Opinión Nacional

La perversa canallada en la política

Yo miro con distancia (la física y la espiritual) a Chávez y a sus acólitos más barraganos, esos que le aplauden, babosos y sumisos, en las infernales transmisiones en ‘vivo y directo’ desde cualquier lugar del planeta de un Aló Presidente; miro a esos que le festejan chistes malos y que se apuran en llamarle ‘mi-presidente-comandante-en-jefe-patria-o-muerte’, y no puedo evitar acordarme de otros, que como él en un pasado reciente, hicieron de la política una canallada, aunque sin la alevosa perversidad que le imprime el ‘comandante mesmo’.

Otros, quizás tan perversos y canallas como él, depusieron como éste sus más pestilentes excrecencias sobre leyes, normas y sobre la mismísima Constitución, que se tornó moribunda no cuando el imperfecto error histórico así la llamó al ser juramentado como Presidente, la primera vez en el lejano y casi olvidado 1999, sino mucho antes, décadas atrás, en el momento en que las ideologías fueron suplantadas por los eslóganes del mercadeo electoral, los proyectos políticos se convirtieron en proyectos personales, y el compromiso por una Venezuela mejor y de los venezolanos no arrancó ni hacia La Gran Venezuela ni hacia la que teníamos ‘antes-de’, y se quedó en el aparato, como suelen decir los hípicos de los caballos relancinos que por miedo o por exceso de estamina, patean la puerta de largada y la traban.

La canallada política nunca ha estado ausente en el acontecer público de Venezuela. Empezó por ser una mezquindad cuando, a comienzos de nuestra recientísima experiencia democrática, se inició el comercio con los puestos públicos, a todo nivel- y surgió el ‘quítate-tu-pa’-ponerme-yo’. A pesar de ser la menos infecciosa de todas, esa canallada trajo consigo otra, la ruindad, que como bellaquería indecente dio comienzo al comisionismo que se propaló como un germen con el cual había que lidiar.

El comisionismo no ha desaparecido. Continúa ‘in crescendo’ y ahora es dolarizado, internacionalizado y considerado una vía normal y corriente de acceso a negocios con el poder, pero sigue siendo lo que es: una canallada. Con la ruindad vinieron amorochadas, como en un ‘2×1’ dos canalladas terribles: la indecencia y la deslealtad. La primera de ellas fue resumida en dos frases, infelices pero ciertas. Una, ‘Es que ellos roban, pero dejan robar’ que fue propalada por la gente de la calle al hacerse pública y comprobable cómo ‘se bate el cobre’ cuando alguien intenta establecer relaciones comerciales con cualquier ente gubernamental.  La otra frase ‘Digan lo que digan, con AD se vive mejor’ fue un eslogan proselitista que no hizo más que ratificar y hasta oficializar, lo que la gente ya sabía en relación con el ‘roban y dejan robar’. Quizás por ello, el eslogan proselitista de Luis Herrera “¿Dónde están los reales? Tuvo eco y les pasó factura a los optimistas del ‘roban pero dejan robar’

Pero la deslealtad, como recurso político, fue llevada al nivel más alto, al empíreo por nadie más alcanzado, cuando el fundador de la democracia cristiana en Venezuela, renuncia a ‘su’ partido porque otro, con el respaldo de sus conmilitones verdes, fue seleccionado como candidato presidencial, y poniendo en práctica un infantilismo de muchachito maleducado, ‘tira tierrita’, recoge sus macundales y funda otra organización política con los rastrojos de aquél y de otros partidos que comenzaban a hacer aguas en el tormentoso mar político venezolano (un verdadero ‘chiripero’ de oportunistas) y se postula por ‘enésima-quincuagésima vez’ a la Presidencia de la República… La que gana en segunda ocasión, para entronizar a la traición y a la perfidia como valores en el accionar político venezolano.

