Opinión Nacional

La otra reconciliación

La necesaria reconciliación no debe ser sólo entre los divididos venezolanos sino entre el país que somos y el que podemos ser si aprovecháramos mejor el potencial de Venezuela.

Y es que el tema de la reconciliación nacional se ha puesto de moda y con sobrada justificación. El renovado movimiento estudiantil o la llamada «generación del 2007» lo porta como bandera principal, y la realidad de una nación sometida al conflicto incesante como política del «Estado revolucionario», le da sentido de esperanza a la expectativa de reconstruir la convivencia entre los tirios y troyanos de la cultivada desunión.

Pero hay una reconciliación de la que se habla poco en nuestra hiper-politizada opinión pública y publicada. Sucedánea de la primera, se trata de reducir la inmensa distancia que existe entre el potencial de superación política, económica y social de la nación venezolana, y la realidad de rezago creciente que venimos exhibiendo en el contexto del mundo globalizado.

Así por ejemplo, la pequeña Portugal, casi la cenicienta europea hasta hace poco, ha logrado alcanzar un ingreso per-cápita superior a los 20 mil dólares al año, mientras que la Venezuela de la bonanza petrolera del siglo XXI a duras penas se coloca por sobre los 6 mil quinientos, acaso los 7 mil.

La vecina Trinidad y Tobago, cuyo territorio es un tanto mayor al del estado Vargas, tiene un ingreso por habitante que en números redondos se acerca a duplicar al de Venezuela.

Y no estamos hablando de reconocidos «milagros» ni mucho menos, sino de países modestos, muy cercanos al nuestro, bien en la geografía o en la historia, que han sabido aprovechar las oportunidades de desarrollo que ofrece lo afirmativo de la globalización.

Las citadas referencias no pretenden que Lisboa o Puerto España se conviertan en modelos para Caracas. Simplemente buscan llamar la atención sobre cómo nos vamos quedando atrás en la larga marcha del crecimiento nacional, y no únicamente en materia de variables económicas y sociales principales, sino sobre todo en la toma de conciencia de lo mucho que podemos conseguir si aplicáramos el sentido común y la visión práctica a nuestra propia realidad.

Al señor Chávez le gusta proclamar que quiere convertir a Venezuela en una potencia, y en esa aspiración le acompañarían hasta sus más acérrimos detractores si no fuera porque, entre el dicho y el hecho, lo que hay es un trecho de retroceso e innumerables oportunidades perdidas. Máxime con el petróleo cotizándose en más de 80 dólares por barril. Y es que ni siquiera pueden recoger la basura de las calles ni garantizar el vaso de leche a los niños escolares.

Pero la otra reconciliación no tiene porqué ser una quimera. En el siglo XX, en las décadas que van desde mediados de los años 30 hasta mediados de los 70, la intensa confrontación política no impidió que se forjara y se persistiera en un rumbo común de razonable progreso nacional, finalmente coronado en el arraigo de los valores de la cultura democrática.

Si fuimos capaces de semejante proeza en el cinturón del siglo anterior, ¿por qué sería imposible que volviéramos a lograrlo en los inicios del siglo presente?

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