Opinión Nacional

La constituyente: prospectiva de una criatura contrariada

Pareciera estar escrito, en algún arcano de nuestra historia, que en Venezuela –comenzando por el propio proceso de independencia de España- todas las criaturas deben ser prematuras y, como suele ocurrir cuando se violenta a la naturaleza, sus alumbramientos complicados, traumáticos, y con frecuencia inusual ayudados con el siempre aleatorio «fórceps» cuyas consecuencias pueden ir desde las más graves hasta la inocuidad.Desde 1777 a 1810, apenas treinta y tres años habían transcurrido de la unificación por Carlos III de una serie de provincias dispersas entre sí y adscritas a distintas jurisdicciones, en la novísima Capitanía General de Venezuela. Aunque soy refractario a rendirle culto exagerado a los determinismos de cualquier tipo, no cabe duda que la ubicación geográfica de Venezuela, su vecindad con las Antillas francesas, inglesas, holandesas, su mayor accesibilidad desde los Estados Unidos y Europa, hizo posible que en esa pobre e inorgánica comarca del imperio español se fuese formando entre la aristocracia criolla una capa dirigente culta, inquieta, abierta a los aires libertarios que emanara la Gran Revolución Burguesa y los pensadores que la propiciaron o florecieron en ella. Como ejemplo, muy personal pero altamente sintomático, mi familia paterna posee, como bien hereditario aún indiviso, una de las 10 colecciones que integraron la edición príncipe de la Enciclopedia de Diderot y Dalambert, en el mundo no hay más de 4 colecciones completas, a la luz de hechos como este no es de extrañar que Don Marcelino Menéndez y Pelayo –citado recientemente por el Dr. Arturo Uslar Pietri- haya podido decir: «…la antigua Capitanía General de Venezuela, tuvo el singular privilegio de darle a la América Española su más grande hombre de armas: Simón Bolívar. Y su más grande hombre de letras Don Andrés Bello». Ahora ¿eran esos grupos de blancos criollos de Caracas, Cumaná, Maracaibo o Coro la expresión de la sociedad «venezolana»? Los catorce años de una guerra cruenta, sus innumerables altibajos, la respuesta desigual de los pueblos al llamado independentista, todo ello frente a una metrópoli arruinada, invadida, dividida, con un monarca lastimoso como Fernando VII, pudiera configurar parte de la respuesta. Fuimos república antes de ser país, fuimos país antes de ser nación. Factible o no, pienso que nos hubiese beneficiado mucho más una independencia más tardía y más consensual, que no representara una ruptura artificial y dañina con 2000 años de historia europea de los que formábamos parte y no pretender a revientacincha crear una «historia» propia más bien una mitología y un nuevo culto religioso mamarráchico a los «próceres» trocados en apóstoles de un credo heróico-militar y mesiánico.Con esos orígenes ¿debemos asombrarnos de estar donde estamos? No lo creo. Venezuela siguió produciendo hombres y mujeres excepcionales. En el siglo pasado José Antonio Páez y Antonio Guzmán-Blanco, en el XX Juan Vicente Gómez y Rómulo Betancourt sentaron las bases y fueron, con avances y retrocesos, creando una estructura de país. Pensadores como Vallenilla Lanz, Gil Fortoul, Uslar Pietri, Augusto Mijares, Mariano Picón Salas y algunos otros trataron de construir con nuestra desigual argamasa una identidad nacional al menos inteligible para nosotros mismos. Pérez Bonalde, Gallegos, Ramos Sucre, Andrés Eloy Blanco, Arvelo Larriva, Diaz Sanchez, Siso Martinez, Sojo, Lauro, Estévez, Carreño, Soto, Otero, Cruz Diez, Reverón, Narváez nos dieron presencia en la cultura del continente y fuera de él. En este párrafo caben 200 años.

