompetente.

Estamos en la hora definitiva. El punto de quiebre impuesto por la realidad. Es Chávez o Venezuela. Democracia o dictadura. Estado de derecho o ajuricidad arbitraria y caprichosa. La lucha librada por la sociedad democrática, aún en condiciones absolutamente desventajosas, ha desenmascarado a la tiranía pero no ha sido suficiente para liquidarla. Pasamos ahora a estadios superiores. Por amor a Venezuela y en honor de los caídos, de los perseguidos y de los amenazados tenemos que dejar de lado todo cálculo personal o de grupo. Las ambiciones, por legítimas que puedan parecer, tendrán momento para expresarse y habrá tiempo para que puedan desarrollarse. En este momento son absolutamente injustificadas y negativas. Le hacen el juego al gobierno y jamás quisiera concluir que se trata de un negocio calculado apostando al futuro cercano más que a la necesidad de librar a Venezuela de esta pesadilla. En Carlos Fernández, Juan Fernández y Carlos Ortega más recientemente, están simbolizados nuestros héroes del petróleo y de la marina mercante, los empresarios y trabajadores de la ciudad y del campo que sufren en carne propia la agresión y la violencia institucional. No podemos defraudarlos. En el nombre de todos ellos, de lo que significan como venezolanos y cabezas de familia, los nombrados y todos los amenazados, tenemos que cerrar filas, acuerparnos en la lucha para poner nuestras convicciones por encima de todo. El sacrificio de los perseguidos no se perderá. Por encima de la perversa cobardía del régimen se impondrá la grandeza de la Venezuela profunda. Estamos en pie de guerra contra la barbarie castro-chavista. Nuestra generación es deudora de la historia pasada y reciente. ¡Mil pasos al frente!

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