Opinión Nacional

La póliza de impermeabilización

Inmunizar totalmente a las autoridades públicas frente a la más modesta manifestación de disidencia, es un asunto muy distinto al de protegerlas contra los interesados, múltiples y arbitrarios recursos judiciales que pudieran interponer los particulares, institucionalizando el antejuicio de mérito, a guisa de ejemplo. Mediante expresas normas, el régimen pretende resguardar a sus dirigentes del descontento social y la crítica política y, por ello, encontramos disposiciones en la Ley de Responsabilidad Social en Radio y Televisión o en la legislación directamente penal, por no mencionar los proyectos pendientes, que interpretan como un crimen de lesa majestad y castigan fuertemente algún gesto de protesta o juicio de valor, incurriendo en tipificaciones asombrosas (¿cacerolazo agravado contínuo?), inflando la injuria o magnificando alguna inocente pancarta de protesta, en un trance de radical moralización revolucionaria que es –ante todo- miedo al ejercicio ajeno del criterio.

De modo que pretenden levantar dos países en un mismo país y no nos referimos a los civiles y militares, ni al “país nacional” y al “país político”, sobre los cuales disertó precursoramente Jorge Gaitán, sino al que está dentro y al que está fuera del Estado. Basta con asumir una mediana o alta responsabilidad en la conducción pública, para gozar del intangible poder, pues, hasta una mirada de distraído encono recibido por el agraciado, puede traducirse en una sentencia no menos graciosa que, además de garantizarle la estabilidad y el ascenso al fiscal o al juez por tan celosa vigilia de la causa revolucionaria, poco importará si es un reto a la estricta aplicación de las leyes o guarda alguna distancia con la jurisprudencia dominante.

Tamaño fuero, en contradicción con las tendencias contemporáneas del derecho destinadas a ciudadanizar los sistemas políticos, constituye el reconocimiento adicional de la necesidad de fórmulas extraordinarias para intentar la implementación de un modelo que no goza de la espontánea y convencida aceptación de la sociedad. Hay una aceptación formal del debate, pero éste sufre una grosera limitación gracias a la póliza política de la que gozan los dirigentes del proceso ante los riesgos del fracaso, impermeabilizados automáticamente bajo la más ligera tormenta de cuestionamientos.

Recordemos, finalmente, Hugo Chávez desarrolló una feroz campaña hacia el poder en la que no reparó en calificaciones, anuncios e iniciativas temerarias, prácticamente escatológicas. “No hagas lo que no deseas que te hagan a ti”, reza la sentencia popular, pues Chávez no sobreviviría al propio Chávez si aplicase las normas que hoy promueve y promulga. Así de simple.

II. Indigestión y arqueo

Rasgo destacado de esta nueva versión del autoritarismo, variados y encontrados temas buscan cupo en la diaria agenda pública, quedando los enunciados como una suerte de “cactus” secos en un desierto que pudo ser el debate, mientras se adoptan unilateralmente las decisiones del Estado. Materias tan delicadas y serias que gozan de estruendo y sensibilidad epidérmica, como el petróleo o el desempleo, avasallan, liquidan o atropellan otras no menos delicadas y serias, pero que lucen –a primera vista- como discretas y de penetración intravenosa.

Frecuentemente, algunos comunicadores sociales, como Marta Colomina, se quejan del silencio de los partidos ante asuntos de tanta gravedad como el aborto, aunque los socialcristianos, desde el año pasado, hemos insistido en rechazar las pretensiones del oficialismo en este renglón. Incluso, cuando sospechamos el fenómeno de la “lenteja verde” o “lemna” en el Lago de Maracaibo, intentamos advertirlo y, ni aún verificándose en aquellas aguas, contamos con la audiencia necesaria, pues el revocatorio del mandato presidencial –por ejemplo- monopolizaba los espacios.

Ya no se trata de que el poder indigeste la cotidianidad, sino que no nos percatamos de la dificultad de arquear y darle cabida a todas las opiniones adversas en juego. Por una parte, constituye la ventaja innegable de las iniciativas políticamente organizadas, los partidos serios procesan formal e informalmente, casi a diario, muy disímiles planteamientos sobre una también disímil variedad de temas, claro está, con desigual calidad, convertidos en una cantera de planteamientos; y, por otra, hay una comprensible competencia en torno a los espacios disponibles que convierten en noticia algunas cosas en detrimento de otras que realmente no lo son o pudieran serlo, pero que –en todo caso- logran una salida a los espacios públicos a través de la prensa no consagrada, por calificar de algún modo a aquella diferente a la que funge como la “marcadora” de la discusión pública.

A modo de ilustración, que nuestra posición sobre el aborto o la “lemna” no haya llegado a las páginas de tal o cual periódico de la capital, por fortuna lo subsana que otro medio del interior o el ciberespacio lo haya acogido, gracias a la libre competencia de noticias. Siendo así, aceptemos el error en el que incurrimos cuando –indigestos- creemos en la mudez y a cojera de los otros, sin percatarnos de lo mucho o poco que se ha dicho y hecho.

III. El plato vertical

No olvido cuando escribía en medios como el desaparecido “Economía Hoy”, por los noventa, sin el apremio de las toneladas cúbicas que impone el chavezato sobre el papel. Disfrutaba, ciertamente, denunciando a la postvanguardia serratiana, especulando sobre las nacionalidades chinas de un país tan admirado como íntimamente segmentado, o declarándome un teledeportista en vía de retoro, al lado de otros temas que todavía pueden considerarse muy circunspectos.

Esta vez, con la anuencia del lector, no deseo referirme a los elevadísimos precios que ha alcanzado la cesta alimentaria en nuestro país, sino a un fenómeno inadvertido como es el de la presentación vertical que hacen los grandes cocineros o “cheff´s” de sus platos, celebrados en los restaurantes o en los estudios de grabación, seguidos por cualquier hogar donde también se desliza el gusto estético del comer.

En efecto, y en esto es categórica la cátedra culinaria, al menos, cuando tengo la ocasión de acompañar y comentar con mi madre algunos de los programas que le deleitan de los canales gastrómicos de la televisión por suscripción: la tendencia es alzar los alimentos sobre el plato, como si se tratara de edificar sendas torres que sorprendan al comensal, en contraste con la desusada colocación horizontal de las porciones.

Tamaña disposición escultórica constituye un desafío para los comedores, pues, el preparador que no ha hecho gala de la breve intuición del ingeniero, canalizando adecuadamente las salsas, en el necesario equilibrio de la presentación del plato, será ingratamente recordado por quien lo pinchó confiadamente, creyendo de fácil administración los flecos exaltados que suelen estorbar la propia imaginación gastronómica. Solemos disfrutar una presentación adecuadamente vertical, como también lo hacemos en el lienzo pictórico de la presentación horizontal, pero también nos irritamos cuando afrontamos aquellos platos estrambóticos, vanidosos y absurdos, pretendidamente distinguidos: antes de que se deshagan por una viga mal colocada (un trozo de carne o una fruta), sencillamente lo aplastamos con el tenedor o la cucharilla gozando –adicionalmente- del rostro que pondrá el arquitecto de la cocina o, sus delegados, el “mestre” o mesonero.

Luego, pueden hablarse de tendencias escultóricas o pictóricas en la presentación del plato. Sin embargo, convengamos en rechazar y condenar a aquellos de vocación más circenses que ni siquiera colocan una malla de seguridad: la confianza en las papilas gustativas.

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