Opinión Nacional

La liebre y la zanahoria

En una conversación de cafetín, el otro día alguien la tomó por defender lo que llamó “política informativa gubernamental”. Tan pomposa frase va de la mano con la fiebre ideologizante que en la actualidad produce escalofríos, parando los pelos de punta. Su razonamiento era simple: resulta vital erigir fuentes distintas de información pues los medios privados manipulan con descaro el espectro noticioso. Así, contraponiendo a la parte neoliberal, lacaya del imperio, una forma de ejercer el periodismo en verdad responsable, ética, nacionalista, se combatiría la desinformación y el manejo artero de los órganos de expresión en el país.

La política informativa del gobierno, claro, pasa por echarle mano a buena tajada de los recursos económicos que circunstancialmente abundan hoy, y que no le pertenecen, para instalar el andamiaje periodístico que se meterá en el bolsillo. Canales de televisión y estaciones de radio estatales, existentes antes de la catarata de dólares entrante, como Venezolana de Televisión o Radio Nacional de Venezuela, ilustran bien lo que no es mayor secreto: los gobiernos, cuando se trata de informar, actúan sobre la base de sus intereses, aunque para ello deban falsear la realidad sin escrúpulos que valgan. VTV, RNV o el diario Vea están ahí, al alcance de la mano como prueba irrefutable.

Durante la conversación de marras, mi interlocutor (que es un político activo) creyó tener las cosas claras, lo cual es normal cuando se trata de mentalidades planchadas y almidonadas por líneas maestras impuestas desde arriba. Uno de los grandes problemas del pensamiento único es que pretende guardar bajo sus presupuestos conclusiones definitivas en relación con las sociedades y los hombres. De este modo, resulta explicable que lo ideológico se ubique por encima de la realidad, de los hechos que nos aplastan la nariz (cuando lo sensato es todo lo contrario), permitiendo en consecuencia mandar al diablo la verdad, que puede ser alterada, manejada a discreción hasta transformarse en mera sombra, en marioneta de un interés último que únicamente es utopía, sustento y coartada de infinitos disparates.

Aún con el caudal de imperfecciones que posee (son muchas y urge plantarles cara), un sistema informativo capaz de cumplir su rol con un mínimo de credibilidad es aquél dispuesto de manera tal que los tentáculos del Estado no lo ahoguen. Si éste se convierte en administrador, en cabeza y guía de quehaceres mediáticos, es seguro que al instante se convierta en supravigilante, en policía, asfixiando la crítica, la denuncia oportuna, el debate plural de las ideas, y sólo dará cabida a aquello laudatorio y en sintonía con la política oficial. Mi compañero de mesa en el café, consciente o no de ello, a través de su razonamiento pide espacio para la propaganda, la censura y la falta de libertad, lo cual, de materializarse, sería un golpe nada menos que a la democracia, estropeada y frágil en la Venezuela actual.

No es posible olvidar, jamás de los jamases, que el embauque concebido desde los órganos informativos manipulados por los gobiernos (y el venezolano no es ni será lo que se diga una excepción) deja a los medios privados como bebés angelicales. El ejemplo más cercano es la satrapía cubana, donde medios de comunicación, gobierno, Estado y dictador se confunden en una masa pestilente.

Mi contertulio, defensor de noticieros bajo la lupa de un burócrata, sabe que una zanahoria atrae a la inocente liebre, y por tal motivo ve en la información sometida al escrutinio de su cuadra, es decir, aquella hecha realidad gracias a la existencia de medios estatizados, la ofensiva ideal ante el “problema” de la prensa libre. Ofrecer la zanahoria a quienes todavía creen en cantos de sirenas porque la miseria o la falta de oportunidades terminó haciéndoles volver los ojos hacia hombres providenciales, y seguir atrayéndolos, bien vale para él cualquier esfuerzo.

La discriminación en razón de las ideas, amén de otras aberraciones de igual o peor calaña, tienen que llevarse a cabo cuando los métodos para traer el Paraíso a la Tierra importan menos que la meta misma. El fin justifica los medios: sádica, estaliniana y sencilla razón por la que el control debe obtenerse en todos los espacios, aunque mi compañero de café sólo vea rosas, pureza y niños de pecho en su gobierno.

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