Opinión Nacional

La Metamorfosis de los Molinos de Viento

Era la época de mi uniforme de liceo, de mi carpetica negra y mis lentes de carey. Era la época aquélla de olor a chicle y a canciones de moda, de chicas y fiestas, de crecer diferente al mundo infantil que acababa de dejar. Pero también era la época del descubrimiento de tesoros: la música, el amor y…los libros. ¡Qué increíble fue para mí el darme cuenta que existía un mundo amplísimo, oculto en aquéllas páginas empastadas con portadas serias, de letras augustas que inspiraban espiritual reverencia! A temprana adolescencia descubrí en la biblioteca de mi padre libros extraordinarios, todos los clásicos…Y (%=Link(«http://analitica.com/bitblioteca/cervantes/quijote.asp»,» Don Quijote de la Mancha «)%), la obra cumbre de Miguel de Cervantes, me impresionó: sus ideas de rescate de doncellas secuestradas por maléficos sujetos, sus conceptos de honra y dignidad, su espigada estampa caballeresca con aquélla vieja y oxidada armadura, lanza en ristre, cabalgando sobre su viejo y flacucho Rocinante. Y Sancho, bajo y regordete, sumiso, limitado intelectualmente, montado en un simpático burrito, le acompañaba sin chistar por esos caminos, en los que Don Quijote buscaba alguna escaramuza o algún entuerto qué enderezar, en aras del triunfo del honor y la justicia. Las páginas aperladas de ese maravilloso libro fueron siempre mágicas para mí; llegaba del liceo volando a leer las aventuras del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, su romance idealizado con Dulcinea del Toboso, de cómo Sancho llegó a ser gobernador, etc, etc. Pero lo que más me impactó fue el encuentro de Don quijote con los molinos de viento, a los que invistió alucinadamente como gigantes a los que había que enfrentar; Sancho trataba de disuadirlo, pero él seguía viendo gigantes guerreros en aquellos inmóviles molinos. Cabalgó como pudo en su famélico caballo, confundiendo las aspas de los molinos con amenazantes espadas y se fajó con la suya, hasta que cayó del caballo, traumatizado y casi muerto por la severidad de las lesiones sufridas.

Y yo me quedé pensando en tanta gente conocida que era como Don Quijote de la Mancha, y como Sancho, sin que ello sea menoscabo de ningún mérito o virtud. Pensé – en mi adolescencia- que cada persona tenía algo de los dos, de diferente manera. Hoy, después de casi treinta anos de graduado de médico y más de veinte ejerciendo como psiquiatra, corroboro y reafirmo aquélla primera impresión, también reforzada por una esclarecedora conferencia de mi maestro Dr. Fernando Rísquez sobre el tema, adaptado a la forma de ser del venezolano. Y creo que entendí un poco al Sr. Hugo Chávez Frías, teniente coronel del Ejército, hoy ocupando el cargo de Presidente de la República, democráticamente electo. Yo estoy seguro que él, como todo ser humano, idealizaba un país posible, y durante años se preparó para programarlo, para construirlo. Seguro que muchas y variadas ideas acudieron a su mente juvenil; y leyó mucho, y se reunió mucho con gente que le aportaba conceptos, los cuales compartía con sus afines. Estoy seguro que eso fue así, no porque conozca al Sr. Chávez, sino porque eso es un arquetipo , es decir, una conducta universal de todos los individuos de todos los pueblos, en todas las épocas, suficientemente estudiado el asunto por Carl Gustav Jung, discípulo de Sigmund Freud, creador del Psicanálisis. Al parecer -y no ahondaré en detalles- se alteró el liderazgo de referencial femenino que necesitábamos como pueblo: de las entrañas del vulcano social emergió un héroe irreverente -a veces transmutado en juez y parte, o en operador de máquina perforadora, o en abuelo cuentacuentos, o, últimamente, en niño que pide perdón- y una buena parte de nosotros, una madre lactante abandonada por el padr e, necesitada del permiso y aplauso de la instancia creadora para poder sacralizar nuestros impulsos destructivos, no tuvo más remedio que, antes que Górgona nos engulla, resucitar el dolo de Caín para al fin tener cómo matar eso fraterno que suponemos amparado por un dios particular -padre nuestro que estás tan lejano- parcializado e injusto, incontinente, masculino.

Georges Devereux, en sus Ensayos de Etnopsiquiatría General, Barcelona, 1973, nos dice: “…el dirigente carismático no es un imago del Padre omnisciente y omnipotente, sino un imago de la Madre…” Y para escapar de la Madre castradora, requerimos de la conducción de un buen caudillo. No sé si sus asesores psiquiátricos se lo explicaron bien al Sr. Chávez, que sigue empeñado en jinetear símbolos fálicos -la espada, por ejemplo- amenazante para todos, y, de paso, parece psicopatológicamente unido a algunas ideas evaluadoras, calificadoras, punitivas y castradoras, masculinas, que no han tenido buenos resultados en otros países, y que nuestra gente no termina de aceptar. Se buscan líderes, o madres buenas, en su defecto.

