Opinión Nacional

La educación en Venezuela

Hoy escuché como casi siempre a Carolina Jaimes Branger en su programa diario. Entrevistaba al candidato presidencial Roberto Smith, quien entre diversos comentarios se refirió a la educación venezolana, haciendo alusión a los planes educativos desarrollados por el actual gobierno, absteniéndose de criticarlos y dando a entender que se trataba de un plan educativo adecuado en razón a que suplía las carencias originadas en el deficiente sistema educativo venezolano.

Estoy de acuerdo con que se implemente un plan educativo para suplir las deficiencias que en tal sentido tienen los venezolanos pero está muy equivocado el señor Smith cuando da a entender que esto es un problema básicamente estructural. Es probable que su edad no le dejó disfrutar el sistema educativo de los finales de la década de los años cuarenta y toda la de los cincuenta. ¿Y porqué afirmo esto?

Mi educación primaria la inicié en una escuelita de barrio a donde llevaba una pequeña silla, un libro Mantilla y una pizarra portátil (del tamaño de un cuaderno). De allí pasé a estudiar primer grado en la Escuela Municipal Nº 71, situada en la Calle Sonrisa del barrio Los Magallanes para pasar a estudiar, previa aprobación del segundo grado, al tercer grado en la Escuela Federal Ramón Isidro Montes (aún nuestro país era Estados Unidos de Venezuela). Esta era una escuela construida a finales del gomecismo y carecía de ciertas comodidades, aunque cualquier escuela bolivariana actual palidecería de envidia ante ella. Y yo me moría de la rabia por no poder estudiar en las escuelas hechas por Medina y creo que alguna de ellas por los adecos del 45. Eran las denominadas “República” aún sobreviviendo en cada capital de estado con los nombres de los países americanos. Vale la pena ver una escuela de esas. Edificada con sólidos materiales, salones amplísimos, alumbrados con luz natural a través de grandes ventanales y unas excelentes luminarias para el momento en que la luz natural era insuficiente. Techos de tejas sobre placa de concreto o madera y una altura que llegaba en la parte más alta del salón a casi cuatro metros, lo cual daba un ambiente fresco, en contraposición a las escuelitas techo de zinc realizadas a partir de los años sesenta, donde ni siquiera los ventiladores pagados por los representantes -porque el gobierno no los coloca – alivian el infernal calor. Las escuelas contaban con amplias salas sanitarias, canchas deportivas, biblioteca, comedor y cocina, llegando al lujo de tener un inmueble para el empleado que ostentaba el cargo de bedel, donde habitaba con su familia. Alguien que estudió en esos institutos me comento, no se si en son de broma, que había una entrada para las hembras y otra para los varones.

Tras terminar mi primaria pasé a estudiar en el Liceo Fermín Toro. Para ese momento, atendiendo razones políticas, había sido trasladado a lo que había sido el local de la Escuela Normal Miguel Antonio Caro y hoy sede del Museo Jacobo Borges. Como escuela “Normal”, denominada así porque quienes estudiaban para maestros recibían la denominación de “normalistas” contaba con residencia para aquellos alumnos provenientes del interior del país. Esta sección fue eliminada al convertirla en edificación del combativo liceo. La nueva sede contaba con salas de clases superiores a la de cualquier escuela, equipadas con pizarrones inmensos y tarima para los profesores. Una completa biblioteca, auditórium mejor al de cualquier cine, zona deportiva con pista de trote profesional (400 m) canchas de básquet, voleibol y creo que hasta de fútbol. Como corolario un excelente comedor y una cómoda cantina. Ese mismo año (1955) hicimos una huelga y fue cerrado ante la magnitud de la misma, convirtiéndose por un par de meses en “Liceo Provisional Nº 1” y luego en Liceo Militar Gran Mariscal de Ayacucho. Como nunca me gustó ir arreado ni cumplir órdenes sin hacer consideraciones sobre las mismas me fui a lo que consideraban la cenicienta de los liceos: El liceo Luis Razetti, ubicado en el sector la Quebradita de San Martín. Ocupaba la casa familiar del ex presidente Isaías Medina y había sido modificada, haciéndole agregados para adaptarla a su cometido. Fué sido obra de los adecos tras expropiar el inmueble pero con sus carencias y problemas, también haría palidecer a la mejor universidad pública construida por los posteriores gobiernos. El laboratorio de biología contaba con 2 microscopios por alumno. Yo creo que en la actualidad son escasos los liceos que poseen alguno.

Inscribirse en una escuela, liceo o universidad no tenía ninguna dificultad. La ausencia de liceos privados excepto los religiosos da prueba de ello. Solo existían dos universidades privadas; Andrés Bello y Santa María en razón a que obtener cupo en una universidad pública no ofrecía dificultad.

No deseo aburrirlos con la calidad de la educación pero útil o inútil, en Física de quinto año se armaba un receptor de radio. Basta ver hoy los concursos de preguntas, que aún en el de más alto nivel se dejan de contestar preguntas elementales. Cada día la calidad de la educación disminuye. Todo alumno es promovido y de presentar deficiencias, un superficial curso de nivelación le hace pasar al próximo nivel, logrando así mantener una hipócrita estadísticas de “menores estudiando” y evitando, al promoverlos, el congestionamiento de las aulas y la escasez de institutos educacionales.

Entonces, lo expuesto por el señor Smith, apoyando la teoría de los actuales teóricos sobre una cuarta república fallida en educación carece de bases. La cuarta república se inicia en 1830 y fue un fracaso en todo hasta el final de la dictadura de J. V. Gómez, siendo los éxitos atribuibles a los tiranuelos de turno producto básicamente de la casualidad y no del esfuerzo. Aún cuando Guzmán decreta la obligación de la educación gratuita, son escasos los esfuerzos que en torno a ello realiza ya que es solo con el gobierno de Isaías Medina cuando se comienza a crear un verdadero conglomerado de escuelas, continuado por los adecos en su corto período y mantenido en excelentes condiciones por la subsiguiente dictadura. Finalizo aseverando que quienes tienen menos de sesenta años de edad, no aprendieron por carecer de oportunidades sino por no poder o no querer.

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