Opinión Nacional

La crisis económica crea oportunidades y peligros ambientales

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La ineludible crisis financiera podría frenar el calentamiento global al reducir el consumo energético pero también podría posponer el desarrollo de energías renovables con el consiguiente perjuicio ambiental.

La crisis económica que vive el mundo desde hace unos meses tendrá seguramente un impacto significativo en la otra gran crisis que enfrenta el planeta, que se relaciona con el calentamiento global y el cambio climático. En efecto, muchos analistas temen que será difícil invertir ahora en energías renovables, con las que contaban los expertos para moderar las emisiones de CO2, ya que las prioridades financieras de las naciones estarán centradas en la reactivación de las economías.

En otras palabras, sería lamentable que los problemas ecológicos puedan pasar a segundo plano ante la apremiante necesidad de estimular la economía y proveer empleos a la población, justo cuando –por falta de inversión y mercados menos atractivos— muchas empresas han reducido sustancialmente su personal. Sin embargo, la mayoría de los ecologistas piensan que descuidar el ambiente sería un craso error, ya que de no atajarse a tiempo los problemas asociados con el calentamiento global, éstos pueden empeorar hasta tal punto que se hagan inmanejables en el futuro.

De este modo, los ecologistas piensan que las ultimas resoluciones internacionales de Bali, Copenhague y Poznan para ir preparando el terreno a un nuevo protocolo de Kyoto serán ignoradas por un tiempo hasta que los gobiernos y las empresas tendrán suficientes fondos para cubrir las inversiones necesarias para desarrollar energías renovables, mejorar la eficiencia energética y establecer mejores controles para las emisiones contaminantes. Así los famosos objetivos 20-20 (20 % de energía renovable para 2020) a que apunta la Unión Europea, podrían posponerse indefinidamente mientras se sale de los complejos enredos financieros y económicos.

Una oportunidad incomparable

Sin embargo otros ecologistas no son tan pesimistas y ven en la crisis económica una oportunidad para acelerar la transición a las energías renovables (biocombustibles, solar, eólica, hidráulica y geotérmica), mientras que el menor consumo energético reduciría sustancialmente las emisiones de CO2 por la menor actividad económica. Esto, a pesar de que la recesión económica genere de paso otros problemas serios como el desempleo, con su potencial para aumentar la inestabilidad política y social en algunos países, pero ambos problemas pudieran atacarse simultáneamente en un enfoque positivo tipo ganar-ganar.

Otra de las bases para el optimismo es el arranque de una nueva administración en EEUU, ya que Barack Obama ha insistido en su campaña en promover desde el gobierno el desarrollo acelerado en diez años de combustibles alternos y propiciar energías renovables –con una inversión de unos $ 75 millardos– todo dentro de su ambicioso plan de reactivación económica (que superará los $ 800 millardos) , de modo que el mismo programa energético serviría para crear oportunidades de inversión y generar empleos. En otras palabras, se trataría de iniciativa en que la crisis económica serviría de pretexto para atacar en forma decisiva y prioritaria el problema energético-ambiental, que tendría mayores consecuencias a largo plazo para todo el planeta, además de reducir la dependencia externa en materia petrolera.

La tesis de Obama estuvo muy influenciada por la campaña que está haciendo el ex vicepresidente Al Gore, ahora un notorio activista de la conservación ambiental, y quien seguramente fungirá de asesor extraoficial al nuevo mandatario. Se espera que Gore presione –con su bien ganado prestigio– para que Obama implemente las acciones que ha estado proponiendo durante esta década en pro de la reducción de emisiones que generan el calentamiento global. Queda por ver si Obama podrá acometer esas reformas en medio de la crisis económica y los complejas retos internacionales que ha heredado (Mediano Oriente. Afganistán, Irak, Irán. Pakistán) que estarán también en el plano prioritario por sus implicaciones sobre la seguridad nacional y el equilibrio geopolítico.

No hay tiempo que perder

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Los ambientalistas creen que no se debería bajar la guardia en este momento, a pesar de la crisis económica, ya que las últimas investigaciones científicas revelan que el cambio climático está teniendo lugar a un ritmo más acelerado del que se había anticipado en el informe publicado en 2007 por el IPCC o Panel Intergubernamental patrocinado por la ONU. Y para nadie es un secreto que las metas del protocolo de Kyoto no se están cumpliendo a cabalidad, con muchas naciones recurriendo al comercio de los famosos “créditos de carbono”, o sea haciendo trampa a expensas del menor desarrollo de ciertos países emergentes, mientras las naciones más industrializadas han seguido contaminando casi igual que antes, en aras de mantener su alto nivel de vida. Esto sin contar que algunos de los países más poblados –y más contaminantes– del planeta, como China, India, Sudáfrica, México y Brasil, no tienen ninguna obligación de cumplir el protocolo de Kyoto, por el simple hecho de ser considerados “países en desarrollo”, como tampoco lo tiene la mayor economía mundial, EEUU, por no haberlo ratificado en su oportunidad, por razones esencialmente políticas y económicas.

Un hecho interesante es que desde el seno de los mismos países avanzados existe una cierta indiferencia a los efectos negativos de la crisis económica, y muchos creen que no les molestará reducir un poco su nivel de vida y el consumismo en aras de un ambiente más saludable. Obviamente, no piensan así en muchos países subdesarrollados, donde el consumo se hace mayormente en productos de primera necesidad, y por ende la crisis económica se convierte en un problema de supervivencia, al aumentar el riesgo de desnutrición (o incluso de hambrunas), sin contar un deterioro de sus magra calidad de vida por el menor acceso a servicios básicos.

