Opinión Nacional

La fábrica de la legitimidad perdida

La legitimación de un gobierno es tarea urgente para su mantenimiento. Todas las dictaduras y regímenes de facto intentan, por diversas maneras, aparentar ser legitimas y muy consensuales, para lo cual esconden sus trapos fácticos en el closet.

Es tal la obsesión de los autoritarios de disfrazarse de demócratas y querer aparecer como gobernantes consensuales y legítimos, que muchos de ellos han inventado desde encuestas que alaban su gestión, elecciones manipuladas, hasta rimbombantes constituciones, por no recordar las estatuas hechas por el pueblo, esfinges y monedas de oro con su rostro elaboradas para satisfacer la demanda de las mayorías.

La historia de Venezuela ha estado plagada de este tipo de experiencias. En el siglo XIX, el desparpajo de los caudillos era tal, que hasta se inventaban aclamaciones y manifestaciones a su favor. Así recordamos a un Guzmán, o a un Castro quienes se imaginaban ser adorados por una masa de venezolanos harapientos que no entendían bien lo que significa la legitimidad. No obstante, la patética experiencia de Hugo Chávez Frías parece superar con creces aquellas decimonónicas, dejando abierto el espacio para cualquier atrocidad que sirva para aparentar ser el mas legitimo de todos los gobiernos del hemisferio.

Es trágico observar que cuando la comunidad internacional civilizada daba muestras de respeto al modesto avance de la democracia en Venezuela, haya aparecido un gobierno con las características del régimen que detenta Hugo Chávez, quien se vende como un revolucionario democrático y muy respetuosos de las leyes y la constitución, aunque por mas de siete años ha ejecutado cualquier tipo de marramuncias para detentar el poder y quererlo hacer ver como legitimo y muy consensual.

En un inicio, Chávez aprovechó los mecanismos democráticos para ascender al poder. En el 2000 empezó a construir su fabrica de consenso perdido, usando para ello las herramientas que se requerían, sin importar el origen y la condición de las mismas. Miles de bolívares fueron gastados en la consecución de ese fin, y cientos de personas utilizadas. Aun recordamos como muchos de los que soportaron al régimen en su primera etapa, fueron desechados cuando ya habían cumplido su función productiva en la fabricación de legitimidad.

Chávez utilizó a profesores, intelectuales, abogados reconocidos y otrora respetadas personalidades del mundo académico venezolano para buscar un piso de legitimidad a su Asamblea Constituyente. Luego de haberles usado, los botó de su lado como desechos.

Chávez utilizó las necesidades y el hambre de la gente para mantener su popularidad, elaborando discursos que apuntaban a las emociones de ese pueblo incrédulo y desesperado. La masa lo siguió ciega, hasta que se dió cuenta que no era el Mesías, y que su situación de miseria seguía igual a pesar de las palabras bonitas que escuchaba en las cadenas.

Este pueblo que siguió al líder del cambio del 98, no entiende bien las diferencias entre Marx, Lenin o Trosky. No sabe de comunismo ni de socialismo, pero si esta claro que el gobierno revolucionario no es mas que la agudización del modelo populista, despilfarrador y faraónico que se había expresado tímidamente en figuras del pasado reciente.

Chávez utilizó a los empresarios que pensaban y siguen pensado que con el líder de Sabaneta sus bolsillos seguirán llenándose mas y más. Esos empresarios no han calculado aun, las nefastas consecuencias de sus acciones. Se saben poderosos si firman contratos con el régimen y pagan las comisiones, pero no saben que son una mera pieza para la fabrica de consenso legitimador que necesita un régimen autoritario para sostenerse en el poder.

Chávez utilizó a muchos de mis colegas periodistas, que se vieron deslumbrados por el temple del Comandante sin ponerse a pensar que solo eran meras piezas de un ajedrez que buscaba trascender. Muchos de los comunicadores que apoyaron a Chávez y que le ofrecieron su hoja de vida para alcanzar el poder, están hoy sufriendo de juicios injustos, de la impunidad, del exilio, y del desprecio de chavistas y opositores.

Chávez utilizó a las Fuerzas Armadas para construir su base legitimadora. Ahora, los oficiales forman parte de la vergonzosa comparsa que acompaña al déspota a gobernar sin consentimiento pero no les importa porque pueden beneficiarse del poder. Sus conciencias son mercancía barata que el autócrata compra con dinero robado de las arcas de la nación.

Chávez utilizó a la sociedad civil que le dio el voto en 1998, harta de los Adecos y Copeyanos, y que luego sufrió en carne propia su histórico error. También utilizó a los medios de comunicación social para lograr sus objetivos y mantener el consenso en la primera etapa de su gobierno, pero luego, cuando no le siguieron el juego, los echó de su lado, arrojándolos a las pandillas delincuenciales que conforman las seudo instituciones del régimen.

Así podemos seguir enumerando a todos los sectores de la sociedad que fueron en un inicio parte del consenso y que después se alejaron al entender el tipo de proyecto que estaban ayudando a consolidar.

Chávez y sus socios le han mentido al mundo desde su primera reelección, luego de la aprobación de la Constitución Bolivariana de 1999. Chávez ha disfrazado los últimos resultados electorales y todas sus acciones y ejecuciones ilegitimas, con el concurso no sólo de sus empleados corrompidos, sino de agentes internacionales que a cambio de los beneficios de la fabulosa renta petrolera con que cuenta el gobierno, mas no la nación, han vendido sus conciencias para darle el visto bueno y su aceptación a eventos electorales que han exhibido enormes vicios y muestras de alteración.

Chávez esta dispuesto a seguir fabricando su legitimidad y consenso a cualquier costo. Diciembre del 2006 es un nuevo reto para que el dictador renueve su disfraz democrático ante el mundo y ante la gran mayoría de venezolanos que ve disminuidas sus libertades y sus posibilidades de dejarse escuchar y sentir en un sistema controlado e incapaz de reflejar lo que pasa realmente en el soberano, poseedor final del poder de decisión y el que otorga la verdadera legitimidad que el régimen busca desesperadamente.

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