La democracia iniciada con el derrocamiento, el 23 de enero de 1958, en medio de una crisis económica –que nadie sospechosamente menciona- del general Pérez Jiménez por las fuerzas armadas y el pueblo dieron comienzo a una etapa histórica de escasos 15 años, en los cuales se trató de construir una democracia de vasto aliento social (el analfabetismo que era del 50% en 1958 había descendido al 13% en 1964), la salud, la educación, la vialidad agrícola y la infraestructura básica casi inexistente en la provincia venezolana fueron prioritarias, se enfrentó y venció la recurrencia golpista de derecha y la subversión inspirada, financiada, armada y apoyada por Fidel Castro. En los escasos 10 años de Betancourt y Leoni se superó con creces la crisis económica y el presidente Rafael Caldera pudo encarar con éxito la política de pacificación política del país. Esta etapa positiva, histórica, creadora, no corrupta, concluyó para mal del país en 1974, entonces se abre el comienzo del delirio saudita, el relajo ético y la decadencia moral del sistema y de los partidos políticos, como exponentes de una sociedad raigalmente enferma, pero no al margen de ella como pretenden socarronamente muchos «independientes».No faltamos quienes desde posiciones de aparente relevancia alertamos con angustia agónica sobre el inminente peligro, el más ilustre de nosotros el Dr. ArturoUslar Pietri, todo fue inútil. Las voces de alerta eran percibidas como «sospechosas»,»interesadas»,»peligrosas» en el mejor de los casos inconvenientes. Venezuela, siguió impávida su marcha al precipicio. Así llegamos al grotesco año de 1998, que estoy seguro será algún día estudiado como ejemplo del disparate colectivo.

El actual presidente puede ser que no sepa que hacer con el poder, si vemos este como proyecto de desarrollo o de nación, pero algo es indubitable: lo quiere todo para él solo, su estructura mental –ojo, que no sólo su formación castrense- lo impele a un ejercicio no compartido del mismo, excepcionales y conocidos casos históricos pareciera ser que lo hacen sentirse justificado en ello, aun cuando ningún presupuesto real en el caso específico lo justifica o hace viable. No ese Ataturk, ni detuvo la armada inglesa en Gallipoli, ni está creando una nación de las ruinas de un imperio y expulsando al invasor extranjero. No es Bolívar destruyendo el imperio español. Es el presidente constitucionalmente electo, de un país preexistente, escandalosamente endeudado por sus predecesores de los últimos 25 años, con una sociedad enferma de paternalismo de Estado, sin una cultura del trabajo, del esfuerzo y de los méritos como credenciales de realización. Un pueblo flojo e irresponsable corrompido como sus líderes y por sus líderes que no desea crecer, sino «volver» a la jauja artificial de la «gran Venezuela». Ante este cuadro el Chávez triunfador del 6 de diciembre de 1998, necesitaba y podía con toda probabilidad de éxito, convocar al país incontaminado, preparado, frustrado por no poder aplicar sus habilidades y destrezas a una obra de redención colectiva a acompañarlo a la gran tarea de saneamiento y si se quiere de «refundación» pero sobre las bases ciertas y existentes del esfuerzo, la sangre y el sudor de muchas generaciones de venezolanos. No lo hizo, o no quiso o lo que yo temo más no pudo hacerlo, no pudo vencer sus instintos de lucha, de pugnacidad espontánea, es grave.Ahora sobre un universo electoral del 47% obtuvo, valiéndose de todas las vivezas, triquiñuelas, zamarrearías del politiquero tradicional -¿lo asesoraría Alfaro Ucero?- entubando, equinizando, convirtiendo en una lotería de animalitos un proceso formalmente uninominal, el 65% de los sufragios para las «llaves»o los «Kinos» de Chávez, (por la característica de «uninominalidad absoluta» de la elección, perversa e inaceptable para el futuro, pero legal al fin y al cabo) ese 65% del 47% de los votantes le dan el 96% de los representantes a la Asamblea Nacional Constituyente, la oposición por la cual sufragó el 35% del 47% obtiene apenas el 4% de la representación. Más grave que las perversidades del sistema, aún más grave que una abstención del 53% del universo electoral es la composición humana e intelectual de la Asamblea, y lo que ello puede revelar de para que la quiere realmente el presidente de la República, son tristemente muy pocas las excepciones salvables de esta «colcha de retazos» y contabilizables con los dedos aquellos que están en capacidad de rendir la magna empresa que se les ha encomendado. O habrá que creer que la costosísima farsa fue sólo para que una marea genuflexa y asexuada entre gritos, vivas y el ¡qué se besen, que se besen!, que gritaba el lumpen ante el balcón del pueblo al estilo del Duce y de Perón y Evita, apruebe la constitución ya precocinada por Combellas, Saab y compañía con períodos de 10 años y reelección inmediata. Si no fuera así, sólo queda que la ANC se provea de un equipo asesor de altísima calificación técnica, multidisciplinario y de criterio nacional y no banderizo ¡Alá lo quiera así!
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