Opinión Nacional

¡La masacre de La Victoria sigue hoy!

 Un acto irresponsable que bien se puede calificar de criminal. Pero la historiografía épico-romántica y positivista, se encargó de convertir aquel acto, en el cual se sacrificó a centenares de jóvenes, en una gesta heroica por la conquista de una independencia que de antemano tenía como propietarios a los mantuanos.

Y lo más lamentable es que 200 años después, se le celebre como una acción acometida por los jóvenes, a partir de su decisión y convicción de que era necesario enfrentar y vencer a los enemigos de la patria.

En el llamado período republicano, la política, entendidas como lucha y detentación del poder, la diseñan, administran y disfrutan las élites. Pero el ejecutante fundamental fue y sigue siendo un pueblo-colectivo, obligado a cumplir las tareas que le encomiendan las esferas de la dominación, ya sean dictaduras autocráticas, democracias representativas de intereses económico-sociales claramente definidos, o revolucionarios que tienen en su vanguardia la claque de dueños y beneficiarios.

Tres expresiones de un mismo poder que en cada caso utiliza para lograr sus cometidos, la fuerza, la pasión, desprendimiento, entrega, amor y hasta la ingenuidad de los jóvenes. Esto se ve claramente en la formación de los ejércitos de lado y lado y de la contienda armada y política de estos dos siglos.

En la guerra de independencia, la federal, en los planes conspirativo-golpistas, en la lucha armada de los 60′ o en la violencia recubierta de democracia de la presente revolución, se sigue utilizando inextenso la juventud. Necesario entonces detenerse en algunos momentos de este proceso y apelar a la contracorriente aunque sea para dejar un testimonio de y para la disidencia.

El año 1814 es el más trágico del llamado proceso independentista. El 15 de junio de 1813 se decretó la Guerra a Muerte para enfrentar el poder español y la población que no militaba en los ejércitos patrióticos. De allí, el llamado a alistarse en su seno a los varones desde los 12 años. Se hacía necesario detener las fuerzas de Boves que avanzaban sobre Caracas.

José Félix Ribas recibe esa orden. Pero sus fuerzas estaban disminuidas y debe proceder a reclutar combatientes. Voluntariamente nadie se alistaba y tuvo que acudir a pasar por las armas en las plazas públicas, a quienes no se presentaban. Apeló a todos los recursos que le otorgaba el poder de las armas.

Y fue así como logró reunir manos para el disparo. Apela a los estudiantes del Seminario de Santa Rosa, de la Universidad de Caracas, de otros colegios y a muchos hijos de familias humildes. Para los sacerdotes del seminario lo que se plantea es una locura, porque esos jóvenes no tienen ninguna preparación militar. Nunca han disparado. Pero esa opinión no hizo variar la orden de alistamiento o muerte.

Por esta vía Ribas reúne entre 700 y 1.000 muchachos. Su ejército no sobrepasaba los 1.500 hombres. El resultado no era difícil de prever. De allí lo dramático de su parte oficial sobre la batalla… «me decidí a que perecieran primero todas las tropas que estaban a mi mando, antes que abandonar la plaza. Efectivamente continuó de ambas partes el fuego horroroso; pero bien sostenido hasta las 4 y media de la tarde, que no quedándome ya la mitad [de las fuerzas], y muerta o herida la mayor parte de la oficialidad, vi levantar un humo por el camino de San Mateo, y luego debí creer sería el comandante Campo Elías, que con su fuerza había llegado…».

La mayor parte de su ejército pereció. Difícil que haya sobrevivido alguno de los muchachos llevados a la guerra en medio de una brutal, por no decir criminal improvisación. Sólo la llegada de Campo Elías y sus combatientes logró la retirada del enemigo al mando de Morales, el lugarteniente de Boves.

Y el mismo Morales da noticia de la debacle o mortandad de las fuerzas de Ribas: …»la villa de La Victoria fue atacada por mí el 12; 14 horas consecutivas duró el ataque, muriendo la flor de los jefes y oficiales insurgentes, y allí se hubiera terminado la guerra a no ser por un poderoso refuerzo que le llegó». Los dos jefes dan testimonio de la mortandad.

¿Pudo acaso sobrevivir alguno de los jóvenes y estudiantes que fueron a una guerra sin siquiera saber disparar? Imposible hablar de un triunfo aplastante o de una gesta heroica realizada por estos jóvenes en estas circunstancias militares y políticas.

Es la historiografía épica-heroico y romántico-positivista la que se encarga de poner a andar un culto a la juventud, tomando como marco la masacre de La Victoria del 12F-1814. Pero aun estos exaltados cultores no pueden ocultar el engaño: «Todos marchan contentos; diríase que están de vacaciones ¡Pobres niños!»… Ellos van en dirección a derramar la sangre. Esa es la visión de Eduardo Blanco en Venezuela Heroica. Y 200 años después, hay una tal revolución que festeja esta recluta para llevar niños al cadalso.

¿En nombre de qué causa e intereses se produjo el sacrificio de estos cientos de jóvenes? ¿Acaso la independencia de los mantuanos se propuso reivindicar la juventud? ¿O es la continuidad de la escuela que sigue utilizando al colectivo-pueblo y a la propia juventud?

¿Existe o ha existido aquí un movimiento estudiantil-juvenil con vida propia, autónoma, independiente? ¿O ha prevalecido como constante el control de la juventud con la educación, los cuarteles, las drogas, la politiquería?

Las instancias de poder han mantenido a lo largo del período ese uso de los jóvenes. Y los propios políticos han encontrado en esta cantera, apoyo para establecer liderazgos de oportunidad inspirados en el mismo credo personalista y romántico-positivista basado en la utilización.

Esto explica que la llamada Generación del 28 haya dado los dirigentes utilizadores y masacradores de jóvenes, que rigen buena parte del siglo XX y cuya escuela, con otros actores, sigue vigente en lo que hoy llaman socialismo del siglo XXI.

Hoy, en este expaís llevado a la instancia de Venecuba, los jóvenes son tan utilizados como engañados para que sigan apoyando políticas que no les pertenecen.

Y mientras eso ocurra no es posible concebir la otra historia, la que tenga como actor principal un colectivo-pueblo dispuesto a apuntar hacia derroteros distintos a los dispuestos por quienes hicieron de la recluta, la intimidación y el terror los medios para poner las juventudes a su estricto servicio.

La juventud no puede seguir como sujeto de y para exterminios. Masacres como las que se produce en La Victoria en 1814 y que se extiende en este proceso social, no pueden continuar impunemente. ¡Qué historia amigos!

@ablancomunoz [email protected]

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