Opinión Nacional

Instrucciones para llegar vivos a Diciembre (No comer casquillo)

Faltando apenas dos meses para que el 23 de noviembre se escojan en elecciones que esperamos limpias, gobernadores, alcaldes y autoridades municipales, en Venezuela el gobierno de Hugo Chávez impone sus atrabiliarias reglas de juego sin control alguno apoyado en una gradería mediática, inmediática y mediatizada, que refleja el pánico que provoca, en él y en los que lo rodean, la avisada derrota. Para quienes no lo saben pero lo imaginan, este evento es un pulso de fuerza que Chávez requiere para tantear sus posibilidades de perpetuarse en el poder a través de una factible reforma constitucional apurada en el delirio de ese Chimborazo que provocaría una victoria holgada. Por ello este evento electoral próximo resulta decisivo para estimar el futuro previsible de la nación.

Invasivo el personaje de marras, exagera su propensión histriónica en momentos en que se siente inseguro o acorralado, y no es para menos si tomamos en consideración dos hechos notorios, a saber, el primero, que el resultado de “la encuesta de las evidencias”, es de números exitosos y apoyos crecientes para candidatos de la oposición, mientras que los ungidos por el líder se desinflan o desguañangan entre sí. El segundo, es que el gobierno de Chávez hace tiempo ya que fracasó en la calle pero no quiere, no puede, aceptar esa cruda realidad que en democracia se paga, normalmente, perdiendo elecciones a consecuencia del voto castigo que es la expresión íntima, legitima y vinculante de la voluntad popular que ya el 2 de diciembre de 2007 se pronunció diciéndole que “no” a una bravata voluntarista, que incluso sus asesores más cercanos le desaconsejaron, para imponer un dizque “socialismo del siglo XXI”. Pero como si no fuera con él.

El detalle estriba en que los militares que no creen en la democracia, que no son todos, y que por razones coyunturales se encargaron del poder político en Venezuela, no entienden de votos ni de desilusiones ciudadanas ni de desgastes de popularidad ni de instituciones ni de reconocimiento del otro ni de alternabilidad en el ejercicio del gobierno; comprenden menos aún que la gente, el pueblo, se aleje de su proyecto, que ya ni con plata pega. Entonces sacan del submarino tricolor el “manual operativo vigente y telegrafiado” y se construyen un templete con el cual justificar el uso de la violencia. Por el momento, acosan, requieren de camorra verbal, aspaviento sobre el cual se sienten cómodos a ver si alguien pisa esa concha de mango. Por si acaso y para más santo y seña visto está que mientras menos se les haga caso, más se desesperan.

En detalle observamos que luego de la tregua impuesta por los juegos de Beijing, rota sin vergüenza por Putin invadiendo a Georgia, Chávez se inventa presuntos magnicidios, conspiraciones rocambolescas, el imperio contraataca con lo del maletín viajero rumbo al tango en avión petrolífero con cinco millones de dólares que ahora se descubre era la suma verdadera; golpes de estado o de pecho, aquí o en Bolivia, y el Ecuador que para no quedarse atrás exclama apuradito: “en estas tierras puede ocurrir lo mismo”.Se inspira el presidente y trae además la flota rusa y los aviones TU-160, a cambio de negocios geoestratégicos, buscando revivir la crisis nuclear de octubre de 1962 cuyos actores principales fueron los Estados Unidos, Cuba y la Unión Soviética y adereza más aún el avispero con la expulsión del Embajador de los Estados Unidos, ¡el 11 de septiembre, qué simbólico, no!

Pero lo que en verdad ocurre es que el gobierno se cae por un barranco de ineptitud, de impopularidad y de corrupción, él sólo, sin la ayuda de nadie. Ya la mayoría se cansó, se dejó de eso, porque así es la democracia en la que se padece, a veces, de esos enamoramientos pavosos, y ya son diez los años de ilusión frustrada. En esa relación entre el ciudadano y sus gobernantes se ha abierto una fisura que no ha terminado de fracturarse por la doble hipocresía del que recibe y del que da. Claro, Chávez y su gobierno no pueden entenderlo porque no son demócratas, son militares y no pueden imaginar la posibilidad de dejar el gobierno por las buenas, es decir por las vías democráticas y pasar a ser oposición, porque su realidad es en blanco y negro, sin matices, amigos o enemigos, héroes o traidores, vivos o muertos, chavistas o escuálidos. Tú o yo. Primitivos y excluyentes.

Ahora me detengo y me percato, de que en estos días de efervescencia callejera aparecen tres “mosquiteros” del presidente, cada uno más locuaz y agresivo que el otro, como para que el padre los vea, compare y escoja. “Uno” brama: “cuidado si me lo tocan”; “Dos” esputa: “y el control de cambios se lo van a tener que calar”; y “Tres” rebuzna para no quedar por debajo, ya en decibeles inaudibles afirma impertérrito, “los vamos a quemar vivos para que respeten”. Los tres, guapos y apoyados con risotadas sardónicas y espalderas, nos apuntaban con la uña que es una forma poco educada de recordarnos lo frágiles que somos frente al puño, la hojilla, revólver o fusil ¿.Te acuerdas García Lorca?.

Pero no nos pongamos dramáticos pues ya con la gramática basta. Está claro que algo los incomoda, los saca de quicio, los violenta, insegura. No es que sueñen con fantasmas, es que se les asoman de noche y la derrota los horripila, y reaccionan con su estética propia, alzan la voz, profieren groserías, indican con lo que tienen a mano, y compran con el maletín de “primeros auxilios” a la primera victima que se les aparece por delante.

Frente a tanto terror de película sordo-muda es mejor tomárselos con soda y valerse de las siguientes indicaciones: 1) No comer casquillo; 2) Luchar contra la abstención; 3) Arroparse con la Constitución Nacional; 4) Convencer a tus semejantes de las bondades del candidato en el que se cree; 5) Cuidar los votos del fraude consentido y arbitral; y, 6) Pelear con coraje, fervor, mística y honestidad, palabras empantanadas en la realidad de hoy que es posible cambiar por y para bien.

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