Opinión Nacional

La foto de la censura

En su ensayo sobre la masacre de Tlatelolco (1968), CarlosF uentes describe la situación de una manera descarnada y franca: «Nadie tiene derecho a reconocer un cadáver. Nadie tiene derecho a llevarse un muerto. No va a haber en esta ciudad (ciudad de México) 500 cortejos fúnebres mañana. Arrójenlos a la fosa común. Que nadie los reconozca. Desaparézcanlos».

Para más adelante apuntar que «Laura Díaz fotografió a su nieto la noche del 2 de octubre de 1968». Entonces, Fuentes se pregunta si una fotografía no es sino «un instante convertido en eternidad». Quizás, por eso, es que al régimen le ha pegado tan duro la primera plana de El Nacional del pasado viernes 13. Guardando las distancias, claro está, el Gobierno quisiera ¬como en la narración del escritor mexicano¬ ocultar a los cientos de asesinados los fines de semana en todo el país. Que nadie se entere de ello y, de paso, hacer lo propio con los periodistas que cubren la fuente y con los medios que tienen la valentía (en tiempos espinosos) de decir la verdad, de cumplir con su deber de informar.

Es común denominador de las autocracias comunistas y fascistas (por aquello de que los extremos se tocan), tratar de desvirtuar la realidad cuando ésta no les favorece, utilizar la propaganda y cualquier tipo de intimidación, chantaje o halagos crematísticos, si fuera el caso.

Para ello, edifican poderosos aparatos propagandísticos y apuntan al control férreo de los medios de comunicación. Son alérgicos a aquellos medios independientes que no se doblegan ante el poder. Afortunadamente, periódicos como El Nacional, Tal Cual, El Correo del Caron
, y tantas otras publicaciones de provincia y de la capital, y televisoras como Globovisión han resistido todo tipo de arremetidas que van desde amenazas de cierre, persecuciones del Seniat, eliminación de la publicidad oficialista, agresiones físicas por parte de grupos civiles armados, amedrentamiento de reporteros con los cuerpos de seguridad del Estado y pare usted de contar… Sería interesante hacer una especie de libro negro sobre los ataques contra medios y periodistas durante estos 11 años de Chávez.

En una nación donde la delincuencia y el crimen andan con el moño suelto, y actúan impunemente, no se puede pretender callar a quienes están obligados a dar a conocer esta injusta circunstancia que ya forma parte del paisaje cotidiano. De tanto ver las abultadas y crecientes cifras de fallecidos en manos de los malandros la gente, inadvertidamente, se acostumbra. La sociedad permanece impasible, indiferente, ajena, ante tales despropósitos. Quizás (ojalá), la portada de El Nacional sobre la dantesca situación de la colapsada Morgue de Bello Monte y las humillaciones que sufren los familiares de las víctimas, sirvan de aldabonazo para despertar la adormecida conciencia nacional. Si así fuera, el esfuerzo realizado habría valido la pena y se justificaría, con largueza, el riesgo de enfrentar los atropellos y embestidas de la Fiscalía, de la Defensoría del Pueblo y del Cicpc. Mientras nuestras poblaciones y ciudades están sujetas a la vorágine de la violencia, las autoridades policiales lucen desbordadas e indolentes a la hora de proteger a los ciudadanos. ¿Casualidad? ¿Política de Estado? ¿Complacencia?…»¡Nadie tiene derecho a llevarse un muerto! ¡Que nadie los reconozca! ¡Desaparézcanlos!». Definitivamente, una foto vale más que mil palabras…

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