Opinión Nacional

La campaña admirable

Una marcha sin descanso

Para obtener la victoria de manera categórica, indiscutible y definitoria no basta un hombre. No basta un partido. Se requiere el respaldo de todo un pueblo organizado y una inquebrantable voluntad de combate, de modo a desplazar radical, sistémica, estructuralmente del poder a quienes pretenden usurparlo. Manos a la obra.

 

La reconfortante jornada del 12 de febrero constituye el mejor arranque de una campaña que, para desalojar del poder al chavismo, deberá ser incesante, implacable, total y sin descanso. El enemigo es omnipotente, dispone de todos los instrumentos del Poder, es inescrupuloso y no parará mientes en usarlo aviesa y torcidamente con el fin de entronizarse y fracturarnos. Obedece al pie de la letra el principio schmittiano que comprende a la política como un duelo de vida o muerte y al adversario como a un enemigo a aniquilar. Es, en ese sentido, existencial, metafísicamente totalitario: va a por todo y si debe asesinar para obtener sus fines, asesina. Es la dimensión criminal, homicida de la política que padecemos desde hace 13 años. Al enfrentársele, consiguientemente, no caben medias tintas: se lucha por todo o por nada.

Es bueno señalarlo y repetirlo hasta el cansancio. Nos separan dos concepciones irreconciliables de la sociedad, del orden, de la vida, de la familia y de la historia. Somos el uno del otro lo que el aceite al vinagre. En tanto sustancialmente demócratas, consideramos que la libertad es nuestro principal valor, el individuo el sujeto por excelencia de nuestras preocupaciones, la propiedad, el fundamento de nuestro ordenamiento jurídico, el respeto, la norma de la convivencia y el Estado, un ente ordenador supeditado a los intereses del individuo y su colectividad. Establecemos la estricta separación de poderes como norma intangible de nuestra vida en sociedad y garantizamos la plenitud de los derechos humanos por sobre toda otra consideración.

Ellos, por el contrario, aspiran a un ordenamiento dictatorial, autocrático, totalitario. Consideran al Estado como al Dios que todo debe regirlo y ordenarlo. Ven en el tirano al superhombre capaz de controlar todas las instituciones y decidir de la vida o de la muerte del sujeto. Apuestan a la igualdad y sobreponen los intereses del colectivo, del partido y del régimen  por sobre cualquier otra consideración. Su fin no es emancipar al individuo: es subsumirlo bajo el poder del Estado Total. Rechazan el derecho de propiedad, que pretenden hegemonizar bajo la férula del Estado y éste en manos del autócrata dueño y señor de bienes y vidas. No consideran más derechos que los que se imponen desde las alturas de la tiranía. Y no existe ni debe existir otra justicia que la que se imparte desde las alturas de los intereses del caudillo, del líder o del partido.

Si en sus manos estuviera, no habría elecciones. El régimen dictaminaría mediante un golpe de estado la vigencia del régimen hasta el fin de los días. Como de facto y de iure ha hecho el régimen castrista bajo cuyo mandato nos encontramos. Que en el colmo del desvarío declaró al socialismo válido por la eternidad. Las circunstancias nacionales e internacionales se lo impiden. Las nacionales han salido a la luz con la extraordinaria jornada del 12 de febrero. A pesar de los abusos sin nombre del régimen, no ha podido en 13 años domeñar la voluntad democrática de las mayorías. Las internacionales, respaldadas por la evidencia de esa fortaleza, tampoco lo permitirían. Estamos insertos en una zona dominada por las democracias liberales de Occidente. A pocos kilómetros de bases militares flotantes que les sirven de anillo protector, el Comando Sur de los Estados Unidos. Constreñidos por democracias activas, como la colombiana y la brasileña, la chilena, la mejicana.

Es esa camisa de fuerza la que le impide al régimen utilizar su ventaja estratégica: “En consecuencia, por encima de toda normatividad, la mera posesión del poder estatal produce una plusvalía política adicional, que viene a añadirse al poder puramente legal y normativista, una prima superlegal a la posesión legal del poder legal y al logro de la mayoría” escribe al respecto de esa ventaja estratégica del poderhabiente el pensador Carl Schmitt. Y agrega: “En tiempos tranquilos y normales, esta prima política es relativamente calculable, pero en una situación anormal es completamente incalculable e imprevisible.”

Es en esa obra esencial, El sistema de legalidad del Estado Legislativo, en donde Schmitt demostró la “guerra asimétrica” que se libra en una sociedad en donde existe heterogeneidad de principios entre quienes detentan el Poder y quienes, avasallados, pretenden desplazarlos. Como es nuestro caso. “El método de formación de la voluntad por la simple verificación de la mayoría tiene sentido y es admisible cuando puede presuponerse la homogeneidad sustancial de todo el pueblo. En este caso, la votación adversa a la minoría no significa una derrota para ésta, sino que el escrutinio permite simplemente poner al descubierto una concordancia y una armonía anteriores y que existían en forma latente.” Es lo que permite la alternancia democrática. Se cambia gobiernos, no sistemas. No es lo que permite un sistema totalitario. Que solo existe mientras detenta el poder y el dominio.

No es ésta la ocasión para entrar en el análisis de este espinudo asunto de la asimetría existencial que nos constituye. Pero es importante destacar que sólo fortaleciendo nuestra unidad, ampliando de manera exponencial nuestras bases de apoyo y desatando un gran movimiento cívico que arrase electoralmente el 7 de octubre, podremos contar con la victoria.

Para obtenerla de manera categórica, indiscutible y definitoria no basta un hombre. No basta un partido. Se requiere el respaldo de todo un pueblo organizado y una inquebrantable voluntad de combate, de modo a desplazar radical, sistémica, estructuralmente del poder a quienes pretenden usurparlo. Manos a la obra. 

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