En un comienzo, mientras las ideas arquetipales permanecen a un cierto nivel de fantasía que evite el displacer del individuo, el asunto vá muy bien: se conservan los niveles de realidad, el YO se mantiene coherente y estable, y las pulsiones del ELLO o Inconsciente siguen normalmente filtrándose a través de la criba del SUPER YO, como instancia censora y reguladora de lo aceptable. El problema ocurre cuando se sobrevalora el contenido ideológico, y las pulsiones tanáticas o destructivas cabalgan sobre la instancia consciente y el censor moral, precipitándonos a la acción, que sólo logra equilibrarse -maternizarse- a través de idealizaciones y frenos sociales. Ese problema -si es que nos permitimos llamarlo así- aparece cuando el Yo real es sustituído por el Yo ideal, adornado, como el infantil narcicista, con todas las perfeciones y virtudes concebibles. De Freud: “A este Yo ideal se consagra el amor ególatra de que en la niñez era objeto el Yo verdadero”…“ No quiere renunciar a la perfección de su niñez, y ya que no pudo mantenerla ante las enseñanzas recibidas durante su desarrollo y ante el despertar de su propio juicio, intenta conquistarla de nuevo a través del Yo ideal. Aquello que proyecta ante sí como su ideal es la sustitución del perdido narcisismo de su niñez, en el cual era él mismo su propio ideal”. (Sigmund Freud: “Introducción al Narcisismo” , 1914)

¿Qué quiero decir, como psiquiatra, con todas estas consideraciones? Que la metamorfosis –al mejor estilo kafkiano- de los molinos de viento, para poder ser vista como real y tangible, primero tenía que estar ocurriendo dentro de Don Quijote, mediante un proceso que denominamos proyección, en el que se reprime una percepción interna -previamente fijada- y en su lugar, aparece en la conciencia su propio contenido, metamorfoseado y colocado fuera, como objeto. El aparente reto de los gigantes guerreros -leáse molinos de viento- no eran más que los propios contenidos reprimidos del arquetipo quijotesco, proyectados por desplazamiento de la carga libidinosa y que terminan por agredirlo…como él previamente reprime hacerlo desde su interior.

Cada uno de nosotros tiene sus propios molinos de viento, que eventualmente se metamorfosean, de acuerdo a lo que fijemos y reprimamos. Los del Sr. Chávez parecen ser poderosos gigantes, que no sólo lo agreden a él y a nosotros, sino que se han escapado de su control y, como bien él lo dijo, constituyeron dos polos, tal y como parecían estar representados en su inconsciente. Pero parece que él no se daba cuenta de esto, que era notorio para la mayoría, lo cual se explica por la hipervaloración externa del mecanismo proyectivo. Quizá no entiendo su realidad porque tengo pocas ideas sobrevaloradas que rijan mi conducta o fabriquen sistemas ideológicos que puedan compensar mis pérdidas objetales.

Después que nos descubrieron, como sociedad, los gigantes escondidos detrás de las aspas de los molinos de nuestras pulsiones eróticas y tanáticas, quedamos profundamente definidos como dos puntas antagónicas, autoexcluyentes, profundamente radicales y a las que no vá a ser posible unir fácilmente. Pueda que las acerquemos un poco, si invocamos a la Madre de todos nosotros, La Constitución. Razón tiene mi colega Alexis Navarro al suponerla fundamental en todo este conflicto, en el que se pretendía no un fraticidio, sino un horrible matricidio. Las puntas antagónicas enfrentan sus espadas-aspas de molino, que representan honra y justicia qué reivindicar, víctimas a quien socorrer, estructuras qué cambiar, acusaciones qué hacer, sanciones que administrar, culpables a quien sacrificar. “Las cúpulas podridas” probablemente existan, pero primero en nuestro psiquismo interior. De otra manera, no las veríamos. Y no es que no se pueda o deba cambiar el mundo social por otro más justo, no, pienso que debemos hacerlo, pero no desde la perspectiva de los molinos de viento de Don Quijote. La realidad puede ser mucho más contundente que esa tenebrosa fantasía, pero a la vez más suceptible de ser mejorada, por real y, por ende, perfectamente intervenible y modificable. Si es que las armas y el soborno lo permiten.

Creo que hoy, después de tanta sangre indefensa regada en las calles, tanta destrucción citadina y tanto odio sembrado en los corazones de muchos venezolanos, nunca es demasiado tarde para una intervención terapéutica efectiva, como decimos los psiquiatras, pero hay demasiada culpa, demasiado miedo y demasiado duelo en las calles de Venezuela, y en cada esquina de nuestras almas. A pura muerte hemos crecido. Y opino que, o se sigue sosteniendo la fantasía de que hay guerreros gigantes disfrazados de molinos de viento y terminamos ensangrentados todos, o se administran responsabilidades debidamente, en un mundo de adultos, con soluciones de adultos. “Sacrificios humanos” para el totem de la guerra, para conjurarla y neutralizarla. Porque después de semejante tragedia de ruptura y destrucción nacional está de sobra aquello de “aquí no ha pasado nada”, “ahora todos amiguitos” ; aquí sí ocurrió algo horrible, más dentro de la gente que afuera, y los responsables de esta amputación ideológica, de este grave daño social tienen que responder por sus actos, como respondemos los adultos. Y sobran líderes narcisistas, con rasgos paranoides y psicopáticos. Y faltan voluntades que amen y defiendan -y perfeccionen- a nuestra Madre Buena: La Constitución, expresión de la voluntad del pueblo venezolano. Y sobran la pólvora y los sables contra él.

