Opinión Nacional

La Fiesta de la Educación

Yo diría que si al cabo de un lapso necesario, los muchachos de hoy no
terminan siendo más sabios que nosotros, la educación falla. Es más, si
transcurrido un tiempo prudencial, ellos no son capaces de resolver con
mayor destreza los problemas que a nosotros se nos antojaban
complicadísimos, algo anda mal. Si al pasar de las hojas del calendario, los
chamos de hoy no pueden asombrarnos con sus nuevas ideas, si no nos dejan
atónitos con su fulgurante creatividad, entonces, el sistema educativo, del
cual todos formamos parte, no está cumpliendo su función.

Por concepto, la Educación tiene que significar progreso y evolución. Para
ello, nada hay más importante que lograr que nuestros niños dominen la
maravillosa disciplina del pensamiento. Es decir, que aprendan a usar la
pensadera, el cacumen, el cerebro. Así, el proceso educativo debe lograr que
los chamos sientan deseos irrefrenables de saber cada día más. Deben morir
de ganas de acoquinarnos con preguntas, de no darnos tregua con los qué,
quién, cuándo, cómo, dónde, para qué, porqué. Un muchacho debe ser un adicto
al conocimiento, un entusiasta buscador de respuestas. Debe ser alguien que
nunca se satisface con lo que sabe. De esta manera, la escuela, la
biblioteca, el teatro, el museo, el cine, la calle, el parque, deben ser
esos lugares a los que cualquier muchacho desee ir, pues en ellos debe estar
disponible el inmenso cúmulo de saber que la humanidad ha producido desde
que el mundo es mundo. Y los maestros deben ser los grandes instigadores de
ese ansia incontenible de saber más, y más, y todavía más. Basta con esto
para entender que los profes’ deben ser los mejores de la sociedad, la élite
del pensamiento, los portadores del contagioso virus de la sapiencia y la
curiosidad. Algunos pensamos que la Educación debe ser libre, fuente
inagotable de libertad, para asegurar que los ciudadanos sean libres. Que no
debe estar encasillada en muros levantados con ladrillos de tal o cual
ideología. Las ideologías que hoy puedan ser estimadas como válidas, mañana
pueden ser discutidas y descartadas. Así lo enseña la historia.

En este momento, ¡aleluya!, en el país hay un gran debate sobre Educación.

Yo, como chino en tranvía. Se preguntarán ustedes por qué tal contentura.

Simple.

Por las razones que fueren, ahora todo el mundo está hablando del tema,
pensando en el tema, discutiendo sobre el tema, y hasta el menos pintado
está opinando y reclamando su derecho a formar parte de las decisiones, a
que no lo dejen como simple espectador. Y eso es magnífico. Me suena a
campanas doblando en todas partes del país. Esto es la Fiesta de la
Educación. Y va a ser mejor, más divertida, si decidimos escucharnos unos a
otros, SI dejamos los pleitos necios, y reinventamos la educación. Que al
fin y al cabo, no será la patria quien nos lo demandará. Los acreedores, con
aspecto hoy de tiernos locos bajitos, los tenemos en casa. Y si por tercos y
tozudos les negamos su derecho al conocimiento y al progreso, vendrán a
pasarnos la factura. Y la vejez nos sabrá a vergüenza, por haber hecho mal
lo que estábamos obligados a hacer bien. ***

Líneas de ñapa:
¡Qué sabroso es ver la ciudadanía en ejercicio! ¡Qué lindo es notar que cada
día hay más y más gente que entiende que la responsabilidad no se puede
delegar! ¡Cuán maravilloso es confirmar lo que presumíamos, que somos mucho
mejores de lo que creemos!

El Padre Ugalde, Rector de la UCAB, en el foro en el Colegio San Ignacio el
pasado miércoles 31 de enero, dijo algo que bien vale un comentario. Me
excusan si me falla la memoria, y si alguna palabra no es exacta. Estaba tan
ocupada escuchando frases inteligentes, que no podía distraerme.

«Si me dijeran que a ustedes no les importa el futuro de sus hijos, no lo
creería. Si me dijeran que a ustedes no les importa el futuro de los todos
los hijos del país, me avergonzaría».

Pierda cuidado, Padre. Que no tiene motivo para avergonzarse.

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