Opinión Nacional

La Fidelada

Todo lo que diga o haga Fidel Castro es de gran importancia para Venezuela, por la sencilla razón de que él es la máxima instancia del poder en nuestro país. Por obra de la revolución bolivarista, el Estado nacional se ha convertido en una especie de protectorado cubano, en el que manda a sus anchas el «líder máximo» de aquella isla.
 
     De allí la atención que debe ponerse a su reciente declaración sobre que «el modelo cubano ya no funciona ni siquiera para nosotros»… Respuesta, por cierto, a una pregunta sobre la «exportabilidad» de la revolución cubana, formulada por el periodista Jeffrey Goldberg de la revista The Atlantic, cuyas simpatías políticas hacia el entrevistado son bien conocidas en Estados Unidos.
 
      La misma tiene dos destinos: el propio de su envejecida revolución, a fin de darle espacio a los muy tímidos cambios que su hermano Raúl trata de establecer para que sobreviva el despotismo familiar. Es la lectura cubana de tan inesperada y tardía confesión. Ahora que las cosas se le están poniendo chiquiticas a ese cincuentenario régimen, con todo y el subsidio venezolano, su fundador y beneficiario «reconoce» la posibilidad de cambios en la configuración económica y social.
 
      Pero el otro destino es Venezuela, y más en concreto aquella parte de la opinión pública o de la población que se encuentra justificadamente alarmada por la orientación comunista del régimen de Chávez. Después de que el propio Fidel despejara la más mínima duda sobre la identificación del «socialismo de siglo XXI» con comunismo, ahora busca el efecto contrario: tratar de «des-radicalizar» la imagen de la «revolución venezolana», con el argumento de que ya ni en Cuba se aferran al viejo sistema comunista…
 
      En pocas palabras: meterle el hombro a Chávez para que la alarma sobre la ruta cubano-castrista sea percibida de manera menos intensa.  O lo que es lo mismo: intentar desarmar la matriz de la progresiva «comunización» de Venezuela, y por ende suavizar el efecto pernicioso que ello pueda tener en las venideras elecciones legislativas del 26-S. En resumen, una declaración dirigida hacia la campaña electoral venezolana y pensada para «darle una manito» al protegido más valioso.
 
    En opinión del profesor Carlos Romero, quizá el académico venezolano con mayor conocimiento de la temática cubana, se trata de uno de esos «repliegues tácticos» a los que de cuando en vez apela Fidel Castro para mejorar sus posiciones. En este caso, tanto la posición de su dictadura en un contexto de expectativas de cambio en Cuba, como del posicionamiento del aliado régimen chavista en relación con los comicios parlamentarios.
 
     Es obvia, además, la importancia que la dupla Fidel-Chávez le ha dado al masivo rechazo de la sociedad venezolana al comunismo. Lo aprecian, y con razón, como una amenaza gravísima para sus planes hegemónicos, y por eso están esforzándose en combatirla a través de señales políticas de aparente apertura y atenuación radical. El anunciado «diálogo» miraflorino con representantes de la comunidad hebrea también forma parte de lo mismo, y al alimón, desde luego, con otras afirmaciones de Castro alabando a los judíos y criticando al iraní Ahmanidejad.
 
     Todo lo cual reitera que el cardenal Urosa dio en el blanco y que debería insistirse en la lucha para librar al país de un destino similar al de Cuba. La Fidelada quiere quitarle el piso a esa lucha, razón adicional para impulsarla.

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