Opinión Nacional

La otra epidemia

No me refiero a la gripe porcina, ahora técnicamente rebautizada como influenza AH1N1 por la Organización Mundial de la Salud. Escribo sobre un virus de carácter político que se viene propagando en varios países de América Latina, y que ha tenido en Venezuela su principal centro de incubación: el de la neo-dictadura o despotismo con ciertos ropajes de democracia formal.

En la literatura de ciencias políticas ha cobrado fuerza el tema de las «democracias iliberales» o «autoritarismos competitivos», o el estudio de modelos autoritarios de gobierno que, sin embargo, celebran elecciones y permiten ciertas franjas de pluralismo crítico. Hay casos emblemáticos en todas partes del mundo, desde la europea Bielorrusia hasta la República Islámica de Irán, pasando por un abanico de ejemplos africanos y también de nuestro Continente.

Estas neo-dictaduras se asimilan a las dictaduras convencionales por el control hegemónico del poder y por su vocación de continuismo, pero se diferencian, con variable intensidad, por una graduada tolerancia hacia ciertas expresiones democráticas que, por otra parte, les permiten aparentar una silueta de gobernanza participativa.

El virus de la neo-dictadura tiene una cepa latinoamericana bastante identificada. Llegan al poder por la vía electoral sobre una plataforma de redención social y prometiendo respeto hacia las libertades públicas e individuales. Al poco tiempo, organizan procesos Constituyentes para «transformar el Estado de Derecho», es decir para reforzar las facultades del Poder Ejecutivo y, de ser posible, eliminar los límites de la reelección presidencial.

Así mismo, además de concentrar poder público, se fortalece la intervención estatal en el dominio económico y social, y se ponen en práctica diversos mecanismos de subsidios populares que ayudan a crear una sensación de bienestar y a mantener las expectativas sociales.

A la vuelta de algunos años, los regímenes se proclaman como «socialistas de siglo XXI», la retórica polarizante se agudiza al extremo, y a los sectores opositores se les trata como anti-patrióticos y se les somete a un sistema de rigurosa coacción. Tales son los ejemplos más reconocidos de la revolución bolivarista en Venezuela, de Bolivia, Nicaragua y, aunque con matices, de Ecuador.

La ruta del virus es clara. Se inició en Venezuela, favorecido por la más larga y caudalosa bonanza petrolera de la historia, y luego se expandió hacia la accidentada Bolivia, para luego establecerse a Nicaragua con ramificaciones en desarrollo en Honduras y El Salvador, así como en la variante ecuatoriana. En todos los casos, el petro-estado venezolano ha servido de promotor financiero, operativo y político.

Lo característico del virus en el cuerpo nacional es que actúa de forma progresiva, paso a paso, derruyendo las estructuras democráticas no de sopetón sino por fases, y encima utilizando métodos comiciales que, si bien serían harto cuestionables en sistemas democráticos, terminan siendo «perdonados» por diversas instancias internacionales.

La neo-dictadura es un virus extremadamente peligroso, no tanto porque no haya vacunas sino porque a buena parte de quienes lo padecen les cuesta darse cuenta.

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