El endiosamiento del líder, infamia ruin de autoalabanza provocada, cultivada e impulsada por el sujeto al cual se refiere, tampoco es cosa del presente. Se volvió moneda de uso común muchos años antes de que el muchachote de Sabaneta se promoviera y hasta se auto convenciera de ser un líder intergaláctico. Y tan es una canallada del pasado reciente, que el pueblo lo convirtió en chiste, como aquella famosa cuchufleta en la que, de acuerdo con el chistólogo que inventa la historia, don Rafael está en calzones a media noche, trasegando una ‘bala fría’ en la cocina de La Casona, la colonial residencia oficial del Presidente de la República, y allí le encuentra su esposa, que del susto exclama “¡Dios mío!”, a lo que el augusto y anciano Presidente responde. “Alicia, te he dicho mil veces, que en privado me puedes llamar Rafael”. Dice la crónica de los chismes de palacio que uno de los ministros más próximos a las intimidades del Presidente Caldera, le relató esa historia una tarde dominguera en la que gustaba de jugar dominó con sus más allegados, y que la respuesta del aludido fue una sutil sonrisa y un casi imperceptible brillo en la mirada, y aunque perdió el juego (cosa que por demás sucedía poquísimas veces) se levantó de buen talante y caminó callado aunque sonriente, hacia los hermosos helechos que refrescan el traspatio de su casa-quinta “Punto Fijo”. Con el relato de la cuchufleta, presentada como cuento popular de autor desconocido, el círculo de la autoalabanza provocada se había cerrado, lo que le provocaba al octogenario un placer indescriptible.

La canallada se hizo pública, grande y lo peor para nuestra incipiente democracia, se hizo aceptada cuando la bajeza y la indecencia, dos de las más perversas bajezas, se entronizaron desde la Presidencia de la República con los ‘barraganatos’ de CAP, de Lusinchi y el no menos barraganato de Luis Herrera, que para horror y espanto, tanto de doña Alicia como del machismo criollo, no lo ejerció ninguna dama lasciva o alguna mujer concupiscente, sino que fue un concubinato cuasi legítimo que desarrolló el Presidente de los refranes con su círculo de ‘amistades intocables’, Vinicio Carrera, el más representativo, que al igual que la Cecilia y la Blanca, disfrutaron y se regodearon con el poder que se ejerce detrás del poder, tal cual como aquellas, aunque sin pagar el ‘derecho de pernada’.

La falsificación de la firma del barragán concubino en chequeras dolarizadas, la adulteración de títulos de bachiller para optar a licenciaturas universitarias, el ejercicio del poder a través del poder de la sexualidad y/o de la amistad añeja y fiel fueron las canalladas más famosas contra las que surgió la no menos canalla mentira de quien ha hecho del engaño persuasivo, de la incontinencia verbal y del protagonismo mediático su impronta política más representativa. Ha hecho lo que para muchos nos parecía imposible: Superar las villanías, la infamia y la indignidad de quienes le precedieron. Su tendencia a interpretar la realidad sobre la base de una valoración dicotómica; e manejo impúdico de la mentira como recurso comunicacional de Estado y una profunda y consolidada ignorancia en casi todo lo que dice, toca o hace, convierten a la canallada de Hugo en la más perversa y nefanda de todas las anteriores a la suya.

Tal perversidad canallesca es la que le induce a convertir una derrota en triunfo. Es la que le imprime el acelerador a la actual Asamblea Nacional para aprobar, de aquí a enero, un paquete de leyes previamente negadas desde el Referendum Consultivo del 2007 y un nuevo instructivo para el Régimen Interior y de Debates dentro de la Asamblea, para violentar la voluntad popular (expresada mayoritariamente el pasado 26 de septiembre) y pretender castrar la acción de los nuevos asambleístas.

La perversidad es el nuevo cuño de la canallada política y mientras nos enfocamos en el fin de año, como en los últimos años, el canalla mayor aprovechará ese tiempo para diseñar estrategias y reacomodar el escenario a su favor. Entonces surge la interrogante más difícil: Con un canalla perverso como éste ¿Se podrá corregir el rumbo del país democráticamente y por la vía electoral?

Se escuchan opiniones y sugerencias.

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Comunicólogo estadounidense con residencia en Venezuela. Licenciado por la UCAB de Caracas como Comunicador Social (1975). C.E.O. de Creatividad Estratégica C.A. empresa de asesoría de imagen e identidad corporativa y campañas persuasivas. Profesor universitario y escritor. Conferencista sobre ‘Teoría del Caos Social’ y ‘Leyes y Principios Estratégicos de la Guerra Comunicacional’.

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