El derroche programado

(%=Image(5246457,»L»)%)Como quiera que se interprete la crisis económica, entre muchos ecologistas existe una mentalidad bastante constructiva, donde se tratará de aprovechar la crisis para hacer reformas estructurales en esquemas de consumo e industriales, y no sólo en el sistema financiero que la generó, frenando el consumismo desbordado y el derroche en que se basaba el notable crecimiento económico de las últimas décadas. En obvio que las sociedades opulentas han estado consumiendo en demasía los recursos naturales del planeta, a menudo en productos suntuarios, con todas sus consecuencias en el agotamiento de los suelos, la deforestación de bosques tropicales y el excesivo consumo de energía, todo para que puedan proveerse de comodidades bastante debatibles, que forman parte de criterios de “progreso” vigentes en el mundo desarrollado. Nos referimos al uso irresponsable de equipos como computadoras, electrodomésticos, automóviles y aviones, entre otros, mientras que no se presta atención al derroche de materiales como madera, papel, textiles, vidrio, productos petroquímicos, etc., muchos de los cuales podrían rehusarse, reciclarse o evitar su uso, como los empaques de productos de papel o plástico, los metales o los envases de vidrio. Esto, sin contar el derroche evidente de recursos vitales como el agua potable, que se malgasta en algunas regiones mientras escasea en otra.

En el centro del dilema del desarrollo está la disponibilidad y el costo de la energía, que interviene como un actor fundamental en promover o retardar los cambios necesarios. Así, la crisis económica ha causado una rebaja sustancial en los precios del petróleo, pero este mismo factor no sólo inhibirá las inversiones necesarias para encontrar y mantener los yacimientos, o construir nuevas refinerías, sino que inhibirá el desarrollo de combustibles alternos a los fósiles (incluyendo la energía nuclear), que actualmente cuestan mucho más que los derivados del petróleo por estar en una etapa incipiente. En efecto, muchas de las energías alternas contaban con un precio del petróleo entre $ 60 y $ 80 el barril para poder competir, y ahora tendrá que esperarse a que el crudo vuelva a llegar a ese nivel, lo cual podría no suceder en meses o quizás años, a menos que ocurra una seria crisis de suministro por razones geopolíticas o catástrofes ambientales.

La crisis y el consumo de combustibles

En el aspecto negativo, los bajos precios de los combustibles petroleros incentivarán su uso y se consumirán más, con las consiguientes emisiones contaminantes, de modo que el calentamiento global seguirá su curso a pesar de la crisis económica por simple inercia. Por ejemplo, al bajar en los últimos meses la gasolina de $ 4 a menos de $ 2 el galón en EEUU, seguramente muchos conductores usarán más el auto y recorrerán más kilómetros, con el consiguiente daño al ambiente. Sin embargo, muchos países no petroleros que no podían financiar su gasto energético, ahora lo podrán hacer por el costo más asequible del crudo, y quizás pospongan el desarrollo de combustibles alternos como el etanol y el biodiesel, o el uso de otras energías renovables.

La construcción de nuevas y costosas plantas nucleares, que ahora se consideran instalaciones “verdes” por su bajo potencial contaminante, están siendo pospuestas en espera de que aumente el petróleo, ahora más competitivo, de otro modo no se un retorno razonable a su inversión. Y aún si los agrocombustibles se desarrollaran masivamente, como piensa hacer el gobierno de Obama, esto hará que muchos terrenos agrícolas se usen para fines energéticos, sustituyendo los cultivos alimentarios y causando una mayor deforestación (con su factura ecológica), todo mientras se causa un indeseable aumento de los precios de los alimentos, como ha estado sucediendo en estos últimos años.

Se acercan decisiones complejas

En síntesis, las decisiones no van a ser fáciles en medio de la crisis económica, y los criterios anteriores ya no podrán adoptarse tan directamente como antes, ya que la reestructuración del sistema financiero requerirá nuevas reglas y paradigmas, que obligará a los gobiernos y empresas a adaptarse en el camino, sin olvidar los nuevos hábitos de consumo que generarán. Por todo esto, es difícil predecir actualmente el futuro del calentamiento global, ya que habrá que esperar a ver en cuánto se reducirá el consumo de combustibles fósiles y si el programa de Obama se cumplirá a cabalidad o era un simple eslogan electoral. No se puede ignorar la tradicional resistencia de las empresas automotrices (de por sí en aprietos financieros) en fabricar modelos más pequeños y rendidores, o la duda sobre una proyectada mayor eficiencia energética en edificios residenciales, fábricas y centrales eléctricas. Asimismo, habrá que ver si el reciclaje de materiales aumentará con la crisis, por simple necesidad económica, ya que los menores precios debido a la crisis podrían incentivar su derroche.

Sólo el futuro dirá en que dirección se encaminará el mundo después del trauma que significa la crisis económica que atraviesa el planeta, pero la mayor parte de la humanidad esperaría que haya suficiente visión y sensatez para reactivar las economías con criterios ecológicos mas sanos y sustentables, y que la crisis sirva –además de lección oportuna– para estimular cambios fundamentales en hábitos de consumo, y promover el ahorro y la eficiencia energética. Ojalá que, como toda crisis creada por el hombre, la actual coyuntura económica y ambiental sirva de aprendizaje y estimule un uso más racional de la energía, lográndose al final una evolución positiva hacia economías sustentables y menos contaminantes que las actuales.

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