Opinión Nacional

La nariz de cleopatra

La histórica victoria del NO en el referendo venezolano evoca el Guernica de Picasso. Un fogonazo de luz blanca descubre podredumbres ocultas y al hacerlo las multiplica. No fue el causante del drama bolivariano pero está disparándolo y profundizándolo. Fue un detonante, un Sarajevo, la nariz de Cleopatra.

Es curioso el paralelismo que se ha revelado bruscamente entre los debates existenciales que se desarrollan en este momento en el seno del bloque encabezado por el presidente Chávez, y en el vientre del partido comunista y el ejército cubanos. Como se recordará, la inesperada confrontación en la isla se inició soterradamente a raíz del discurso de Fidel Castro en el Aula Magna de la Universidad de La Habana el 17 de noviembre del 2005. Pero cobró impulso después del pronunciado por el vicepresidente primero Raúl Castro el 26 de julio del año en curso. Uno y otro avizoraron con desesperada franqueza el posible fin de la revolución. Pero ahí concluyen sus coincidencias porque mientras al caudillo habló del peligro de que una perestroika cubana restableciera el capitalismo, Raúl, al enfatizar el fracaso de la revolución en aspectos vitales como transporte, vivienda, alimentación, y exigir reformas estructurales, dejó flotar la idea de abrir la cerrada economía. Interpretando sus respectivas angustias, podría sospecharse que lo que Fidel teme es lo que Raúl quiere.

Incapaces de aceptar con madurez la derrota, el presidente Chávez y sus seguidores se empeñan en agravarla. En la polvareda levantada se perfilan difusamente dos tendencias ideológicas y varias corrientes políticas enfrentadas con redoblada pasión. Despunta una que itera el debate actual de Cuba. Su lema es profundizar la revolución, de modo que sean echados los burócratas corruptos que la dirigen. En Cuba, el profesor comunista Pedro Campos Santos, capitoste de la emergente corriente autogestionaria, sostiene que la burocracia del Estado no es socialista sino neocapitalista. Considera un muy grave error confundir estatismo con comunismo. Aquel –puntualiza- obra en realidad en sentido contrario y da origen a una nueva clase en trance de liquidar la revolución. Con lógica cautela, Campos excluye a Raúl. El problema es que el hermano del caudillo es ahora el dirigente más poderoso de la burocracia estatal, el ejército, el partido y las corporaciones que sostienen la vacilante economía, trabajan con divisas y formas jurídicas y métodos del capitalismo.

En los procesos venezolano y cubano, Heinz Dieterich ha jugado un curioso protagonismo. Seguramente Fidel pensaba -entre otros- en el profesor germano-mexicano, cuando escribió en Granma contra los supuestos amigos de la revolución que la empujan hacia la perdición. “Superrevolucionarios” en la forma y neoliberales en el contenido, los calificó el caudillo o alguien de su entorno. Dieterich endiosó a Castro durante años. Era el líder indiscutido, hasta que apareció Chávez, hacia quien canalizó sus alborotadas emociones. En su criterio, Chávez es el líder más importante de todos los tiempos. Superó a Bolívar y Napoleón. El corzo –señaló- fue el alma de su época, en tanto que el venezolano lo sería de la nuestra, pero aquel lideró la burguesía ascendente, al paso que Chávez, al género humano. Después del referendo, Dieterich se prodiga en críticas al proceso bolivariano. En Venezuela –ha dicho- no hay socialismo sino democracia burguesa, conducida por una Nueva Clase Dirigente (NCD) corrupta y descreída de revoluciones. Sostiene que en 2008 las revoluciones cubana, venezolana y boliviana podrían desaparecer “si no introducen reformas inmediatamente” Si el referendo propulsó ese sacudimiento ¿se imaginan lo que ocurriría si Caracas y los estados más importantes de Venezuela pasaran al campo democrático?

Es una eventualidad perfectamente posible en las venideras elecciones regionales de octubre 2008.

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