Opinión Nacional

Inevitablemente…

Parece título de bolero rocolero, de esos bien lindos, dramáticos y
sabrosos, que se baila en un ladrillito, y que cantamos dejando pedazos del
corazón incrustados en cada nota. Lástima que esta escribidora de oficio no
se refiera a ese género de la música de nuestro pasional repertorio.

Inevitablemente estas líneas deberán versar sobre esa muestra de
apabullante quintomundismo topochérico que ha sido el desfile de este 5 de
Julio de 2000. Sí, quintomundismo. Sí, exhibicionismo de la simpleza del
topochal. Sí, patético alarde de poderío del régimen.

Como imagino muchos de ustedes fueron espectadores de alguna parte del
jolgorio quintorepublicano (yo me calé las más de cuatro horas), voy a
ahorrarles una crónica detallada, y paso directo a la interpretación y
opinión.

Primero lo primero. ¿A cuenta de qué ahora el 5 de julio es el Día de la
Fuerza Armada? ¿A santo de qué, si el 5 de Julio de 1811 fue un asunto de
civiles? Que para la época ni siquiera existía tal cosa como una fuerza
armada; que todo se urdió en casas y aposentos de hombres inspirados por el
deseo de convertir a la para entonces colonia en una república; que el 5 de
Julio es asunto de ideas y pensamientos, no de botas y sables.

Esteban de Jesús, además, tuvo a bien regalarnos un paseíllo por el pasado,
pero no de 1811, sino de 1953. Lo hizo teatralmente, e imagino que recurrió
a los depósitos de vestuario de alguna de las estaciones de tv, para
obtener los disfraces de Junta de Gobierno de su teniente coronel Marcos
Pérez Jiménez. Recuerdo a «Estefanía». ¿Habrá salido de los vestuarios de
RCTV el uniformito rococó patriótico que lució El Comandante?

La Primera Dama creyó que como llovía («y llovía, llovía…) su imaginación
podía transportarla a tierras británicas para atender a las carreras de
Ascot, como suerte de Elisa Dolittle versión topochal. Un hermoso sombrero
mañanero, usada en la tarde caraqueña, coronaba su testa no nobiliaria, y
los lóbulos de sus orejitas y sus perfectamente manicuradas manos (qué
envidia me da el que pueda encontrar el tiempo y los recursos para cuidar
sus uñas) eran el marco ideal para unos brillantes muy poco comprensivos y
solidarios con la situación. De no ser por su «repostura», alguna Evita
Perón podía ser evocada por el bello rostro y el trajeado primaveral de esta
dama, que al parecer no se percató que los sucesos ocurrían en
Mientrastanto, y no en el Hipódromo de San Isidro en Buenos Aires.

La aparición en la tragicomedia del General Rosendo me dejó, confieso,
boquiabierta. Mi padre me llevó en un par de oportunidades al desfile del 5
de Julio. Recuerdo que en 1969 incluso estuvimos en el palco de invitados
especiales. El oficial a cargo de la conducción fue el General Arnal Núñez,
quien era para la época Director de la Academia Militar. Recuerdo que
Pancho Morillo susurró a esa niñita que era yo para ese entonces las cosas
vinculadas al protocolo. «Ese señor es un General de nuestro Ejército, y
viene a caballo porque es oficial de Caballería. Ahora va a solicitar
permiso al Presidente de la República para hablarle. Él es el conductor
porque es quien dirige la Escuela Militar. Así lo establece la tradición.

Luego va a pedir permiso para dar comienzo al desfile.» Para esa niñita de
ojos grandes y cabello rizado quedaba claro que los hombres de uniforme
rememoraban y festejaban lo realizado por los hombres de traje de paisano
que emprendieron el camino republicano en 1811. En esos vapores de los
recuerdos del pasado, acude a mi mente la imagen de un hombre alto, esbelto,
elegante, impecable, con lustrosas botas, sobre un hermoso corcel blanco,
sable en mano y testa coronada con un quepis negro. Cabalgó hasta la tribuna
presidencial, y la gente guardó silencio. Ahora aparece Rosendo, general
porque alguien tuvo a bien decírmelo, con sus muchos kilos de más, pitcher
para más señas, versión regordeta del generalato mientrastandino, montado en
un vehículo que es cualquier cosa menos elegante, y vestido de matica. Dios,
que desilusión. Qué insulto a la tradición republicana. Qué ofensa para el
esfuerzo de nuestros oficiales. Yo recordé un personaje de la triada de la
Guerra de las Galaxias: Jabba The Hut. Y pensé que donde quiera que se
encuentre, el General Arnal Núñez debe estar cerrando los ojos para no ver.

Todo fue ayer importante en términos de iconografía y de valores del
topochal. Aparece la carroza de Vargas,
una bofetada inmisericorde y asqueante a todos esos miles de ciudadanos que
sufren la desgracia del diluvio del 99, sin que este régimen se ocupe del
asunto. Aparecen unos infantes, lindos como lo son todos los párvulos del
mundo, entonando el himno del niño dignificado. Aparece la Fuerza Armada
Nacional, resolviendo, como se establece en el vocabulario del malandro que
en los barrios hostiga a placer. La sociedad civil queda atrapada entre los
botas de los militares, o debería decir milicos fascistoides al mejor
estilo dictadura de Perón, con pamela de primera dama incluida, pues, si
pusieron atención, el desfile comenzó con botas y terminó con botas. En el
palco brillan por su ausencia los representantes de los poderes Legislativo,
Electoral, Judicial y Ciudadano. Que al fin y al cabo, ya en la mañana les
había sido otorgada su cuota de protagonismo, para que no se quejen. El
Aleluya de Handel es destruido con impunidad por un coro de voces
desentonadas y destempladas. Y las vírgenes, nuestras señoras, son montadas
en vehículos militares, más específicamente sobre la pieza que rota, para
que al pasar frente a Esteban de Jesús queden como suerte de desoladas que
también se rinden ante el poder. Aparecen las misses bolivarianas, como
ejemplo del temple de la mujer venezolana. Cuando toca el turno al grupo
antisecuestro, son mostrados como exitosos. Y a mí se me hace un nudo en la
garganta recordando a mi amigo de toda la vida, secuestrado en Casigua del
Cubo hace ya casi un mes, y de quien simplemente no se sabe nada. ¿Dónde
estás, amigo, mientras estos hombres no te buscan? ¿Cómo estás, mientras no
tratan de salvarte? Esteban y su señora, predilectos de las cámaras,
mastican chicle, o mejor dicho, rumian. Unos niños corretean por el palco
vestiditos de militares con boina roja incluida, como si fuera un carnaval.

¿Y qué otra cosa fue, sino un carnaval?

El sainete termina con palabras del mandatario. Previsibles, palmarias,
topochéricas. La simpleza del topochal costó ayer 2000 mil millones de
bolívares, que salieron de las arcas públicas. En el topochal se gasta,
derrocha y dilapida sin medida, no para el progreso y el desarrollo, sino
para la autoalabanza.

Y a mí se me instala en el alma la convicción que este país seguirá
caminando por los senderos del topochal, a menos que de una vez por todas
hagamos honor al 5 de Julio de 1811, y decidamos ser una verdadera República
formada por verdaderos republicanos.

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