Opinión Nacional

La matemática antidemocrática y el hermano siamés

Un observador objetivo  y absolutamente imparcial de las llamadas elecciones parlamentarias venezolanas del 2010, se percataría de la bizarra manera de contar del sistema electoral venezolano, el cual no tiene otra culpa que la de la omisión. Se llega a percatar este aséptico observador, como se han creado entidades electorales que  no guardan en forma alguna relación con el número de votantes, ley cero de la termodinámica electoral democrática.Que los estados de menor población están proporcionalmente mejor representados que los de gran población. Que el voto de pocos sirve para elegir una diputación que se le niega a una mayoría. Es decir, que hay minorías que eligen unos diputados que las mayorías no alcanzan a elegir.

           Solo así podrán entender como un 52% del total de electores no se traducen en un 52% de los diputados electos, sino en un 43% de los mismos. Y como el 48% de los electores se transforman en un 57% de los diputados y no en un 48% como correspondería de acuerdo a una clara transparencia numérica.

        Aún con el sesgo matizado por una ley amañada que contraviene los postulados democráticos de la Constitución, queda claro para el observador que el elector venezolano en cualquiera de las lecturas que se le quiera dar, desea una Asamblea Nacional multicolor y por ello no le concede la mayoría calificada a ninguno de los bandos en pugna, el ansiado 2/3 de los cargos  para su control absoluto. Los induce a entenderse, amarrándolos de panza uno frente a otro para obligarlos a que se vean de frente y no ignoren a la contraparte. Quiere decirle el sabio Pueblo a los adversarios: entiendan que aún pensando diferente, son hermanos tanto de Padre como de Madre, hermanitos, hermanitos. Que el daño que le hagan a uno, irremediablemente se verá reflejado negativamente en la calidad de vida del otro. Que la nacionalidad confiere un gentilicio que debe ser honrado por encima de cualquier diferencia ideológica. Que no debo pensar en exterminar, demoler, evaporar al hermano porque tiene el mismo cordón umbilical que nos une al mundo. Que somos hermanos siameses profundamente distintos pero que vivimos en un cuerpo compartido que es el de la Nación y tenemos órganos conjuntos que compartimos tanto el uno como el otro  y que no puedo hacer de mi dominio exclusivo porque si lo hago, mató al siamés y el cese de sus funciones vitales tarde o temprano hará colapsar mi propia vida ya que dependo de la de él para prolongar la mía

          ¿Quien es capaz de llamar Patria a un acto de mutilación, donde quedo reducido a un escombro humano porque decidí soberanamente separarme  del Siamés? ¿Quién me da la potestad para aniquilar su vida? ¿Que Patria puede ser tan hueca y absurda que tolere la destrucción de su propia existencia?

            Del compartir y entender las grandes diferencias, accedemos a ese conocimiento que nos hace falta para apreciar al otro en su más completa dimensión. Para eso, deben cesar las agresiones y el aplauso a la violencia. Debe procurarse el bienestar y la propiedad para los que no la tienen, pero sin arrebatárselos  a todos aquellos  que lo han conseguido dignamente, gracias a su estudio y esfuerzo, su trabajo y dedicación. Ninguna revolución es más legítima que los derechos humanos, llamados a prevalecer en cualquier circunstancia o contingencia, porque la vida no acepta su trueque por la muerte.

 

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