Opinión Nacional

La mentira como política de Estado

 A lo largo de la historia, los panegíricos y propagandistas de las autocracias se han empeñado en tapar la realidad de sus actuaciones dictatoriales y despóticas. Los primeros, mediante alabanzas, discursos y sermones llenos de melosas palabras destinadas a demostrar la benevolencia del dictador, mientras que los segundos se afanan a montar un escenario sobre la eficiencia del gobernante mediante la propaganda a los cuatro vientos de sus obras de ingeniería, generalmente colosales e impactantes; pero cuando eso no es suficiente porque aun así a la farsa se le ve el descocido, entonces acuden al expediente de la mentira, que no es otro que hacer afirmaciones públicas falsas con miras a fomentar un ambiente favorable a su entorno, o imputar a otros hechos o actuaciones graves e imaginarias pero que crean la imagen de que el adversario es un delincuente, por decir lo menos.

De allí que aquella famosa frase sobre el mentir que recomendaba el ministro de Propaganda del gobierno de Adolf Hitler durante el gobierno nazi en Alemania, Josef Goebbels, siempre cobra vigencia para un gobernante que desprecia el estado democrático de derecho. En los tiempos que corren, la mentira continúa a la orden del día y se pronuncia con el mayor desparpajo, sin rubor y menos temor de hacer el ridículo, y que van desde conspiraciones internacionales hasta asesinatos selectivos de determinados políticos. Cualquier ingenuo o inocente podrá darle crédito a esas afirmaciones; pero si reacciona y analiza con algún interés, se percatará de que se trata de invenciones de mentes acaloradas.

En efecto, hoy en día cada Estado cuenta con cuerpos de seguridad, buenos y malos, pero al fin con capacidad para detectar si algún extremista furibundo, en complicidad con un gobierno extranjero, va a montarle cacería a un gobernante de otro país como si fuera un espectáculo de “fox hunting”, sin que haya sido detectado previamente. Eso queda para películas de textura originaria en los estudios de Los Ángeles. Cuando esas mentiras pretenden involucrar a otros países se incurre en violación de las prácticas diplomáticas porque se está implicando a un Estado en hechos ilícitos imaginarios, lo que constituye una falta de respeto en el derecho internacional y expone al país agresor a ser considerado un estado forajido, es decir, aquel cuyos gobernantes incumplen las leyes y convenios internacionales -como el respeto al derecho ajeno- y desafían en vez de acatar las decisiones de los organismos internacionales encargados de velar por el mantenimiento del orden y la paz mundial.

Por otra parte, gracias a la tecnología y a la velocidad de las telecomunicaciones, cualquier afirmación -panegírica o propagandista- cierta o falsa es fácilmente detectable y, si no fuere atenida a la verdad, en segundos puede ser desmontada; pero lo más grave del uso de la mentira como política de estado es que hoy la sociedad, o al menos una inmensa parte de ella, tiene un grado de sentido común que le permite identificar si el emisor es un falseador de la verdad, exponiéndolo al más absoluto ridículo porque, simple y llanamente, su actitud inmediatamente será objeto de burla pública. Quizás sería más sano para los políticos que se mantuvieran atenidos a la veracidad porque, como dice el refrán castellano, antes se coge al mentiroso que al cojo.

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