Opinión Nacional

La demencia nacional

Entre los tantos adjetivos, mofas, consignas y remoquetes a los que el oficialismo rojo ha recurrido en su insaciable intento de degradar moralmente a quienes disienten de su proyecto, hubo un estribillo que años atrás tuvo mucho éxito. «¡Chávez los tiene locos!», decía. Aplaudiendo y cantándolo en tono de burla infantil lo repetían una y otra vez en actos públicos activistas ataviados de rojo de la cabeza a los pies.

Por aquellos días, no pasaba de ser una efectiva burla extraída del habla popular venezolana que daba en el clavo con el desconcierto de las fuerzas democráticas ante la arrolladora estrategia autoritaria y los desplantes provocadores del Gran Hablador hoy en silencio. Pero ahora que han transcurrido catorce años soportando a un solo hombre con todos los micrófonos en su sola voz, que llevamos casi dos esclavizados al suspenso de una enfermedad convertida en melodrama interminable, y tenemos que escuchar, además, todos los días, las más contradictorias versiones sobre la situación del hombre que va y viene de La Habana, podemos entender el estribillo como una premonición. Sólo habría que cambiarle el «los» por un «nos».

Porque, efectivamente, Chávez nos tiene locos a todos por igual.

Si ese era el objetivo estratégico del ocultamiento informativo, pues, lo han logrado. El país ha adquirido cierta atmósfera de colonia psiquiátrica. Unos afirman, como si hubiesen visto el ataúd, que está muerto y congelado en Cuba esperando el momento para anunciarlo. Otros, incluso los partes oficiales, que está vivo y en Venezuela.

El día lunes 18, una señora declara a las cámaras en la plaza Bolívar que acababa de verlo «entrar caminado y muy fuerte» al piso 8 del Hospital Militar. Mientras otra, obviamente opositora, desde un tweet, le preguntaba por qué entonces no hay siquiera una fotografía de aquella entrada triunfal.

El asunto es ya un problema de fe. La prensa ha recogido con profusión la frase de otras seguidoras que declaran no necesitar de ninguna prueba fotográfica porque el pueblo «siente» (sic) en su piel la presencia del comandante. Algo tan contundente como quienes «sienten» que ya no está. Muchos se hacen eco de la leyenda que explica la enfermedad ­y la segura muerte­ como una consecuencia del atrevimiento de haber exhumado los restos de Bolívar. Una maldición del tipo Tutankamón, agregan. Otros, católicos fervientes, sostienen que lo de la traqueotomía y la mudez es un castigo divino por largos años de abuso de la palabra. Y no falta quien cuente en voz baja que un brujo de Campoma, por encargo desde Caracas, hizo un trabajo maligno aplicándole alfileres en la boca a un muñeco con boina roja.

Altos jerarcas del chavismo olvidan las tesis marxistas sobre la religión como opio del pueblo y ahora rezan en público, van a misas y se presentan en Cuba, un país legendario por largas décadas de persecución a los católicos, cargando con figuras de santos enviados por «el pueblo» para contribuir con la mejoría. Y mientras unos gobernadores declaran que el hombre está activo, da órdenes y firma documentos, otros como si de ebriedad se tratara confiesan que aparecerá «cuando esté bueno y sano».

En La Habana también se cuecen habas y muchos repiten el cuento del empleado que le vio a lo lejos descansando en un lujoso hotel de Varadero. Mientras tanto, en Venezuela el manto negro de la incertidumbre todo lo ensombrece. La desinformación, además de un delito constitucional, es también una forma de castigo y una caja de resonancia del rumor. Ofrezca usted su versión que el megáfono está encendido.

Pienso en Erasmo de Rotterdam. Venezuela sería en este momento un buen lugar de vacaciones para él. Los colectivos, como las personas, también enloquecen. Las naciones, igual.

Desde donde escribo se ve una valla gigantesca que reza: «De tus manos brota lluvia de vida».

Al fondo, no la foto de Jesucristo, sino la de Hugo Chávez.

Por ahora somos un inmenso manicomio que limita por el sur con la Amazonia brasileña, por el oeste con Colombia y por dentro con el comunismo cubano.

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