Opinión Nacional

Josefa Camacho

A Josefa Camacho la conocí en la década de los 70, para ese tiempo era hombre aunque le gustaban las veleidades de la bisexualidad. Moreno, alto y bigotudo se pavoneaba con las mujeres como Emiliano Zapata en campamento revolucionario, y las embelesaba con un verbo un tanto tartamudo y una mirada de galán de otoño de Estudios Churubusco.

Se jactaba de su matrimonio de alcurnia y abolengo, y no de su amante de sonoro nombre y dromedario apellido, decía que políticamente descendía del Dictador por antonomasia del Siglo XX, se decía gomecista por las gónadas y por las conveniencias políticas del momento, así como ahora se declara seguidor a ciegas del Líder, interesado como siempre en la conveniencia política y como nunca en las gónadas del Autócrata del Siglo XX.

Sin embargo, como militante de la gauche divine se jactaba de su estadía en Francia, de haber participado en Mayo del 68 y de jugar maquinitas con su amigo ignaciano en la Rue Copernic de Paris, donde tantas veces acudía como frasquitero de moda, sifrino siempre al fin.

La conocí mucho no de atrás como otros, practicaba a cabalidad los deportes del sexo y ya era endógena en eso de hacerlo a la criolla, prefería activo el rojo y pasivo el palito mantequillero. Le gustaba ir a los bares de Sabana Grande para ver como se comportaban los travestís que serían a la larga su ansiado destino.

Deje de verlo, él se fue convirtiendo lentamente en ella, mientras tanto para asegurar su destino financiero acompañó a una dama de la IV en un banco republicano donde acuñó una de las frases célebres de la corruptocracia venezolana: Tanto pa´mí, tanto pá ti.

Andaba empatado con un Príncipe venezolano de abolengo del valle que lo llevaba en viajes oficiales de Primera Clase para que lo ayudara a obtener el ansiado palo, el del millón de dólares americanos. Dicen los que bien conocen su mediocridad que sólo obtuvo un medio palo.

En un par de ocasiones supe de él y de sus andanzas sexuales y académicas. Me dijo que hizo un curso en Harvard y que ya pronunciaba el jauaryú muy bien, y que era experto en negociación, en negocios más bien me dijo uno de sus allegados. Se hizo famoso por desconocer – como buen macho criollo – al vástago que le ofrendó su amor de siempre, la bella blanca con apellido de desierto.

Me dicen que anda ahora por el Este caraqueño, colina y no cerro arriba como no le gustó nunca, dirigiendo estudios indoamericanos, y que como la cabra de su homónima Josefa Camacho está mocho de las dos patas y de las orejas, no del rabo que le sirve para obtener ansiadas canonjías y bolivarianas prebendas.

Si la propiedad intelectual funcionará en Venezuela su vida debería ser reconocida con un T. M. de Trade Mark. ¿Verdad mon ami?

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