Antes que este extraño cuento termine, sería útil que alguien nos explicara por qué y en base a qué tenemos que adoptar caudillos –léase padres- de otros países, con otras historias patrias, cuando la nuestra es tan bella, tan honrosa y tan pedagógica. Si criticamos la invasión de elementos extranjeros transculturizantes, que esa crítica sea total y extensiva a cualquier país, no a unos y a otros no, pues llama a sospecha. Decía Gustavo Le Bon, en su obra Psicología de las Multitudes, tratando de definir el concepto de alma colectiva, que en una multitud se borran las adquisiciones individuales, desapareciendo así la personalidad de cada uno de los que la integran. El sostenía que la sugestibilidad era la causa más importante que determinaba en los individuos integrados a una masa caracteres especiales, a veces muy opuestos a los del individuo. ¿Y no es esto lo que está ocurriendo en esta Venezuela convulsiva, anárquica y fracturada? ¿Será que cada uno de estos sujetos violentos y destructivos individualmente pueden ser amantes hijos, o esposos, o abnegados padres de familia? Desde hace ya mucho, se sabe que las masas son mucho más sugestionables por la emocionalidad y las pasiones, que los individuos en particular. ¿Y qué ideas probablemente se sembraron? Una irreal y simplona ecuación de relación causa-efecto: “Yo soy pobre porque tú eres rico” , “Yo no tengo porque tú tienes”, “Yo soy negro porque tú eres blanco” “las cúpulas podridas de tal o cual partido son responsables de cuarenta y cuatro años de atraso y corrupción”, “los oligarcas son los que tienen carro, viven en quinta y usan corbata”, etc. Y es que el individuo integrado a una multitud adquiere, por el solo hecho del número, un sentimiento de potencia invencible, por una parte, y el hecho de que en una multitud todo hecho o sentimiento son contagiosos, por la otra, hasta el punto de que el individuo sacrifica fácilmente su interés personal por el interés colectivo. Y transcurrieron tres años, multitudes peleando contra los molinos de viento, que terminaron por destruirse entre ellos, y destruir a los que, como las víctimas de los saqueos, nada tenían que ver con esas guerras particulares.

Desde un punto de vista estrictamente criminológico, pareciera que entramos en un profundo proceso anómico, ignorando aquello del contrato social -basado en las ideas de Rousseau y suficientemente trabajado por Cesare Beccaria en 1714- en el que hemos hecho descansar en el Estado el derecho a castigar, por una parte, y por la otra, el abandono de nuestras posiciones individuales por los sociales, a cambio de poder vivir todos más felices. Y ese derecho a administrar castigo debe existir sólo para defender la libertad y los derechos de los ciudadanos. Hoy, en el 2002, lo que no puedo entender es la pérdida de aquellas buenas ideas de 1714, a menos de que se trate de uno de esos ciclos de la Historia en que descendemos dentro de nosotros de esta grave manera, quizá por no saber dónde y cómo seguir subiendo.

Esto no es un análisis político. Es un modesto e incompleto ensayo antropológico, criminológico, psicopatológico, psicoanalítico y psiquiátrico, apenas el preámbulo de algo mejor. En verdad no me extrañaría que algún fanático ideológico lo tome en sentido diferente, o en contra de algo o alguien, pero no es esa mi intención. Lo que pretendo es aportar parte de mi experiencia como médico psiquiatra a ver si contribuyo en algo a entender lo que ha pasado y que continúa pasando, y a ver si un poco de esto que aquí expongo sirve para mejorar las cosas.

¡Cuánto deseo que esos venezolanos que escogieron el camino de la violencia la abandonen, y podamos convivir todos, como siempre lo hicimos, en nuestro bello país!
En verdad, si estas modestas e imperfectas consideraciones sirviesen de algo, me conformaría con haber logrado contribuir un poco a entender a los demás y a hacer más vivible nuestra querida Venezuela, que a todos nos parió para que la hiciéramos grande y felizmente desarrollada, sembrada de paz y progreso. Pero un viejo dicho dice que quien haya sembrado vientos terminará cosechando tempestades. Casi como un Decreto de Justicia Universal. Yo añadiría que quien haya despertado la furia de los molinos de sus propias pulsiones destructivas, terminará proyectándolas peligrosamente fuera de sí, sin poder controlarlas, y recibiendo la sanción que impone la propia conciencia cuando, en un refulgente espejo, nos muestra a su majestad la guerra, ensangrentada de hijos de las patrias, verdadero gigante de nuestra terrible interioridad psicológica y único molino de viento que, por no depender de los caprichos de Eolo, no se detiene jamás.

(*):Médico Psiquiatra.

(**): (%=Link(«http://www.directoriomedico.com.ve/drjoseluiscestari «,»Website del Dr. Villegas»)%)

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