Opinión Nacional

La lengua de Epiménides

Doblaba su lengua haciendo que su paladar experimentara dolor. Como la cola de un escorpión que penetra profundo hasta descomponer el cuerpo de sus víctimas. Añadía a este gesto una mueca de complacencia. Faltaba poco para que finalizara el epiciclo de los Cuerpos Celestes. Toda la ciudad había celebrado durante aquel tiempo la Olimpiada cuarenta y seis. Las mujeres cretenses se apiñaban sobre la plaza principal y los niños jugaban bajo un azaroso calor del mediodía.

Epiménides observaba, luego de cincuenta y siete años de sueño, que muchas cosas habían cambiado. Las verdes campiñas y los esplendorosos amaneceres en Cnoso, estaban ahora cubiertos por una ceniza maloliente. Las costas del Atlántico y las riveras de los ríos parecían segmentadas en porquerizas individuales. Al ver tanta desolación se dolió con un gemido desgarrador. Zeus asomaba su mirada, aunque sin mayores inquietudes. Los dioses te protejan, querido hijo de Agesarco. Esto sucedía, mientras Epiménides extendía hacia el Oriente su larga cabellera.

¿Por qué razones Epiménides fue favorecido de los dioses? Recordemos un poco el acontecimiento. Su padre le había enviado por una oveja, se desvió del camino a medio día y se quedó dormido en una cueva durante cincuenta y siete años. Ni más ni menos. Si dijéramos que cien años, la historia carecería de sus razones. Un siglo es una unidad de tiempo casi perfecta. Cincuenta y siete años de sueño en cambio le confieren a la experiencia su peculiaridad.

Las ciudades de Atenas estuvieron atacadas durante aquel tiempo por la peste. Fue necesario purificarlo todo bajo el cuidado de la Pitia. Nicias se ofreció entonces para viajar hasta Creta y consultar a Epiménides. Lo encontraron cerca del Pórtico. A unos treinta kilómetros de Cilón. El invierno estaba inundándolo todo a su paso. Y las poblaciones padecían sus consecuencias, los pobres cambiaban de estratificación. Nicias estuvo impaciente, una sola palabra del escogido era suficiente. Los males estaban por dentro y por fuera se mostraban en abundancia.

Epiménides tomó ambos extremos de la dialéctica. Reflejaba su comprensión del Hades, al escoger por parejas ovejas negras y blancas. Se dirigió luego a la colina de Ares. Y solicitó a unos pastores corretear a las ovejas hasta fatigarlas. Todo debía corresponder al juego. En el lugar escogido por cada oveja para descansar se construiría un altar para el sacrificio. Dicho y hecho. Una vez se cumplieron los designios de los dioses, la peste comenzó a desaparecer. Y todas las ciudades del Egeo comenzaron a renovar sus votos. Pero faltan detalles de la historia.

Otros afirman que las cosas fueron consecuencia de la lengua de Epiménides. Una lengua que se doblaba inclemente sobre su paladar. Al informarse con la sagacidad que le caracterizaba, descubrió que la culpa de la peste la tenía un gato de Poe. Efectivamente, del alcohólico de Poe. Ni más ni menos. El maldito gato había causado el mal cuando se cagó sobre el altar de Periandro, del linaje de los Heraclidas. Poe andaba con una perra entre Nueva York y Connecticut. El inocente de Poe no supo que su gato la había cagado. Y Epiménides consideró que había que matar a los dos. Así fue durante una tenebrosa noche del siete de octubre de 1849.

El segundo detalle ha llegado hasta nosotros gracias a un texto apócrifo que escribiera Poe, antes de morir. La extraviada que condujo a Epiménides a la cueva, se habría producido por un exceso de estimulantes naturales, hongos, que el buen hombre consumió por montones. Y una hierva verde y reseca que producía efectos dormitivos, la marihuana. Epiménides estuvo cincuenta y siete años, dormido bajo la complacencia de los dioses. Luego de los cuáles, al despertar, se encontró un mundo diferente al suyo, y con titulares en pantallas planas, entre los que se destacaba: «Falta una ficha en el rompecabezas de DMG, aseguran las autoridades».

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