Opinión Nacional

La pobreza como base social del terrorismo: ¿verdad o coartada?

Con motivo del primer aniversario del 11 de septiembre, el tema del terrorismo recobró renovada vitalidad. (%=Link(«http://www.zmag.org/chomsky/index.cfm»,»Noam Chomsky»)%) en su artículo «Las razones del odio» intenta explicar, aunque por momentos parece que lo que realmente pretende es justificar, las causas de los actos perpetrados por los fanáticos musulmanes, incluidos la destrucción de las torres gemelas, parte del Pentágono y, desde luego, los ataques de kamikasez contra los israelitas. Para Chomsky las razones del odio contra los norteamericanos y, más globalmente, contra el mundo occidental, se encuentran en la desgarradora pobreza que padece gran parte del pueblo árabe y en la persistencia del problema de los palestinos. Chomsky, tal como apunta el sociólogo Nicolás Toledo, otra vez peca de simplismo y unilateralidad. En una onda similar se mueve Hugo Chávez, desde luego sin el brillo del intelectual norteamericano. El Presidente de Venezuela sostuvo, primero en la cumbre de Johannesburg, y luego en la sede de las Naciones Unidas en New York, que mientras persista la pobreza en el mundo, habrá terrorismo. Como Franz Fanon en los Condenados de la tierra, Chávez dice que la pobreza es la fuente que nutre a los grupos que se arrogan la defensa de los desposeídos, utilizando la violencia como arma legítima para resolver los conflictos y exigir que se respeten los derechos de los débiles.

Salvando las distancias siderales entre uno y otro, Chomsky y Chávez incurren en un simplismo maniqueo. El terrorismo se nutre de muchas fuentes. Las dos que poseen mayor fuerza en la actualidad son la religiosa y la política. Estas dos dimensiones generalmente se interconectan, como es el caso del Medio Oriente, donde se mezclan factores geopolíticos y religiosos.

Los sucesos del 11-S estuvieron inspirados en una visión fanatizada, psicótica, de la realidad. La interpretación dogmática del Corán y la proclamación de la Yihad, Guerra Santa, contra los profanos de Occidente, movilizaron a esos seres que se inmolaron obedeciendo órdenes de Osama bin Laden, el millonario saudí que financia actos terroristas contra USA desde hace largo tiempo. No por casualidad los miembros de Al Qaeda, organización paramilitar que organizó la operación, contó con el apoyo del régimen talibán, cuyos líderes, encabezados por el mulá Omar, impusieron un ambiente de terror, especialmente contra las mujeres, que habría hecho palidecer al mismo Hitler. La operación, realizada con precisión matemática, fue planificada por un grupo de comando que durante meses se entrenó con el firme propósito de asestarle un golpe artero a los Estados Unidos y al mundo occidental. La base de funcionamiento estuvo en Afganistán, cuya economía durante los seis años que duró la pesadilla de los talibanes, se sustentó en la producción y comercio de heroína. En las madrasas, escuelas para el adoctrinamiento, los talibanes formaban a los miembros de la policía moral y de Al Qaeda. La pobreza es poco lo que nos puede ayudar a comprender el terrorismo que practican los musulmanes integristas liderados por bin Laden. Mucho más útil es remitirse a la visión reduccionista que esos intérpretes dogmáticos han hecho del Corán y de la Sharia, ley que supuestamente se deriva de ese texto sagrado.

Para el fundamentalismo integrista, el Islam, que literalmente significa sumisión, es una religión monoteísta con vocación expansionista, que no admite convivir en paz con otras religiones o creencias, a las que consideran herejes. Los fundamentalistas islámicos odian la libertad de pensamiento, de información y de culto que existe en las sociedades occidentales, de las cuales Estados Unidos representa su punto más elevado. El libre albedrío y la libertad de conciencia son conceptos que las mentes rígidas de los integristas no comparten ni aceptan. Afortunadamente, los fanáticos violentos constituyen una minoría muy reducida dentro del Islam, cuyos preceptos fundamentales destacan la convivencia y la paz. De allí que en muchos países de Occidente existan importantes comunidades musulmanes, que coexisten en paz con diferentes cultos religiosos. La obcecación de los fundamentalistas poco tiene que ver con la pobreza.

El otro problema que se señala como causa del terrorismo integrista es la situación de los palestinos que carecen de un Estado y, por supuesto, un país propio. Ciertamente aquí reside una fuente primaria de conflictos. Pero, ¿desaparecerá el terrorismo integrista como forma de lucha y protesta cuando los palestinos dispongan de un Estado y unas tierras soberanas? Creo que podría disminuir, más nunca extinguirse totalmente, pues persistiría la rivalidad con Occidente, el choque de civilizaciones del cual habla Huntington. El terrorismo para los fundamentalistas islámicos es una arma de lucha política, pero, sobre todo, un instrumento para combatir y reducir a los enemigos, supuestos o reales, del Corán. De allí que lo mejor para acabar con la violencia de esos grupos es apoyar a los sectores islámicos moderados que en países como Arabia, Irán y, ahora, Afganistán, promueven reformas modernizantes y democráticas dirigidas a reducir el peso de las teocracias.

Pasando a otro plano, el terrorismo político en general es un recurso utilizado por grupos pequeños, especialmente intelectuales de clase media, en numerosos países desde finales del siglo XIX, cuando nace en Rusia. Con su aplicación se busca agredir o atemorizar a quienes detentan el poder. Su origen no se vincula con la pobreza, sino con la protesta y el enfrentamiento al despotismo de regímenes dictatoriales, como la Rusia zarista. De allí que tampoco los orígenes históricos del terrorismo aparecen ligados a la pobreza. Más bien se encuentran asociados al anarquismo y el nihilismo, posturas ideológicas y políticas asumidas por vanguardias intelectuales de clase media. Esta relación entre intelectuales y terrorismo corre a lo largo del tiempo, manteniéndose hasta el presente. Esa conexión explica el origen y existencia de la guerrilla colombiana, de Sendero Luminoso en Perú, de los Tupamaros en Uruguay y de ETA en España. Las agrupaciones que operan en América Latina se valen de los pobres para justificar acciones que los propios desposeídos ni promueven ni comparten (el caso de ETA, por ser una organización separatista, es diferente).

El terrorismo no es un arma utilizada sólo por los grupos de oposición, también suelen usarla ciertas élites en el gobierno. Hoy lo estamos viendo en Venezuela. Con los órganos de seguridad del Estado, Hugo Chávez apela a formas de represión que bordean los límites del terrorismo de Estado. Las amenazas contra los militares que se negaron a aceptar su orden genocida el 11 de abril, configuran un testimonio de este tipo de prácticas. Sin embargo, donde el Comandante se quita la máscara es con los Círculos del Terror, suerte de SA (Secciones de Ataque) hitlerianas, con las que agrede y busca acorralar y amedrentar a la oposición. Con Chávez, el terrorismo establece una relación muy particular con los pobres: se vale de ellos para formar tropas de asalto; los pobres no se organizan por sí mismos para defender la libertad o luchar por la justicia y reivindicaciones, sino que son siervos dóciles pagados por el líder para atropellar la disidencia. Esto ya lo hacían Hitler y Mussolini. Chávez sólo los imita.

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