Opinión Nacional

Hugo Chávez y los límites de la democracia

Por décadas Venezuela fue un remanso, sin interés para el mundo exterior. No podía competir con países donde las superpotencias escenificaban guerras indirectas, o donde las juntas militares “desaparecían” a miles de oponentes, o donde la economía colapsaba en forma regular. Venezuela era estable. Su petróleo impulsaba una economía que tuvo la tasa de crecimiento más alta del mundo de 1950 a 1980, con un ingreso per cápita más alto que España desde 1928 a 1984. Venezuela era una de las democracias con más larga vida de América Latina.

Venezuela ya no es aburrida. Se ha transformado en una pesadilla para su pueblo y amenaza no sólo a sus vecinos sino a los Estados Unidos y aún a Europa. Un paro en su industria petrolera ha subido el precio de la gasolina en el peor de los momentos. Hasil Muhammad Rahaham-Alan, un ciudadano venezolano, fue detenido el mes pasado en el aeropuerto de Londres cuando llegaba de Caracas llevando una granada en su equipaje. Una semana más tarde, el Presidente Hugo Chávez alabó el arresto de dos líderes de la oposición que organizaron e instrumentaron el paro, diciendo que “deberían estar detrás de las rejas desde hace mucho tiempo”. El señor Chávez ha ayudado a crear un ambiente donde la red internacional del terror, armas y drogas se siente en casa.

Venezuela también se ha transformado en un laboratorio donde creencias aceptadas en los 90s se está poniendo a prueba – y a menudo no son confirmadas. La primera en caer fue la creencia de que los Estados Unidos tenía una influencia casi ilimitada en Sur América. A medida de que uno de sus suplidores fundamentales de petróleo y vecino cercano se salía de ruta, los Estados Unidos se han comportado como un notorio e inconsecuente espectador.

Y no sólo son los Estados Unidos. Las Naciones Unidas, organizaciones como la OEA y el Fondo Monetario Internacional, o la prensa internacional – todos se han mantenido como espectadores. En los 90s existió la esperanza de que estas instituciones podían prevenir, o cuando menos contener, algunas de las feas malignidades que llevan a las naciones a su propia destrucción.

Al contrario, la influencia externa más importante en Venezuela proviene de los 60s: Fidel Castro. El matrimonio de conveniencia entre Cuba y Venezuela tiene sus raíces en una relación personal cercana entre los dos líderes, donde Castro juega el papel de mentor de su joven admirador venezolano. Cuba necesita desesperadamente del petróleo venezolano, mientras que la administración de Chávez depende de Cuba por su experiencia en manejar o reprimir la turbulencia política.

Otra creencia de los 90s era que las fuerzas económicas globales forzarían a los líderes elegidos democráticamente a seguir políticas económicas responsables. Sin embargo, Chávez, un presidente electo democráticamente, ha aceptada el aislamiento económico –con desastrosos resultados para los venezolanos pobres- como contrapartida para más poder.

No se suponía que en América Latina el siglo 21 produciría líderes con un gorro rojo. Chávez en vez de preocuparse por atraer capital privado, lo ahuyenta. Y no se preocupa por fortalecer sus relaciones con los Estados Unidos, sino de ser amigo de Cuba. Este comportamiento supuestamente debería haber sido hecho obsoleto por la democratización, desregulación económica y globalización de los noventa.

Venezuela era un candidato improbable para caer en este abismo político. Era un país amplio, rico y relativamente moderno y cosmopolita, con un sector privado fuerte, una población mezclada y homogénea, y una historia moderna de conflictos limitada. Se suponía que la democracia ha debido prevenir su declinación a un estado fracasado. Sin embargo, una vez que Chávez gano control del poder, su gobierno se ha hecho excluyente y profundamente no democrático.

Bajo Chávez, Venezuela es un recordatorio importante de que las elecciones son necesarias pero no suficientes para la democracia, y que aún democracias antiguas pueden deshacerse repentinamente. La legitimidad de un gobierno no sólo fluye de las urnas sino también de cómo se conduce. La rendición de cuentas, las restricciones institucionales y los balances son también necesarios.

La comunidad internacional se ha vuelto adepta a supervisar elecciones y a asegurar su legitimidad en los noventa. La experiencia venezolana indica la urgencia de instrumentar un mecanismo igualmente efectivo para evaluar el comportamiento de los gobiernos.

Las trasgresiones tramposas de Chávez han generado un rechazó profundo y visible de un sector que se consideró fundamental en los noventa: la sociedad civil. En la Venezuela de hoy los antiguos ciudadanos indiferentes han protagonizado manifestaciones, a veces casi a diario, mayores que las que han provocado la renuncia de presidentes electos democráticamente en otras partes del mundo.

No es un movimiento de oposición tradicional. Es una red en sus comienzos, iniciada por personas de todas las clases sociales y de distintos pareceres, que se han organizado en unidades poco coordinadas y que no tienen otro objetivo que parar a un presidente que ha hecho invisible su país. Dos de cada tres venezolanos que viven debajo de la línea de la pobreza se oponen a Chávez, según a una encuesta dada a conocer en enero.

Este movimiento amorfo es nuevo en la política y vulnerable a ser manipulado, incluyendo políticos tradicionales y grupos de interés. Por ejemplo, el año pasado una facción militar tomo ventaja de una gigantesca manifestación civil anti-Chávez y escenificó un golpe que saco al presidente por dos días. El rechazo a las medidas anti-democráticas adoptadas por el que sería el nuevo presidente, el líder de la asociación de las cámaras empresariales, contribuyó a su rápida caída.

Hoy en día la oposición política organizada consiste en distintos grupos. Pero sería un error asimilar a estos cuerpos formales la extensa y básicamente sin líderes corriente de oposición que ha surgido en Venezuela. Muchos observadores extranjeros desestiman la oposición, argumentando que es básicamente de los sectores ricos y medios, una coalición inclinada al golpe.

No hay duda de que algunos de los que protestan encajan en este feo perfil. Tampoco que la oposición es torpe e inclinada a cometer errores. Sin embargo, ha ayudado a que millones de venezolanos despierten a la realidad y al hecho de que por muchos años sólo han sido habitantes de su propio país. Ahora, ellos demandan ser considerados como ciudadanos y que tiene el derecho de salir por medios democráticos de un presidente que ha traído la ruina en su país.

Una medida del clima político enrarecido y tóxico, es que a pesar de que la Constitución permite elecciones tempranas, y que aún cuando el Presidente Chávez ha prometido que cumplirá esta provisión, la gran mayoría de los venezolanos no le crea. Están convencidos de que en agosto, cuando la Constitución contempla un referéndum sobre el presidente, el gobierno acudirá a tácticas dilatorias y trampas. Con la atención internacional en otro lugar, el señor Chávez usaría su poder para prevenir la elección e ignorar la Constitución.

Los ciudadanos venezolanos han sido pacíficos y heroicos en sus demandas. Todo lo que piden es una oportunidad para votar. El mundo debe comportarse como debe ser y asegurar que ellos la puedan tener.

Fuente: (%=Link(«http://www.nytimes.com/»,»www.nytimes.com/»)%)

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