Opinión Nacional

La economía del terror

La maldad no es sólo un fin en sí mismo, la enfermiza expresión de un espíritu siniestro que persigue la aniquilación del semejante bajo cualquiera de sus formas. También ha sido un arma esgrimida para intimidar y lograr propósitos que escapan a la mera satisfacción de esos instintos perversos y destructivos. Entonces se convierte en práctica cotidiana de manipulación, de intimidación y vasallaje. Esa es la auténtica economía del terror: servir al ejercicio y mantenimiento del Poder. Particularmente en los estados totalitarios. Tanto, que posiblemente sea el terror la médula definitoria de dichos estados: en su forma abierta y descarada o en la subliminal de la manipulación semántica y gestual del caudillo y sus esbirros. El ejercicio abierto o enmascarado del terror desciende desde las alturas del podio desde el cual el Jefe alardea horas y horas de su inmenso e incansable poderío, hasta los últimos y modestos rincones del barrio y el caserío, donde su última y más baja representación, sean los comités de defensa de la revolución o los círculos bolivarianos, cumplen con el espionaje inicial y el terror doméstico: puerta a puerta, zaguán a zaguán.

Por eso no son casuales las tropas de asaltos hitlerianas, esas bandas de matones uniformados de negro que recorrían barrios, negocios y tabernas entonando sus cánticos y exhibiendo de manera grosera y prepotente su terrorífico poderío. Intimidaban, amedrentaban, imponían la presencia omnímoda del Führer. Y si fuera necesario: apaleaban, secuestraban, torturaban física o mentalmente al potencial opositor o disidente, asesinándolo cuando era necesario. El terrorismo de los CDRs cubanos no se viste de color alguno, no sólo por causa de la miseria imperante, que ha convertido a todos los cubanos –con excepción de la burocracia de su nomenklatura – en pobres de solemnidad, sino por lograr la plena metamorfosis con los de abajo. Convertidos todos los cubanos en funcionarios del estado –desde el taxista que transporta turistas, el cocinero que les prepara sus huevos fritos hasta el sonero que le canta sus viejos cantos de trova – en todos se cumple, quiéranlo o no la imposición de la vigilancia, la denuncia y el terror. Llamados por los jefes locales del Partido o convocados directamente por el Caballo, allí correrán hasta la embajada en que se han asilado algunos de sus compatriotas, provistos de tubos y palos, para “ejercer la justa indignación del Poder Popular” contra esos “traidores y gusanos”.

Este gobierno, elegido por millones de venezolanos en ejercicio de sus derechos democráticos garantizados desde el 23 de Enero de 1958, trata de acorralar a la oposición para que se convierta en disidencia y organiza sus círculos bolivarianos para que ejerciten el terror como instrumento último de esa dominación que ve a punto de desmoronamiento. Esa y no otra es la razón del asesinato de Luis Alcalá y del secuestro, intimidación y tortura sicológica y violación de Estrella Castellanos. A lo que hoy se suma el atraco, secuestro y ruleteo de Luis Manuel Esculpi. Esa es la razón que justifica a Lina Ron y a su banda de malhechores atacando a un equipo de Globovisión y destruyéndole el vehículo en que se desplazan. Ese es el sentido de los pistoleros de Puente Llaguno, el asesinato de 19 manifestantes y las heridas de bala causadas a otra centena de ellos. Amedrentar, acobardar y someter.

Se mellarán los colmillos. No somos cubanos. Para nuestra fortuna. Lo demostraremos el próximo 10 de octubre.

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